Miles y miles le pasan en auto por el borde, pero muy pocos entran. Menos chic que Sevigné y con un nombre que no llama la atención como Las Armas, aunque puede que tenga más años y sea bastante más grande, lo cierto es que muy pocos turistas la conocen. No creo equivocarme al decir que debe ser el pueblo menos recordado de toda la ruta 2.

General Pirán, a menos de cien kilómetros de Mar del Plata, hace treinta años que está establecida en más o menos tres mil habitantes, el tercer poblado del Partido de Mar Chiquita luego de su vecino hermano mayor Coronel Vidal –fundada hace más de un siglo como Arbolito- y la costera y coqueta Santa Clara del Mar.

Conozco algo del pueblo gracias a Germán Mársico, con quien estudié ingeniería allá por los 80. Él, como yo, se vino a estudiar de joven a Mar del Plata, donde aún trabaja y conformó su familia, y siempre vuelve al lugar donde nació y pasó su infancia. Es más, hace unos meses fue a festejar sus sesenta abriles con la familia piranense.

“Pirán es un cuadrado de no más diez cuadras por diez, no te exagero. Cuando llegué a Mar del Plata para estudiar en una escuela técnica, viví durante años en un departamento frente a la Plaza San Martín con una hermana que me bancó, y era tan paisano que no sabés el miedo que tenía de andar por las calles de una ciudad tan grande. Y eso que estábamos súper acostumbrados a los autos, porque de chiquito una de nuestras principales diversiones en el pueblo era sentarnos en la estatua del cóndor que está sobre la ruta, a la entrada del pueblo, y competir entre los amigos por cuántos de una marca o modelo pasaban rumbo a Mar del Plata”, cuenta risueño.

“Pirán nació en 1890 como una estación del ferrocarril y a su alrededor se fue conformando, o sea las vías pasan por el medio del pueblo. Le pusieron el nombre por el General José María Pirán, un militar y político de una intensa trayectoria de más de cuarenta años al servicio de Lavalle, Paz, Urquiza y Mitre que había muerto unos veinte años antes. Es que el hijo del general, el doctor Antonio María Pirán, le había comprado a los Anchorena un campo de 23.000 hectáreas que se llamaba 'La invernada en el Arroyo Chico', y dentro de su propiedad se fundó el pueblo. Él fue el impulsor y fue donando terrenos según algunos, devolviendo según otros, y así fue creciendo muy lentamente”, completa.

Pienso en los nombres de los lugares, cómo combinan la mistura que nos ha conformado como nación. Por un lado, los infaltables militares. Cuentan que Pirán fue un unitario muy cruel con los pueblos originarios y que peleó a las órdenes de Lavalle, mientras que el Coronel Vidal peleó en las luchas por la independencia y fue federal bajo las órdenes del Dorrego. Quizás se enfrentaron en algún momento en nuestras disputas civiles, qué dirían ahora que están tan cerquita. Por otro lado, Vivoratá y Nahuel Ruca, Mar Chiquita y Santa Clara. Voces mapuches, castellanas, algunas tomadas de la naturaleza y otras del santoral. Todo en el partido de Mar Chiquita, que además logra combinar muy bien el campo y el mar.

Germán nos cuenta los inicios: “La familia Pirán influenció notoriamente al pueblo, siempre estuvieron muy presentes. Por ejemplo, yo me llamo Germán por uno de los hijos o pariente del fundador, según me contó mi vieja. Mi abuelo Rafael Mársico llegó en los años veinte desde Italia. Empezó como peón y después logró arrendar pequeños campos y de a poco fue levantando su casa en el pueblo. Mi viejo José, que falleció cuando yo era muy chico, siguió el mismo camino criando siete hijos, yo fui el último. Tres de mis hermanos aún viven allá”.

