La conclusión más fácil y rápida sería que Javier Milei y su hermana en jefe quieren irse del Gobierno cuanto antes mejor, porque de otro modo es imposible o altamente improbable entender lo que vienen haciendo.
Un segundo razonamiento refiere a la convicción de ambos acerca de que el apoyo popular a su imaginaria lucha contra la casta les permitirá seguir avanzando sin mayores obstáculos técnicos, ni rebeldías masivas, ni confrontación que los detenga.
Y acaba de agregarse un tercer elemento por los indicios, más o menos firmes, de que el PRO se incorporaría formalmente al Gobierno. Puede observarse eso como un pedido de escupidera del Presidente, articulado con la opinión de Mauricio Macri en torno a que Milei marcha hacia un “crash” (así lo dijo), en marzo y de manera inevitable.
En las tres hipótesis, estamos frente a un desafío intelectual y político inmenso porque, nada menos, la oposición en su conjunto se encuentra completamente acéfala de liderazgo, carente de atisbos alternativos y eficaces (aunque comienzan a verse movidas asamblearias, juntadas pymes, agrupamientos de diversa índole, que Raúl Dellatorre describió muy bien en su columna de este sábado).
La caída del proyecto de ley ómnibus, al igual que un DNU herido por las cautelares aceptadas, dejó claro que Milei sufrió una derrota grande y --tal vez-- impensada por propios y ajenos. Pero, en términos de correlación de fuerzas, también resulta evidente que lo que perdió Milei no lo ganó nadie. Por supuesto, puede inferirse que su capitulación parlamentaria es un triunfo contra la herramienta del ajuste antipopular más veloz de que se tenga memoria en períodos democráticos.
Empero, ¿acaso hay alguna figura, coalición, frente o suma de voluntades en condiciones de capitalizar esa victoria?
Sí hay una porción de esta suerte de novela que es tan de repaso fácil… como extremadamente compleja de descifrar en sus consecuencias.
Un personaje estrafalario, a puro golpe de trabajo en las redes con retroalimento televisivo clave, beneficiado por la excitación individualista de época y un deterioro formidable de la ejemplaridad política tradicional, se convierte en Presidente de la noche a la mañana. Chance Gardiner, medido en su aptitud intelectual pero en una versión bufonescamente violenta.
Chauncey no tenía expectativa para pasar del 20 por ciento de los votos en las Primarias. Supo confesarlo.
Una cierta clase de hipnosis colectiva, si se quiere comprensible por la decepción con el gobierno del Frente de Todos; más el antiperonismo visceral de un segmento decisivo de la sociedad; más una élite empresarial sin votos, pero tan ignorante como para no haber advertido que como opción potable de derechas les convenía Sergio Massa, depositó a este tipo de Chauncey en la jefatura de Estado. Sin gobernadores. Sin intendentes. Sin referencias en el Congreso más que puñados. Y sin gente ni para rellenar el funcionamiento administrativo de la gestión.
Al margen de los shows que monta la Comandante Pato, y bien que abarcando acciones represivas deleznables contra reporteros y grupos de manifestantes pacíficos, el amateurismo gubernamental a todo nivel es desopilante.
Es más. ¿Alguien podría afirmar que hay Gobierno en su sentido de operatividad sin traspiés mayores? ¿Cuál es el programa concreto y viable de estabilización económica? ¿Qué propuesta de inversiones y desarrollo productivo existe? ¿Quién comanda las relaciones con el Congreso? Lo único que hay es el alineamiento incondicional con los intereses de Washington, en lo ideológico pero, sobre todo, a favor de la mano que pueda tender el FMI en las interminables renegociaciones del préstamo tomado por ellos mismos. El más voluminoso y siniestro de su/la historia.
No es ya y solamente que LLA es virgen de toda experiencia y vocación política, al punto de que el eterno oficialista Miguel Pichetto los verduguea salvándoles algunas papas con dos cuatros y una sota.
Absolutamente nadie accede a prever los devaneos del núcleo duro. Está compuesto por los hermanos presidenciales, un asesor caputesco tan ignoto como el jefe de Gabinete y un ejército de cuentas oficiosas, que Milei abona dándole like a los radicales como putitas de los peronistas y al gobernador santafesino como sorete narco. O incitando a la violencia en primera persona, en modo Terminator. O a puro baile en Israel, metiéndonos en la lógica de guerra internacional de la zona mientras denomina “conjunto de delincuentes” a quienes votaron en contra de unos incisos de su ómnibus convertido en fitito. O vengándose con la quita de subsidios de transporte público a las provincias, que no llegan ni de lejos al uno por ciento del PBI y como si se tratara de que los perjudicados no son sus habitantes.
