Los carnavales son parte de mi identidad, en carnaval se conocieron mis padres, llevaban mascaritas, decía mi madre. Así que siempre desde de niñas nos disfrazábamos con mi hermana, a ella mucho no le gustaba, pero para mí era ocasión de dejar de ser tímida. La máscara habilitaba. Es la esencia del carnaval, la fiesta, lo permitido en ese tiempo ritual. Lloraba si no me llevaban al corso.
La vida y sus vueltas me acercó al psicodrama, pero no cualquiera, sino el del Instituto de la Máscara, donde juntamente lo carnavalesco tiene su importancia y lugar.
Me formé con mis maestros, Mario Buchbinder, Elina Matoso, Claudia Agostino y mis compañeres que también lo son... y uno de los temas que siempre trabajamos es el del narcisismo del coordinador. No imponer sus ganas. Y hoy me vi en una encrucijada ética: a mí me gusta el carnaval, ¿a les niñes de la básica donde coordino un taller los sábados les interesara? ¿Estoy imponiendo mi narcisismo? ¿O mi deseo? ¿O se trata de mi identidad? Así que fui todo lo cuidadosa que pude y algo entre lo que ellos entienden por carnaval y mi historia se armó. Mi hermosa compañera Corina Rotundo me hizo la segunda. Disfrazadxs jugamos...
Y pensé que imponer el narcisismo no es ético pero dejar la identidad afuera tampoco. Somos capas, capas identificatorias, genéticas, históricas, sociales, es por ahí que circula el deseo y llega a la acción de mano de algún gesto... esto me hace pensar en la diferencia entre narcisismo e identidad, poder diferenciarlo para no autocensurarnos superyoicamente. El deseo del coordinador puede abrir paso a otras escenas posibles para él y para quienes participan. Y modificarse en el camino para ambas partes.
En mi consultorio suele haber detalles, un cuadro de las madres, un pañuelo verde, están por ahí, no son el centro, pero están... sin embargo muchos pacientes no los ven. ¿No los ven? Mi celular tiene un dibujo de Eva Duarte en la tapa. ¿No lo ven? ¿La analista debe guardar esos detalles? ¿Hace falta? Creo que ahí está el riesgo, mostrar algo de la identidad y ponerlo a trabajar si es necesario.
Formar parte de un equipo interdisciplinario en una unidad básica del sur de la ciudad forma parte de esos desafíos éticos. Claramente no es un lugar neutral, ¿eso complica mi escucha? Por mi parte no, pero tal vez podría serlo para quien consulta, sin embargo no parece suceder, es más, muchas veces hay que aclarar que es un espacio político, aunque haya cuadros y pinturas que no ocultan nada. ¿Qué máscara aparece ahí? Que el consultante no ve y ve.
Hay un arte en juego, no lo dudo, el arte de no imponer nuestro narcisismo pero tampoco ocultar nuestra identidad. Somos parte de una unidad básica. Y como analistas tampoco podemos dejar de tomar esa resonancia... unidad básica... unidad... básica... base... sostén... para afuera y para adentro.
El carnaval es algo muy importante en mi vida, tanto que el carnaval y mi infancia son un continuo, puedo relatar acontecimientos recordando disfraces. Aquí el recuerdo como máscara:
“Ese día salimos con mi madre, yo vestida de dama antigua, muy producida, peinetón, mantilla, peinado, abanico, aros. Fuimos de mi tía Negra, ella se llama Silvia como yo. Pero era la tía Negra, mi madrina. Su casa quedaba al fondo de la casa de su suegra, que tenía un loro que decía Perón Perón todo el tiempo. A mí me daba miedo y atracción. Decían que no había que pasar cerca porque te podía picotear. El tema es que para que el loro no me robara la mantilla yo me quedé sentada en el comedor de la suegra de mi tía. Sentada, sola, quieta. Y de pronto siento un vientito en mi cuello... giro la cabeza y el hijo de la suegra de mi tía, el hermano del marido de mi tía, pega un salto y se asusta ¡y yo me asusto más! O eso creí.
Él dijo: pensé que era una muñeca, tan quieta, no parecía humana.
El joven, supe después que fue parte del Comando de Organización peronista y se asustó de mí. Lo que puede un disfraz bien llevado. Una dama inmóvil.
El carnaval no es sin la política que pretende controlarlo.
La clínica no es sin lo carnavalesco en juego, en el sentido de las máscaras identitarias.
Ese joven fue un personaje menor pero siniestro de nuestra historia familiar, ¿su máscara era el loro? ¿A quien le teníamos miedo?
Capas y capas de historia, personal y colectiva.
También hubo un tío montonero, en su mesa de libros estaba Freud, Marx, Foucault, estudiaba letras y tenía amigas muy bellas, recuerdo a Pop y a Ercilia, ella desapareció.
Luces y sombras de nuestra historia en cada une están presentes en mi modo de ejercer y el del equipo que me [1]aloja: cuatro psicólogas, una terapista ocupacional, dos acompañantes en género, y un grupo de militantes amorosos.
Silvia Sisto es licenciada en psicología (UBA), psicoanalista. y psicodramatista. Autora de “Los niños nos enseñan a psicoanalizar” (Odisea, 2013).
[1]Unidad Básica de Tenemos Patria Comuna 5 Boedo. Allí funcionan dos talleres, uno para mujeres en situación de violencia y otro para sus niñes.