Está el que vigila que no llegue la policía, el que relojea entre mingitorios y el que eyacula en bocas hambrientas. El mirón. El exibicionista. La manflora que entra al cubículo para relajarse y la que resuelve su cola ardiente con una escupida. Solo si se observa de lejos parece un caos, ya que en este engranaje fogoso hay códigos que se mantienen, porque en las teteras todo se comparte y si alguien dice no, es no.
“Se coge y mucho pese al olor y al abandono, o quizás por eso mismo”, escribe Gustavo Pecoraro en De querer así, su primera novela publicada en la editorial más maricona de España, Egales, y arribada en los últimos meses a las librerías de Argentina.
Son fines de los 70, principios de los 80. El eros urbano que narra Pecoraro yira en un cubo lechozo delineado entre Pueyrredón, Florida, Santa Fe y Corrientes; donde la cartografía se traza con ojo de loca buscando la posibilidad de un deseo negado por los edictos, las brigadas de moralidad y el repudio social. “La estación de Tres de Febrero era un oasis del culeo en medio de la nada; provocaba una mezcla de miedo y excitación”, se deleita la voz en primera persona emplumada.
El relato viaja en el tiempo con la historia de Nelly, la madre del protagonista, una mujer de pueblo que llegó a la capital en busca de un sueño y terminó creciendo de golpe, casada con un viudo y haciéndose cargo de su hija. En el presente del relato Nelly tiene Alzheimer y sus habilidades se apagan lentamente, pero las cartas que durante muchos años escribió a su amiga Alicia sirven como pasaporte para entender su pasado y la genealogía de su hijo.
Los recuerdos de la infancia de Pecoraro están en Mar del Plata, ciudad donde su familia se afincó para empezar de cero en un barrio periférico, sin amigos, sin familiares. En ese paisaje marcado por el viento del Atlántico no hubo cuentos antes de ir a dormir ni gestos demostrativos de cariño, pero en los hechos su madre estableció un lenguaje amoroso que permitió construir cierta confianza con el pequeño. “A la soledad que empezó con esto le debo mucho de mi fortaleza, me fui acostumbrando a ella, me vulneró, pero a la par me dio herramientas para enfrentarme a la intemperie donde fui a buscar mi felicidad”, escribe el autor.
“Nada es ficción en las novelas como todo es ficción en las biografías”, dice en el prólogo José Luis Serrano. Es que en De querer así el narrador se llama Pecoraro, algo que en los últimos años se popularizó con el nombre de autoficción y evidencia la arbitrariedad de los géneros cuando lo que se persigue es el ritmo de una historia. Entre amantes y amores, migración, activismo y el diagnóstico de vih en años donde parecía una condena; quien lea podrá sacar conclusiones de cuántas veces eso que se llama destino es torcido, vengado por la pulsión vital de alguien que caminó y se arrodilló con orgullo para seguir su deseo.