En síntesis, un chiflado político ante el que su propia derecha se pregunta dónde nos metimos. Y no porque no sea claro que el aprovechamiento de negocios es fenomenal (AEA le brindó su sostén en comunicado oficial), sino por lo obvio de que la ausencia de conducción política podría derivar en efectos imprevisibles.
El Caputo mayor, el Toto, alardea de logros fiscales mientras ordena emitir a lo pavote en bonos dolarizados.
La apuesta indesmentible es que, por vía recesiva y ratificada a través de licuar al sistema previsional, gastos del sector público en general y achicamiento del consumo, bajará la inflación. Hacia mediados de año, entonces y si entre marzo/mayo “el campo” ingresa los dólares de la cosecha estimulado con otra devaluación, “la gente” habrá sentido que el esfuerzo comenzó a valer la pena.
El pequeño detalle es que, mientras tanto, las franjas populares deberán soportar la apretada como si allí hubiera (mucho) más para ajustar. Y la clase media, sacudida por tarifas desencajadas de los servicios públicos, más el brutal ajustazo de las prepagas de salud, más las cuotas de los colegios privados, aceptaría sin chistar o con chistidos desorganizados.
¿Puede salirles bien?
No parece, porque la capacidad confrontativa del sector más dinámico de esta sociedad --ya reconfirmada en la movilización del 24 de enero-- es muy estimable. Pero tampoco debería haber parecido que un sujeto como Milei pudiera ser Presidente.
La derecha, genéricamente entendida, está absorta con el amateurismo de los libertarios. No tienen cuadros en ningún lado. La improvisación es absoluta. Muerden con fruición la mano de sus colaboracionistas. Nadie en el Gobierno ofrece seguridades respecto de acuerdo alguno, porque Milei y su hermana sólo responden a considerarse misioneros bíblicos.
Por allí es donde Mauricio Macri aspira a colarse, seguro de que Chauncey debe recurrir a él para que le provea presunto manejo político.
De hecho, el Gobierno es en la práctica una entente macrimileísta y así funcionó en la votación del ómnibus reducido con, claro, la salvedad de que el ex Presidente fue “apartado” en el comienzo de la gestión. Bullrich se cortó por las suyas, y ahora se amiga. La venganza ¿será? un plato que se sirve frío.
Eso es lo que Macri cree y espera. Son, todos, dibujos de laboratorio en la arena, que incluirían la chance de una Villarruel total y ¿curiosamente? silenciosa en la crisis del fitito.
Como fuere, lo comprobable es que la derecha está moviendo y “el campo popular” no encuentra todavía más alternativa que la resistencia. Es plenamente entendible. El golpazo acaba de suceder.
Así será por un buen rato. Y lo que vaya a surgir de allí es una incógnita, que no tiene respuesta momentánea y que, quizás, no pase por una dirigencia clásica de los últimos años demasiado desgastada. La excepción es Axel Kicillof, pero sería perverso pedirle peras al olmo cuando debe refugiarse en proteger a su provincia en condiciones dramáticas.
Al decir que compartimos de Ricardo Aronskind, en su más reciente publicación en La Tecl@Eñe, la clave del panorama es que Milei, como persona y como expresión de una política de Estado, supera (o superaría, adosamos) lo que el sistema político y social aguanta.
“Es una piñata de negocios en todos los terrenos (…), pero la clase más rica del país no quiere aportar recursos aunque sea para un gobierno que les gusta (…) Nuestra burguesía ha dado reiteradas muestras históricas de ser completamente indisciplinada y hostil a construir un modelo político viable (…) La derecha astuta, muy claramente representada en Pichetto, no deja de agarrase la cabeza y preguntarse cómo son posibles dificultades y tropiezos con el 55,4 por ciento de los votos para un programa neoliberal, con parte del público que no entiende nada y otra parte que está a la defensiva, estigmatizada y acusada de K”.
En esa angustia de los Pichetto de la vida, que no pueden creer tener tantos problemas con casi todo a favor, se encierra parte de la cuota de optimismo que le cabría a esa oposición totalmente acéfala.