“La identidad de la mujer pescadora está en construcción”, escribió Salomé Vuarant. Pensar en esa construcción es pensar en ciudades portuarias como Mar del Plata, donde Nancy Jaramillo (Trelew, 1976) es desde 2017 la primera capitana de un barco pesquero, es pensar en una comunidad que reclama por la participación de mujeres y diversidades en el sector y por la igualdad de condiciones laborales y es pensar también en otras comunidades, como en la de la amazonia peruana, por ejemplo, donde la mujer tiene que estar lejos del barco pesquero porque dicen que trae mala suerte. 

A Anita Conti, la oceanógrafa francesa que denunció los ataques al mar que hacían y hacen las pesqueras, también le dijeron que traía mala suerte. Anita Caracotchian (Conti es el apellido que adoptó a los veintiocho años cuando se casó con Marcel Conti, un diplomático) fue una de las primeras en estudiar los métodos de los barcos pesqueros y cuando lo hizo descubrió los excesos y la depredación de la industria en aguas oceánicas. 

Anita medía temperaturas, salinidad, población en los fondos marinos, dibujaba cartas de pesca, sacaba fotos con su cámara Rolleiflex y ya en la década del cuarenta denunciaba la matanza que la industria extendía sobre los ecosistemas marinos, la conservación de la biodiversidad oceánica estaba en peligro. Recorrió durante años las costas de África occidental, se embarcó (un viaje de varios meses) en un bacaladero en Terranova, escribió un libro donde reveló la enorme cantidad de pescado que se desecha porque la industria los considera inútiles para la venta y filmó un documental donde la cubierta bañaba en sangre amontonaba peces de descarte. 

“Estoy a bordo de uno de los más bellos buques bacaladeros franceses y mi tarea consiste en observar los medios actuales de detección y captura del pescado; y los de transformación y utilización de la masa total capturada […]. Buscando cuales serían las mejoras que pudieran efectuarse a bordo de los barcos nuevos. A título de documentación, debo tomar las fotografías en negro y en color, y registrar cerca de 1.000 metros de película de 16 mm en color. Todas estas imágenes, fijas o animadas, tienen por objeto precisar los métodos y las condiciones de trabajo en un buque factoría salador”. 

Anita, alistada en la marina francesa con un permiso de fotógrafa durante la primera guerra estaba alertando sobre lo mismo que se sigue alertando hoy: “Cuidado, el mar no es inagotable”. ¿Qué vamos a hacer con el océano? ¿Quién lo protege? ¿Cuántas son las áreas marinas libres de la depredación industrial? ¿Cómo se construye una identidad pesquera en pos de una pesca sostenible? En su colección de artículos y en sus libros reeditados y traducidos: Râcleurs d’océans, Terre-Neuve, Groënland, Labrador (1953 y traducido dos años después al español: Surcadores de océanos); Géants des mers chaudes, (1957) y L’Océan, les bêtes et l’homme (1971), Anita despliega la masacre cobarde, mezquina y ruin, y los efectos de la codicia de mano imparable. Tomó miles y miles de fotografías, filmó escenas a bordo, hizo anotaciones al margen, en la orilla de las orillas y no dejó nunca de pensar en el mar. Cómo no hacerlo, al mar nunca se lo ama de más, nunca se lo ama demasiado.