El avión venezolano robado por Estados Unidos con el gobierno argentino como alcahuete es la expresión más redonda sobre el colonialismo. El manotazo descarado de la administración del norte, apelando a una argucia incalificable, se parece al acto de quitarle un velo a la estatua del cipayo.
La mentira que impulsó Clarín, con su habitual entusiasmo, contó con Gerardo Milman, el que pagaba a los delincuentes que preparaban el escenario del intento de matar a Cristina Kirchner y López Murphy.
El avión traía autopartes de Volkswagen. Pero cuando lo detectó la mafia mediática, pusieron el rugido del león de la Metro para empezar una película libretada por Kafka.
Milman, el diputado que pagaba fortunas a la banda asesina de CFK, López Murphy y la DAIA. Títulos de Clarín, TN y Canal 13, La Nación dando una mano. Una banda bochornosa de delirantes que metieron en el avión perros y agentes de la DEA, motosierras para cortar asientos, detectores de bombas.
Fue un enredo interminable. Los pasajeros, 11 venezolanos y cinco israelíes, fueron retenidos por el gobierno argentino, semanas, meses, en un secuestro solo explicable porque lo llevaba a cabo EE. UU. Alberto Fernández había declarado la guerra de los precios y explicaba Vicentin, no tenía energía para decirle a EE. UU., "señores, esto es un país... por favor".
Así que los despojos de la justicia argentina, la DAIA en su pobre papel de siempre, y Milman, un villano consumado, un tipo de cine propiamente, se rindieron a los pies del león. Y a sus plantas se rindió ahora Milei.
El avión lo llevaron de madrugada, hora ideal para un asalto. Atravesó el aire del patio trasero de Estados Unidos sin patente. Fue fantasma en el cielo de Colombia y Venezuela y llegó al hangar del gánster internacional más temido.
Una historia colonial, un despojo que no se puede explicar, una demostración de poder mediático y diplomático que define al mundo.