“Pirán no es como Vivoratá o Vidal, donde yendo por la ruta uno ve todo lo que se ha construido en los últimos veinte años. Lo más lindo está adentro, para ver el crecimiento hay que entrar, e ir para el lado de la vía. Por ahí está el polideportivo, la pileta de natación, el museo. Ahí no hay desempleo o indigencia, todos tienen trabajo. Nadie se hace millonario, pero se vive con dignidad. Pero claro, el pueblo no crece aceleradamente, porque nadie quiere venirse a vivir a un pueblo tan pequeño, ¿no? Por lo general, la gente se encandila más con las luces de la ciudad. Por algo yo tampoco regresé después de recibirme de ingeniero electricista. Porque ¿quién me hubiera dado trabajo, de lo mío?”, dice, lamentándose un poco.

Pitingo Paredi es un peronista de cuna que hace unos años logró ganar la intendencia de Mar Chiquita y es piranense. Consiguió financiamientos de la provincia y de la nación. Es muy probable que haya convertido a Mar Chiquita en el municipio con más obras por habitante de todo el país. Le comento a Germán si en el pueblo reemplazan la tradicional marcha política por la marcha “piranista”: “Y podría ser, ¿no? Pitingo es un auténtico personaje. Hace unos años quiso ser presidente de Boca. ¿Mirá si lo hubiera logrado? Pirán se hubiera hecho famoso… Pero hubiera sido muy raro, un presidente de Boca que viene de un pueblo lleno de gallinas”.

Me quedo sin entender, y me explica: “En febrero tenemos la Fiesta de la Avicultura, porque somos el distrito con mayor producción de huevos de la provincia. En la última se acercaron veinte mil personas. Hay elección de la reina, conjuntos musicales, puestos de comidas. Porque en la zona hay muchos criaderos de gallinas, actividad que iniciaron hace muchas décadas los curas salesianos que fundaron en el pueblo el Colegio Don Bosco. Es nuestra principal industria, con un millón y medio de aves que producen cerca de un millón de huevos por día. Quinientas gallinas por habitante, ¿te imaginabas ese número?”

Le pregunto por qué hay que salirse de la ruta 2 e ingresar a Pirán. “Porque integra lo viejo y lo nuevo. Porque tenemos una iglesia hermosa que vale la pena conocer, construida hace más de un siglo, con un estilo gótico. Porque en la plaza está una de las réplicas de la estatua de la libertad de tres metros de altura hecha en bronce por el mismo escultor francés que hizo la que está en la entrada de Nueva York. La donó el fundador y la hizo colocar en 1910, en una plaza todavía completamente pelada. Con varias particularidades, en lugar de antorcha tiene una lámpara eléctrica que se enciende por la noche, y en la cabeza de la libertad un hornero construyó su nido de barro. ¿Decime si no es original? Y no hay que olvidar de pasar por la Panadería Alvarez a comprar la galleta de campo, riquísima”.

Muchos piranenses destacan como particularidad de su lugar a una estatua que en verdad es una réplica pequeña de la estadounidense y una de las muchas que existen en todo el mundo -solo en nuestro país hay cinco o seis-. Curiosa manera de definir la identidad. Me quedo pensando en lo que implica la palabra, tan tironeada en estas épocas por sus diversos sentidos. Pareciera una resignificación piranista de la tradicional libertad, igualdad y fraternidad, agregándole a la libertad el indispensable progreso y la relación amigable con el ambiente natural.

“Para mí, lo más extraordinario de Pirán, que no es tan conocido y en definitiva, lo más importante, es la enorme cantidad de gallinas. Porque en definitiva la producción de estas aves le da sentido de existencia a todo el pueblo. Y además, también tenemos una estatua de una gallina, construida con discos de arado”, concluye Germán con criterio operativo, típico de un ingeniero.

Finalmente, lo práctico sobre lo simbólico. O sea, economía mata libertad, carajo. Y no sé si quedarme contento. Luego pienso que una estatua nunca es el valor en sí, sino solo una forma arbitraria de representarlo. Y me tranquilizo un poco.