Son mujeres y algo más. Están desnudas, exhibiendo sus pliegues flácidos, sus pechos y sus tangas encarnadas con pasión y desespero. Las miradas esconden las intenciones de un monstruo que posa mientras se le escapan los últimos minutos de vida. En su nueva serie de mujeres blandas, Flavia Da Rin se hace preguntas sobre la vitalidad del espíritu y los procesos internos que se ven desplegados en la superficie del cuerpo. Gravedad, su nueva muestra en Fundación El Mirador, es un bestiario de erotismo lumpen, una vidriera de chicas fáciles y peligrosas.
A lo largo de más de 20 años de carrera, Flavia Da Rin se convirtió en el disfraz y también en el cuerpo: desde un niño muerto hasta una artista de las vanguardias del siglo XX, su interés por transformarse, ser otra y habitar otras, consolidó una obra de arte creada a partir la performance, la interpretación teatral, la fotografía, la intervención digital y las referencias de la cultura pop.
En Gravedad aparecen retratos de mujeres con pelucas de colores, hebillas de fantasía y expresiones faciales que rondan lo monstruoso y lo patético. Toda la muestra parece el catálogo de una industria sexual moribunda y devenida en decadencia, pero estas criaturas salvajes todavía insisten con exprimir las últimas gotas de su sensualidad. Según la artista, son el resultado de interrogantes sobre la vitalidad de los cuerpos en el periodo pandémico y posterior, la exposición erótica como moneda de cambio en las redes y los parámetros normativos para la representación de la sexualidad. En un mundo que se resetea constantemente: ¿ Por qué sobreviven las formas establecidas para ser sexy?
Más que un cuestionamiento sobre la belleza y lo que significa un cuerpo normado, los retratos de Flavia dan cuenta de un espíritu desgastado, de cómo un cuerpo exhibe lo aprendido de una manera automática y poco reflexiva. Posa quien intuye que puede ser observado, y para esto no le queda otra opción que hacer el movimiento más seguro, ese que atrape la atención de los otros. El devenir sensual y sexual puede ser, entre otras cosas, autoimponerse la obviedad: el culo parado, agarrarse las tetas y morderse la lengua mientras las manos abren las nalgas.
La idea del espíritu desgastado se puede expandir a otros aspectos de la vida contemporánea: el déficit de energía vital que dejó la pandemia, la amargura contra los avances de los gobiernos fascistas en el resto del mundo, la militancia en redes que pareciera reemplazar cada vez más la presencia en las calles. Las mujeres blandas de la artista podrían ser una alusión a una época desnutrida, dónde la única salvación es la pose, ese acto mecánico para dejarse ver por alguien más. Aún así, las obras no juzgan ni toman una actitud punitivista. Con un dejo de humor, sugieren que los cuerpos son parte de una historia interna que puede reescribirse desde lo externo, borrando así los hábitos y las obligaciones que la sociedad les impone.
A su vez, el aura de desgaste y repetición que imprimen las obras se puede vincular con el padecimiento de algunas divas del pop, esas que los trolos aman consumir y desechar ante el menor error. Beyoncé, Katy Perry, Lady Gaga, Ariana Grande y otras – iconos de la música desde el 2010 en adelante – ahora parecen perdidas en el agotamiento que heredaron luego de una década de haberlo dado todo en nombre de la sexualidad, la pista de baile y la fama.
Un tanto rotas y perdidas, estas estrellas pop intentan reinventarse hasta el hartazgo y alcanzar ese estatus de vitalidad que alguna vez tuvieron. Desde Ariana Grande y su extraña relación con la belleza y la apropiación cultural, hasta Katy Perry relegada a vender zapatos en las redes, las “viejas” divas del pop también exhiben una transformación producto de las fórmulas y las exigencias de la industria. A pesar del desgaste corporal y mental, no les queda otra que seguir posando y renovando la perfomance de la artista perfecta, natural, sexy, lo suficientemente en control pero sin perder la espontaneidad hecha en laboratorio.
Sus cuerpos pornográficos son instrumentos para vender canciones y fantasías al público. No importan las ganas o el cansancio, no importa si no están de acuerdo con las estrategias de sus managers o sus tiranos agentes de prensa. Para ellas la única forma de sobrevivir es seguir adelante y mostrar sus pelucas nuevas, sus caras intervenidas quirúrgicamente, hablar de política lo justo y necesario y rememorar coreografías de principios del 2000.
La industria del porno y la música pop comparten la energía de la repetición, el accionar mecánico y el encuentro rápido con el placer. Son modelos de consumo que ofrecen poses y movimiento para un cuerpo que mira en busca de protagonismo. Algo de esto parece jugarse en las obras de Flavia Da Rin: un pedazo de carne arrugada que se mueve, un bulto flácido apto para el maquillaje, unos ojos moribundos que niegan su tristeza. Algo importante para decir, aunque ya no queden energías para hablar.
Gravedad, de Flavia Da Rin se puede visitar de Jueves a sábados de 15 a 19 h en Fundación El Mirador, Brasil 301.