Mal aliento, vacío estomacal, ruidos intestinales, espasmos, languidez, dolor de cabeza, debilidad, pérdida de la autoestima. He aquí algunos de los síntomas del hambre, el más básico de los apetitos, el que no puede esperar a no ser a costa de enfermedad y muerte, el que si no se satisface va dejando secuelas y destruyendo la salud. Los poderes que desestiman a quienes sufren hambre imponen una ley marcial más insidiosa que un fusilamiento, porque mata lentamente. Y, antes de morir, si el hambre viene acompañada de humillaciones y maltratos, convierte a las personas en muertas vivas. En los centros nazis de exterminio las llamaba “musulmanes”.
En Los hundido y los salvados, Primo Levi testimonia que -a pesar de las privaciones- quienes lograban mantener la lucidez denominaban musulmanes a los extremadamente débiles que ya no podían sostenerse en píe. Habían perdido todas las atribuciones humanas y solamente conservaban la avidez de comer. Carecían de fuerza muscular y psicológica para erguirse y caminar, se arrodillaban y balanceaban la cabeza de arriba abajo en una posición que, de lejos, semejaba un musulmán orando.
El hambre, la guerra, la peste y la muerte -los cuatro jinetes del Apocalipsis- simbolizan los cuatro condicionantes que conducirían al mundo a su exterminio final. Alimentarse es mantener viva la llama de la vida y no comer es morir de a poco, hasta perder la dignidad humana. El caballo negro y su jinete (el hambre, que lleva en su diestra una balanza) son los únicos que, en la visión profética de Juan Evangelista, aparecen acompañados por una voz que habla del precio del trigo y la cebada. El texto sugiere que el jinete negro intenta aumentar el precio del grano para una continua abundancia de comida que provea a los sectores privilegiados, y nada para el resto.
La película Hambre, de la directora Sitisiri Mongkolsiri, muestra que -además de necesidad urgente en quienes sufren carencias- el hambre puede desatar impulsos eróticos; como si el acto de comer fuera la máxima expresión de dominio. El desprecio del dolor ajeno excita perversamente el morbo de las derechas. Se suele reflexionar sobre el hambre desde la pobreza porque se trata de una crueldad que sufren más quienes menos tienen. Pero, ¿qué puede lograrse si el apetito, como si fuera un cáncer, no se detiene?, ¿si el hambre, esa ansiedad que solo se calma con comida, deviene forma de subjetivación controladora, aporofóbica, violenta?
Y les anarcocapitalistas, ¿cómo se atreven a reducir a las personas y sus problemas a “capital”? En las ideologías de ultraderecha el capital se torna sujeto. Las personas son peones reducidas a comer las sobras del supuesto derrame y obligadas a alimentar la soberbia inmoral del poder. La ministra de capital humano (ex productora de Luis Majul) le dice “a quienes tienen hambre” que les atenderá individualmente. Se formó la kilométrica fila del hambre. Pero la “experta” (que preparaba su visita al Papa) no atendió a quienes ella misma convocó. Ignoró a esas personas, las dejó a la intemperie -sol, sed, hambre, cansancio, humillación- en una muestra cruel pero real del poder burlándose de las verdaderas “necesidades y urgencias”.
Comer es indispensable para la naturaleza humana, pero los poderes fascistoides lo convierten en manipulación. Juegan con el hambre. El ciclo de la comida es más que necesidad o placer. Es un paradigma de las desigualdades sociales y de la explotación que devora sus bases humanas, políticas, naturales. Los ricos buitres sufren de constipación financiera crónica, acumulan y no se amedrentan ante la rapiña.
Capitalismo caníbal sentencia desde el título de su libro Nancy Fraser. Refiere a una serpiente uróboro que devora su propia cola y termina fagocitándose a sí misma. La metáfora del canibalismo ofrece líneas de comprensión del accionar del mercado y su mano invisible. Permite ver un frenesí alimentario institucionalizado cuyo plato principal somos nosotres.
“Un orden social regido por una economía cuyo motor es la obtención de beneficio en poder alimentarse de los soportes extraeconómicos que necesita para funcionar: riqueza expropiada a la naturaleza y a los pueblos subyugados; múltiples formas de cuidado social crónicamente subvaluadas cuando no negadas por completo: bienes y poderes públicos que el capital requiere a la vez que procura restringir, y la energía y creatividad de les trabajadores para la plusvalía” (Fraser). Soportes vitales y componentes constitutivos del orden neocapitalista que, cada vez más, engulle a sus vástagos. Desestabiliza, promueve crisis incontrolables que van socavando nuestra existencia y enriqueciendo privilegiades.
Mientras en nuestro pueblo va creciendo el hambre, sus líderes conservadores ostentan opulencia que obtuvieron, justamente, del Estado. Mientras buena parte de la población gira en torno a la más urgente de las necesidades -mitigar el hambre- asistimos al vaciamiento de valores de la sociedad fagocitada por una economía contraria de la justicia y ni que hablar a la moral. Gran parte de las hambrunas son producidas por los colonialismos externos o internos, cuando coloniza una potencia extranjera o cuando la clase dominante castiga a su propio pueblo. Ambos espectros se hacen carne entre nosotres.
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El apetito conforma nuestra condición humana. Existimos en tanto deseamos. Somos potencias limitadas esforzándonos por conservar la existencia. Pero irrumpen las derechas anti patria para cortarnos las alas. Con hambre y sin justicia nos atraparon en los intestinos del dispositivo caníbal. Avidez de privatizar la tierra, la energía, la flora, la fauna y hasta el destino del planeta. ¿Se podría contrarrestar esta plaga? Nancy Fraser considera que sí, que la solución surgirá del socialismo. No obstante, lo mismo se pronosticaba sobre el fin de la pandemia y quien avanzó fue la derecha. Pero a partir del malestar social actual se están gestando alternativas genuinas para contrarrestar este sistema destructor del planeta y de personas, que frustra nuestras posibilidades de vivir dignamente en libertad y democracia. Se impondría así la mano visible de la justicia social para restablecer un Estado de derecho (no de decreto) para superar la injusticia estructural ultra capitalista que apela a la explotación de clase, la violencia bélica y la dominación de género.