Desde fines de diciembre del 2023 los comedores de todo el país se encuentran en emergencia alimentaria. No reciben comida desde el Gobierno nacional y la cantidad de personas que se acercan a los espacios comunitarios se duplicó. Las organizaciones sociales, que sostienen con un arduo trabajo en esos lugares, denuncian que las partidas presupuestarias para los comedores están, pero el Gobierno no las reparte. Los espacios comunitarios están haciendo malabares para seguir cocinando y no cerrar sus puertas. Crónica desde el territorio, en un comedor comunitario del conurbano bonaerense.
Son las 10 de la mañana y en el comedor “Los chicos de la vía” ya están cocinando. Hace un rato paró de llover y algunas niñeces juegan en el descampado. Al lado de las casillas precarias se puede ver una manzana entera con viviendas de construcciones sólidas, a medio terminar y una pila de caños de hormigón para hacer los desagües.
--¿Esas casas para quiénes son?
--“Para nosotros, para el barrio”, responde Marcela rápidamente, esperanzada y agrega: “Ya las tendrían que haber entregado en diciembre supuestamente, pero con el cambio de gobierno quedó todo parado hasta nuevo aviso”. Atrás un niño habla con el fotógrafo del diario que le había hecho la misma pregunta y le responde: “Espero que me pueda mudar ahí antes que me muera”, todxs se ríen. La obra parece estar avanzada pero hace unos días se paralizó, faltan los techos de las casas y la red de agua. Por ahora no tuvieron más noticias.
El comedor es la única construcción de cemento que tiene el barrio, adentro hay tres chicas cocinando y un varón. Afuera la lluvia mojó el piso de tierra y hay que esquivar los charcos. La hija de Marcela peina a una nena más pequeña. El cacareo de un par de gallinas se suma a la sinfonía de los pájaros. El paisaje lo completan dos carros, que usan las personas del barrio para cartonear, una perrita que parece haber parido hace muy poco, dos caballos y un potrillo. “Ese nació acá”, dice Marcela, con una sonrisa.
Marcela es la referenta del comedor "Los chicos de la vía", un espacio socio comunitario del Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE) que nació en 2019 y desde ahí nunca paró. Asistieron al barrio durante toda la pandemia. "Si bien antes también estábamos mal pero, por lo menos, la comida llegaba, ahora ni eso tenemos". Siguen cocinando como sea, con lo que tienen, a veces sacando plata de sus bolsillos, pidiendo donaciones, todo pequeño aporte suma. Marcela define como “desesperante” lo que están viviendo desde hace un mes, cuando dejaron de recibir los módulos alimentarios.
“Las familias viven de changas, salen a cartonear porque con el Potenciar Trabajo no les alcanza. Lo que yo noto últimamente que antes no pasaba, es que los primeros días del mes venía poca gente al comedor porque podían comprar comida con la plata que cobraban, hoy los días cinco del mes ya vienen todos a buscar su vianda.” El barrio está ubicado en Ingeniero Budge, ciudad del conurbano sur bonaerense que pertenece al partido de Lomas de Zamora. Son dos manzanas donde viven 98 familias en casas de chapa, sin asfalto y sin agua potable. Marcela cuenta que cada vez son más las personas que se acercan al comedor.
"Ayer, por ejemplo lo único que pudimos hacer fue comprar pollo, con el cupo de una tarjeta que teníamos de ayuda alimentaria, pero hay siete tarjetas para 31 comedores en Lomas de Zamora, no alcanza, es imposible. Últimamente nosotros estamos comprando de a poquito, un kilo de cebolla o colaboramos con el puré de tomate. Acá para cocinar para todos necesito un paquete de fideos de 15 kilos." El comedor cocina lunes, miércoles y viernes, hasta hace un mes atrás, esos días también se daba una merienda, ahora sólo pueden darla una vez a la semana. "El miércoles pasado, Valentina, una compañera que siempre ayuda al comedor, nos donó budines y pan dulce, con eso hicimos la merienda. Sacamos la mesa afuera y la tomaron acá", cuenta.
De las 98 familias que viven en el barrio, la gran mayoría se acerca al comedor, llevan su ollita o un tupper y se llevan la comida a su casa. “Acá hay otras necesidades, no es solamente la comida, como la salud por ejemplo. Una ambulancia viene, pero cuando la llamamos tenemos que esperar que venga un patrullero y después recién entra la ambulancia. Otro problema es el agua, ahora estaban mandando al aguatero del municipio porque no tenemos agua, están los caños pero no sale agua”, explica la referenta.
Marcela cuenta que en el barrio hay algunos pibes en situación de problemática de consumo, “acá no se vende, pero los chicos van a buscar a otro lado y son pibes que no tienen un acompañamiento”, dice Marcela. Además de sostener el comedor, ella trabaja en un centro barrial ubicado a cinco cuadras del Puente de La Noria, donde asisten a jóvenes que se encuentran en situación de consumo problemático. “Tratamos de contenerlos y derivarlos a espacios donde puedan ser atendidos en los casos que requieran internación”, cuenta.
