“Si no tienen pan, que coman pasteles”. Esta frase nunca la dijo María Antonieta pero se le atribuye a ella en la cultura popular, porque expresa perfectamente el clima de época previo a la revolución francesa. El palacio de Versalles como un monumento a la opulencia, desborde cortesano, el financiamiento de guerras inútiles, deudas, la limosna mínima y un exceso de joyas que reventaron las arcas de la realeza francesa y les hicieron perder la cabeza en todo sentido. Del otro lado de la muralla, ni una migaja. ¿A qué les suena?
Javier Milei llegó al poder criticando el derroche de “la casta” y mostrándose a sí mismo como una persona austera, que rechaza los placeres mundanos: su goce consiste en celebrar que no hay plata y festejar la motosierra como si el sufrimiento expiara los pecados de “la fiesta kirchnerista”, el “plan platita”, los planes, y que les hayan hecho creer a la clase media que podían irse de viaje y comprar una tele.
Sin embargo, esta bandera discursiva se chocó en varias oportunidades contra la realidad. Como ocurrió este mes, al hacer gala en su IG de lo que, más que un viaje de Estado, parece haber sido una luna de miel con su hermana y vacaciones en Israel. Mientras en Buenos Aires la gente hacía filas con 40 grados para registrar la SUBE, él subía sus fotos llorando frente al muro de los lamentos, bailando entre rabinos con la euforia de un adolescente en su barmitzva y paseando con su hermana por distintos puntos turísticos en Roma. En las postales, siempre de espaldas a la cámara.
Así como el menemismo inauguró el ethos de la pizza con champagne como representación de los excesos bananeros del todo x dos pesos, los viajes a Disney, Silvia Suller, el jarrón de Cópola, la Ferrari roja, el cohete remontado a la estratósfera, Menem con Susana en la playa y la decoración dorada; la superioridad estética de la era Milei también tiene sus propias definiciones en cuanto al lujo y el derroche. Una estética caracterizada por la tela morley, los buzos de polar, el pelo platinado, los jeans elastizados, las cejas bien definidas y el shock de queratina. Una impronta arribista que huele a comida recalentada y tiene la misma aura que una vajilla de plástico. Una línea conceptual que difiere de la estética PRO old money, que se caracteriza por el broderie, las chombas de Lacoste y prendas de La Dolfina.
La estadía del flamante presidente en el Hotel Libertador, las habitaciones de lujo donde se alojó en Europa junto a su nutrida comitiva, la creación de caniles con aire acondicionado para sus perros y las “escapadas” a MDQ para chapar con Fátima en un teatro de revistas, previo discurso sobre el sufrimiento, configuran la mirada superior moral y estéticamente de Milei.
La estética menemista estuvo atravesada por una vocación del goce sensual erótico a lo Pamela Anderson y la exuberancia de los cuerpos, los outfits brillantes, las cadenas de oro, el animal print y el lujo importado, donde Menem era el caudillo seductor y estrella central del star system local. Milei carece de ese carisma y seguridad de macho argento; le acompleja su altura, su papada y el tamaño de sus pies y, en los actos concretos, su líbido real parece estar más orientada a su hermana, que ya entra en la calidad de primera dama y los rabinos con los que se rodea y abraza hasta llorar.
Sin embargo, sabe que su núcleo duro de militantes son varones jóvenes guardianes de la heterosexualidad con mayúsculas y necesita afianzarse como conquistador de minas para legitimarse dentro de este espectro. Esto lo que hace a través de la figura de una (cada vez más incómoda en su papel) Fátima Flórez con quien, cada vez que puede, aprovecha para demostrar que sí es un varón hecho y derecho, como un adolescente de 7mo grado que, al final de la matiné, le da un beso a su compañera para que el resto del curso vea que ya es un hombre. Una performance carnavalesca que incluye escotes profundos y un outfit dorado. Porque todo vuelve.
La fascinación por los cuerpos femeninos como forma de legitimación política de LLA, sin embargo, no termina ahí. Mientras Karina Milei, por ser la esposa “simbólica” del líder, no está sexualizada, más bien, todo lo contrario, el resto de figuras y referentas de este espacio sí apelan a la mirada masculina para reforzar su capital político. Una de las mayores exponentes de este grupo es la ex cosplayer y maquilladora de Milei, Lilia Lemoine.
A pesar de su discurso anti feminista y pro biblia y castidad, la diputada usa sus redes sociales para compartir imágenes suyas, ya sean hechas con IA o tomadas en su despacho, con poses provocativas y beboteo legislativo, caracterizada como una súper hernoína que llegó al Congreso para domar zurdos. Quien también sigue esta línea es la diputada Juliana Santillán. Mientras en las afueras del Congreso manifestantes eran gaseados en la cara y corridos a escopetazos por la prefectura durante el debate por Ley Omnibus, ella compartía en su IG posados con el presidente del bloque de LLA en lo que parecía ser la antesala de una película porno. Curiosamente, tuvo que cerrar los comentarios. Como comentó un usuario: ni Rompeportones se atrevió a tanto.
Que las intervenciones en IG de las referentas de LLA carezcan de reflexiones, definiciones o propuestas políticas concretas no preocupa a sus fans, que se suben al tren fantasma de la fantasía erótica de LLA como una cofradía de adolescentes en un viaje de egresados. Esta rienda suelta se manifiesta en las imágenes que ellos mismos diseñan con IA, donde representan a figuras como Victoria Villarruel como una mujer maravilla sexy y voluptuosa.
Mientras en las redes ellos critican a sus adversarias políticas, como Ofelia Fernández, Natalia Zaracho o a cualquier feminista, tratándolas de gordas, planeras, tanques australianos, negras, sucias, peludas, atragantadas de polenta y, lo peor de todo, usuarias de flequillo, las mujeres idealizadas de LLA representan todo lo que ellos buscan en una chica: que estén buenas y que no digan demasiado. No sea cosa que metan la pata, como cuando Lilia habló de legalizar el abandono paterno: una jugada que le implicó una catarata de insultos de los votantes libertarios, que le adjudicaron a ella solita la floja perfirmance electoral de la segunda vuelta. Mejor, que las mujeres no opinen, que para hablar están los varones.
Como si fuese el palacio de Versalles, la Rosada y los despachos de LLA del Congreso se están transformando en un bacanal de lunas de miel por Europa, erotismo libertario, rabinos bailando, papadas fotoshopeadas, chichoneo en el balcón presidencial y caniles con aire acondicionado. Del otro lado de la muralla, ni una migaja. ¿A qué les suena?