Las elecciones del 19 de noviembre del 2023 fueron pródigas en desatar toda clase de acontecimientos políticos, económicos y sociales inesperados. La desmesura, impericia y falta de patriotismo de la LLA conducen al país al abismo, y nos obligan a analizar con detenimiento las lecciones que deja la derrota. Una es lo que pasó en la elección a intendente de Rosario, donde a pesar del resultado adverso, la oposición emprendió un camino distinto, con vocación de disputar poder en serio. Animado por la mala gestión del actual intendente, se gestó una alianza entre la izquierda (no trotskista) y el peronismo, que estuvo a 15.000 votos de arrebatarle la municipalidad al radical Pablo Javkin.
En Rosario gobierna hace 35 años la misma entente política: un frente compuesto por socialistas, radicales y grupos menores de la derecha local. Esta coalición se construyó sobre la deriva política de la mejor administración municipal desde el advenimiento de la democracia: la de Héctor Cavallero. Fue el primer intendente socialista, que luego rompió con su partido de origen, fundó uno propio y se alió con el peronismo menemista y después, con el kirchnerista. En esas mutaciones de político profesional dejó jirones del prestigio que legítimamente se había ganado en la gestión.
La Bolsa de Comercio de Rosario (BCR) es un factor de poder político local a tener muy en cuenta en el análisis. Un opaco mundo de negocios financieros, nacidos al calor del proceso de sojización de nuestra pampa húmeda que tiene una enorme influencia en la ciudad. Cerealeras transnacionales, puertos privados y negocios turbios de diversa índole son un poder omnipresente que opera sobre la política local desde la sombra. La violencia narco es el otro actor protagónico que completa el contexto. Con este escenario tan complejo, en medio de una arrasadora performance electoral de la derecha en la Chicago argentina (mote que cuadra muy bien con su historia), una coalición inédita entre la izquierda y el peronismo es una experiencia que hay que valorar en toda su dimensión.
Una de las características salientes de esta maestría electoral rosarina es su fuerte impronta lugareña. Al igual que en toda la Argentina, acá no encajaron los armados electorales construidos en laboratorios porteños. El desafío de esta etapa es abandonar definitivamente la mirada unitaria de la construcción política. Nadie quiere saber más nada con ese porteñismo chanta que expresó tan nítidamente el gobierno de Alberto. La traición de la burguesía porteña -intelectual, “progresista” y portuaria- fue la que nos trajo a Milei de regalo. Este es la medida real del hartazgo popular con nuestro gobierno.
El centralismo ha dejado heridas muy profundas. Lo expresan a viva voz los gobernadores, cualquiera sea su signo ideológico: Insfran, Torres, Llaryora o Weretilneck. Hay un reclamo muy fuerte en todo el interior profundo de un federalismo popular que se ocupe de solucionar problemas concretos. Se trata de representar las demandas de los territorios ante el poder central: no de ser sus personeros locales, reducidos a la función de voceros de por qué no se hacen las cosas.
La reciente experiencia rosarina debe ser analizada con mayor enjundia en el campo nacional y popular. Se le baja el precio con el claro objetivo de obturar una salida política frentista que rescate lo mejor del legado kirchnerista y lo una con la tradición de izquierda.
Otra originalidad destacable es la actitud positiva del peronismo rosarino y de su candidato Roberto Sukerman, dispuestos a salir de su zona de confort y apostar a ganar. El PJ armó el Frente Juntos Avancemos, con 10 partidos más. En esa interna Juan Monteverde (candidato de la izquierda) compitió contra Sukerman. Nos cuenta Tony Salinas, uno de los autores intelectuales de la movida: ”La conformación de un frente de derecha (PRO, UCR, PS) obligó a pensar un esquema coalicionista que permitiera llegar a las elecciones generales con un solo candidato a intendente. Así se decidió conformar una interna atractiva dentro del Frente. La ingeniería electoral que armamos fue política. Después adaptamos lo jurídico a las necesidades del Frente”. Un ejemplo de originalidad y flexibilidad, en el marco de un debate de ideas muy fuerte sobre la ciudad que queremos.
Este armado permitió superar la desconfianza histórica en torno a los Frentes que pergeñó el peronismo. ¿Qué hacía el PJ? Decía que armaba un frente que de frente solo tenía el nombre, para guardar las formas. Si había cinco lugares a salir en las listas, las distintas vertientes del peronismo ponían los cinco a dedo; y luego los cinco que le seguían, por las dudas renunciara o falleciera alguno. A partir de ahí se abrían las listas a los aliados, que de máxima podían aspirar a que el día de presentación de las listas los dejaran sentarse en la segunda fila. Al escenario no lo olían ni para servir café.
En cambio, este fue un frente-coalición como debe ser. Hubo una interna. Si! El peronismo fue a internas con la izquierda, dentro de su propio espacio. Este es un dato clave, inédito y original. Una compulsa que se desarrolló con mucha altura, con propuestas y debate. Y una vez finalizada, todos a luchar. Los candidatos del PJ, Sukerman, De Ponti, Tognioli, Rico, apostaron a ganar y no a pactar la derrota para conservar algún carguito.
El peronismo santafecino está pasando uno de los peores momentos de su historia. Perotti lo dejó en un estado de total indefensión. Siendo gobierno el PJ provincial, por primera vez en su historia no presentó candidatos en casi 100 localidades. Ese dato contundente lo dice todo. A pesar de ese panorama desolador, en Rosario casi se produce el batacazo. Hay que animarse a romper el molde. Nada está perdido de antemano.
Juan Monteverde fue el candidato triunfante de la interna; él también rompe el molde de la izquierda tradicional. El partido que construyó a partir de un tambo tiene en su ADN mostrar el propio trabajo como ejemplo. Ciudad Futura -su organización- no sólo repartía leche, queso y dulces del tambo que gestiona, sino que fundó un centro cultural, escuelas primarias y terciarias. Sus concejales depositan una parte de su sueldo en un fondo común para financiar sus campañas electorales. No lo hacen como demagogia barata para defenestrar la política, sino para hacer más y mejor política. Siempre bancaron fuerte y con autonomía a CFK, aunque ese apoyo llegaba distorsionado a la Capital Federal. Es más fácil ser delegado que construir poder propio. Eso terminó, espero, con la última debacle electoral provincial.
Santa Fe tuvo un antecedente histórico de Frente de verdad, no trucho. Fue en 1973, cuando Juan Perón ungió como candidato a gobernador por el FREJULI a Carlos Silvestre Begnis, un radical intransigente afiliado al Movimiento de Integración y Desarrollo (MID). Ayer, como hoy, hubo zurdos gorilas y peronistas con el peronómetro que no la ven ni la vieron. Son los que siempre terminan jugando para lo que dicen combatir. En Santa Fe el peronometro lo tenía la fórmula del Cap. (RE) Antonio Campos y Alberto Bonino, que desconocieron la directiva de Peron y armaron por fuera: salieron cuartos. Su único éxito fue ser funcionales a la derecha y forzar una segunda vuelta entre el FREJULI y la Alianza Popular Federalista, que llevaba al binomio Natale-Verdú. La UCR salió tercera.
Pero la historia siempre deja algunas enseñanzas. Aquella fue la última vez que el peronismo ganó la intendencia de Rosario. Hace ya 50 años que pierde. Cuando triunfó, lo hizo gracias a ese Frente Amplio que armó Perón. El Prof. Rodolfo Ruggieri, del PJ, fue el intendente; y el socialista Alberto U. Gabetta. concejal. La fórmula de Carlos Silvestre Begnis se impuso en la provincia, en segunda vuelta.
Es por ahí, ¡que duda hay!