Sincopando fue el nombre bajo el que se amparó un escuadrón de cinco grandes guitarristas. Integrado por Ricardo Cianferoni, Chuni Cardozo, Félix Taboada, Raúl Vázquez, y en el guitarrón inicialmente Paulo Luiz Coutinho, más tarde Horacio Lavaisse. Todos profesores de música con notables trayectorias de formación académica y artística, cada uno con su impronta y particularidad. Todos santiagueños, salvo el destacado Paulinho Coutinho nacido en Brasil y radicado en Santiago del Estero hace varias décadas.

En nuestro país hay una larga tradición de ensambles de guitarra, de tres o cuatro guitarras, pero la ocurrencia de completar un quinteto con un guitarrón es algo no tan común. El guitarrón, tal como su nombre anticipa es un instrumento de un cuerpo un poco mayor a la guitarra y con una afinación más grave. Generalmente acompaña rítmica y armónicamente rasgueando, y eventualmente puede realizar una línea de bordoneos con los bajos.

El grupo inició su camino en el año 2005 con una agenda de giras que los llevo por diferentes partes de la provincia y el país. En Buenos Aires, por ejemplo, contaron con el acompañamiento entusiasta de Luis Salinas en un recital inolvidable. Una breve reseña de Adriana Franco, publicada en diario la Nación en el año 2008, afirma: “Al estereotipo del toque extrovertido del santiagueño, el quinteto aporta un abordaje distintivo que busca en la complicidad armónica y en la amplitud estilística que abunda en la región.”

El disco es testimonio de la tarea artesanal que implicó en algunos casos tomar los arreglos de Roberto Calvo y adaptarlos para la formación, y en otras circunstancias como la chacarera “Siempre verde” importó la creación de nuevas obras. La tarea de descubrir y tramar la sonoridad de 30 cuerdas, significó para este grupo de músicos santiagueños el encuentro matinal del ensayo con un popurrí de masas y mate, razón por la cual en algún momento conjeturaron denominar al grupo como “cinco pandos”, según comentan entre risas. Aquello afortunadamente no fue necesario. Ricardo Cianferoni recuerda alguna vez haber recurrido a una tabla de picar de la cocina para marcarle a sus compañeros el discurrir rítmico de “La bolivianita”. A los golpazos y risotadas como quien machaca un pedazo de carne se interiorizó aquel agitado tempo.


La vocación docente de todos los integrantes estuvo presente en el trabajo, por lo que no sólo existió un propósito artístico, sino también pedagógico y didáctico intentando acercar al estudiantado un nuevo horizonte de enseñanzas y aprendizajes. Quienes, por ejemplo, interpretaron en el aula del profesorado de música de Santiago del Estero el arreglo de la “Zamba a la mujer santiagueña”, realizado por Horacio Lavaisse que impregna de tonada cuyana aquella maravillosa composición. En el guitarrón el maravilloso Paulinho, pulsador de mano firme, quien según comentan sus compañeros “limaba y pulía sus uñas en cualquier pared rugosa de cemento”. “Yo nunca he tenido lima”, me reconfirma Coutinho.

En la versión de “Nostalgias santiagueñas”, debo confesar que me resulto muy difícil identificar a dónde fue quedando la melodía de aquella zamba. Hay un suspenso que no cesa, y cuando el oyente cree que obtendrá respuesta aquel abismo armónico, la versión da su último suspiro disonante, abriendo nuevas preguntas. “Sonoridades debussyanas, o giros de ravel” me sugiere Paulinho Coutinho. Hablando de nostalgias, traigo a la memoria un refrán ruso que postula que “es todavía más difícil predecir el pasado que el futuro”, pues la nostalgia se basa en esta dificultad de predicción de hecho. No solo los nostálgicos santiagueños, sino los de todo el mundo tienen muchas dificultades para expresar que es lo que añoran exactamente: otro lugar, otra época, otra vida mejor, quién sabe. Esta versión hace gala de aquel extravío existencial. Pues como dice el poeta Leopoldo Castilla "nunca vuelve en sí el desterrado".

“Las variaciones de La olvidada”, es un arreglo de Chuni Cardozo, quien jugando promueve novedades en un clásico. Recuerda Chuni que yendo a tocar a la ciudad de Quimilí, Paulinho Cautinho, supo revolucionar el colectivo lechero que llevaba gallinas, comida, y encomiendas de todo color y forma. Resulta que para combatir sus ansiedades no tuvo mejor idea que promover la realización de un crucigrama colectivo, involucrando a todos los pasajeros, quienes debían responder ante su exaltada requisitoria cual podía ser la palabra que calzaría justo en la delimitación de los casilleros, matizando cada aporte con sus carcajadas y celebraciones. De aquella misma actuación quedo en la memoria del grupo la cerveza negra con chipaco que degustaron detrás del escenario.

“¿Qué es arreglar? ¿Qué se rompió diría Atahualpa?" Así arrancó su intervención Horacio Lavaisse, quien luego respondió al interrogante diciendo que “se trata de vestir a la canción y decirla como uno la siente”, luego citó a Jack Morelenbaum, violonchelista de Caetano Veloso, quien dijo alguna vez “que el arreglo debía ser invisible a la canción”. Mucho de lo que dice Lavaisse está presente en el disco, hay ante todo un sonido que demanda agudizar los sentidos. Una comunión de cuerdas que desafían el tiempo y las distancias, la paciencia con la que se va tejiendo un gran telar a diez manos. Mientras hablan no solo comentan lo pasado sino lo presente, los proyectos que los siguen encontrando y las noches inolvidables de gira, particularmente una a donde sucedieron “diferencias de alcoba” entre Paulinho y Chuni. Toda la situación se resolvió en la alta madrugada porteña con el rescate de Luis Salinas quien se llevó al guitarrista de Porto Alegre, para que las músicas sigan vibrando en los caminos, con las risas y los acordes compartidos.

Agradecimientos

El presente texto se escribió a partir de la conversación sucedida en el marco del ciclo “Discos Contados” impulsado por el músico Gonzalo “Chicho” Lucena que tuvo lugar en "Utopia, Libros y Café". Así también gracias a la generosidad de cada uno de los integrantes de “Sincopando” que apuntaron y sumaron información durante su elaboración.