Las personas que trabajan en el comedor reciben un Potenciar Trabajo de 70 mil pesos, una parte de esa ayuda social la destinan para cocinar. “Hoy un puré de tomate está a 850 pesos y yo para hacer un guiso, necesito cinco o seis puré, también necesito condimentos para que tenga sabor, porque ya de por sí tiene poco pollo. Nosotros tratamos de cocinar lo mejor posible", cuenta Marcela y agrega que a la tarde las cocineras salen a cartonear o hacer otro tipo de changas para llegar a fin de mes.
La ministra que preside la cartera de Capital Humano, Sandra Pettovello, no solo se niega a hablar con las organizaciones sociales que trabajan y organizan las tareas en los comedores, sino que además, se burla del hambre que se vive en los barrios con declaraciones provocadoras como: “¿Chicos, ustedes tienen hambre? Vengan de a uno que les voy a anotar el DNI, el nombre, de dónde son, y van a recibir ayuda individualmente”, dijo hace dos semanas cuando las organizaciones se hicieron presentes en las oficinas de su ministerio, ubicado en Juncal y Carlos Pellegrini. No solo se burló de ellas y no las recibió sino que, además, fueron reprimidas con gases.
El lunes cinco de febrero la ministra y el secretario de Niñez, Adolescencia y Familia, Pablo de la Torre, firmaron un convenio de asistencia alimentaria con la Alianza Cristiana de Iglesias Evangélicas de la Argentina (ACIERA) y con con la Fundación Cooperadora Nutrición Infantil (CONIN), a cargo del pediatra Abel Albino, recordado por la desopilante frase: “El virus del sida atraviesa la porcelana”, que enunció en 2018 durante su exposición en la audiencia del Senado donde se discutía el proyecto de ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo. Parece ser que la ministra, en realidad, quiere intermediarios, pero los elige a dedo.
"Cuando escucho en la tele que nos llaman planeros de mierda y dicen que nos quedamos con la plata, me da mucha bronca. Es mentira y sino nos creen que vengan acá y comprueben lo que hacemos. Me gustaría que la ministra Pettovello venga a los comedores, hay días que tengo ganas de largar todo, pero cuando viene un pibe a pedir comida sigo. Ellos quieren comer y nada más. No hay comedores fantasmas, existen y están en el medio de la nada, como este."
"A las organizaciones siempre les están tirando mierda y quienes estamos bancando somos nosotros, así como nos tuvimos que hacer cargo en la pandemia. Ahora está pasando lo mismo y creo que es peor. No sé en qué va a terminar esto, qué va hacer la gente cuando no tenga nada para comer”, se pregunta Marcela, tiene 48 años, nació en Lanús Oeste y hace dos se mudó a una casita cerca del comedor.
El cartel que está en el complejo de viviendas enuncia una obra de 264 casas que serán destinadas también para familias que viven en otro barrio cercano al costado de las vías del tren. "Las organizaciones están siempre presentes para lo que necesitemos, de hecho son quienes nos sostienen. Cuando hay inundaciones o alguna urgencia abrimos el comedor, si hay una tormenta vienen acá y así tratamos de sostener al barrio porque el Estado llega siempre tarde", agrega.
Daiana tiene 31 años, está haciendo arroz con salsa, cocina en el comedor desde que abrió. En una mesa cerca de la entrada, hay 10 ollas pequeñas que fueron trayendo las familias, pero es temprano y saben que llegarán muchas más. "Para mí, como para todo el barrio, este lugar es muy importante porque es el único comedor que hay. Ahora está muy complicado para todos, sobre todo en lo económico. Está todo muy caro, la gente no tiene trabajo, ahora los chicos empiezan las clases y no hay plata para comprarles los útiles", cuenta Daiana.
Marcela explica cómo eran los módulos alimentarios que recibían hasta hace dos meses: "Una vez por semana venía lo fresco, eran dos maples de huevo, una bolsa de papas, otra de cebolla, una de zanahoria y pollo, también frutas. Además, una vez al mes venía una horma de queso y dos veces al mes podíamos hacer pizzas, algo que hoy parece un lujo pero no tiene que ser así. ¿Por qué los pibes tienen que comer todos los días guiso?, necesitan comer variado, no solo harinas. Todo eso lo recortaron, primero lo redujeron cada 15 días y ahora ya no existe más. Últimamente mi marido está yendo al Mercado Central a buscar verdura y la reciclamos. La cebolla está mil pesos el kilo y yo para la olla necesito al menos dos kilos y cinco de papa, sino no es alimento".
Una joven entra al comedor y deja su olla, se llama María y tiene 27 años, vive en el barrio hace cuatro y está desempleada. “Este comedor a nosotros nos salva porque a veces no tenemos nada para darle a nuestros chicos, este lugar es todo para nosotros. No podemos salir a la vereda y decirle a los chicos, ‘hoy no hay comida’, a mí se me me estruja el alma de solo pensarlo, los chicos dependen del comedor y necesitan alimentarse. Nos hacen cagar de hambre, porque a este gobierno los pobres no les importamos. Mi marido trabaja, hace unas changuitas, pero no nos alcanza".