¿Cómo formar jóvenes espectadores de teatro y qué rol debe cumplir, en esa tarea que se vislumbra tan difícil, la escuela? Esas preguntas guían Nuevos públicos, artes escénicas y escuela (Leviatán, 2017), el último libro de Ana Durán, periodista especializada en artes escénicas, profesora de Lengua y Literatura y Magister en Ciencias Sociales con orientación en Educación por Flacso. Responsable hace doce años, junto con Sonia Jaroslavsky, del Programa Formación de Espectadores que depende del Ministerio de Educación de la Ciudad, la crítica e investigadora indaga específicamente en la recepción y el proceso de formación de los jóvenes que concurren por primera vez a una sala como espectadores de las artes escénicas. “Si van una sola vez al teatro, no es nada. Si van desde chicos, repiten la experiencia y hacen actividades en el contexto del aula durante cinco años seguidos, eso sí es entrenamiento”, dice la escritora a PáginaI12, convencida del poder que tiene en estos casos esa repetición. 

Según la autora –que ya había publicado con Jaroslavsky Cómo formar jóvenes espectadores en la era digital (2012)– “muy pocos” jóvenes van al teatro, “pero tampoco acceden a otros consumos culturales considerados cultos y para gente más grande, como ópera, cine de arte, música clásica, jazz, blues, folklore, presentaciones de libros o exposiciones de arte”. Para Durán, en cambio, los chicos consumen “lo que ofrece la industria cultural para sus nichos”. “No diría que hay una teatrofobia o una danzafobia, sino que no aparecen en el marco de sus opciones de ocio creativo. Tampoco son una opción para las instituciones educativas, que mientras son más chicos los llevan a ver infantiles o títeres pero después de séptimo grado no saben qué hacer”, cuenta. 

Consultada sobre qué cree que podría hacer el Estado para fomentar la concurrencia de jóvenes, la investigadora responde: “Mucho. Se podrían hacer varias acciones, como por ejemplo que los teatros públicos tengan un área seria de Educación, que se generen líneas de apoyo para programas de formación de espectadores no sólo en artes escénicas sino también en las otras artes, y que se articulen (los ministerios de) Cultura y Educación para financiar estas acciones”, dice Durán, que confiesa que sueña como “un mundo cultural paralelo que exista en los turnos mañana y tarde en el que los artistas cobren por acercar su arte a niños y jóvenes”.

–¿Qué prejuicios tienen los jóvenes para con el teatro?

–Creen que es para mayores de 45 años, cultos y con plata. Así lo definen en las investigaciones que venimos haciendo junto a Sonia Jaroslavsky desde hace doce años. Lo interesante es que los artistas del teatro independiente por lo general no creen que estén haciendo teatro para este grupo concreto, pero los datos que recogimos del primer semestre del Teatro Nacional Cervantes, por ejemplo, arrojan la certeza de que efectivamente el 87 por ciento de los asistentes tiene nivel terciario o universitario. En las salas de teatro y danza independientes seguramente los datos son otros, pero tengamos en cuenta que para la mayoría de los pibes de escuelas públicas lo único que existe en sus imaginarios es el teatro comercial, y no así el independiente ni el oficial. Y por supuesto, creen que se van a aburrir…

–Pero, ¿hay un teatro para jóvenes o es el mismo que el de adultos? 

–Para los pibes, igual que para los adultos, hay buen y mal teatro. Si llevas a un adulto a ver una obra “hecha para escuelas” se va a aburrir porque son formas ya pasteurizadas y ligth del teatro de verdad, del que está vivo. En cambio hay obras que después de verlas, los pibes salen diciendo que les llama la atención que la escuela les permita ver eso. El mismo teatro “habla” y los coloca en otro lugar que ya no es el de la escuela, sino en uno en el que se espera de ellos que perciban la fricción que la obra de arte les propone. Eso los asusta y los atrae a la vez.

–¿Cree que hay una distancia difícil de conciliar entre el ritmo del ritual teatral (prohibición de usar el celular, tiempo prolongado sentados y quietos) y el de los jóvenes? 

–Se supone que los pibes no se pueden quedar quietos y concentrarse en nada y sin embargo se quedan horas sentados jugando en la compu. Son barreras para no ponerle energía a las cosas que valen la pena. Formar espectadores lleva mucho tiempo, dedicación, trato personalizado y artesanal, amor, obsesión… de todo un poco. Pero vale la pena.