Las pocas experiencias de dolarización en el mundo no han tenido un final satisfactorio. A pesar de sus efectos adversos para nuestras exportaciones, sectores productivos y para la sociedad en su conjunto, Javier Milei insiste en aplicarla en Argentina. El ex presidente de Ecuador, Rafael Correa decía que “la dolarización controla la inflación y nada más”, a lo que habría que agregar: ¿A qué costo?
Al adoptar el dólar como moneda de curso legal renunciaríamos a la soberanía y política monetaria, que quedarían sometidas a las decisiones que los Estados Unidos tomen en su política monetaria. Esas decisiones serían adoptadas por Estados Unidos en función de intereses y condiciones de desarrollo económico y productivo diferentes a los que tenemos en Argentina.
Dentro de las herramientas de la política económica a las que renunciaríamos se encuentra la administración del tipo de cambio, clave para regular la competitividad y favorecer nuestras exportaciones de bienes y servicios con las que se generan mayor empleo nacional e incidencia favorable de crecimiento de nuestro Producto Interno Bruto (PIB). La dolarización es como una camisa de fuerza muy ajustada que restringe el crecimiento económico.
La dolarización favorece a un modelo extractivista de nuestros recursos naturales que no se verían perjudicados por la falta de competitividad que imprime el modelo dolarizador ya que esos sectores poseen ventajas comparativas provenientes de nuestras condiciones naturales únicas y superiores en relación al resto del mundo.
No tendrían la misma suerte los sectores industriales y, dentro de estos, las Pyme que tendrían que competir produciendo a precios dolarizados sin la herramienta tipo de cambio – en un comercio internacional liberalizado y sin protección a la economía nacional - con los bienes producidos en los centros industriales mundiales donde se aplican con mayor intensidad las tecnologías y avances científicos técnicos en los procesos de producción. Además, las Pyme constituyen una importante fuente de empleo generando un 75 por ciento del empleo privado, según datos estimados.
Los 90'
Un escenario de estas características ya fue transitado en nuestro país en la década del 90 del siglo pasado . Bajo la convertibilidad – variante de la dolarización – la tasa de desempleo era de dos dígitos y cercana al 18 por ciento. Había también un nivel de subempleo también elevado, como resultado de los ciclos de recesión económica que estuvieron muy relacionados con el modelo neoliberal y, sobre todo, con la caída de la actividad económica por los efectos de la convertibilidad. Todo esto desembocó en la profunda crisis económica, política y social del año 2001 a pesar de la “estabilidad, e inclusive deflación de precios”.
La tasa de desempleo en diciembre de 2015 fue de 5,9 por ciento, al cierre de 2019 llegó a 8,9 por ciento y en diciembre de 2023 era de 7,6 por ciento. Todas muy inferiores al 18 por ciento del 2001, pero el actual gobierno insiste en que recibió la mayor crisis de la historia en nuestro país.
Durante la convertibilidad se dio un intenso ciclo de endeudamiento externo, a pesar de que el Estado recibió cuantiosos recursos provenientes de la venta y privatización de las empresas públicas y del patrimonio nacional en general.
Esos recursos recibidos del endeudamiento y privatizaciones fueron utilizados para satisfacer la necesidad de fondos en dólares en el Banco Central que se requerían para sustentar el modelo y, por otro lado, equilibrar los desbalances de la balanza de pagos y, fundamentalmente, de la cuenta corriente que mostró déficit dado el fuerte proceso de importación de bienes combinado con la caída de la industria nacional y de exportaciones poco competitivas al tener costos dolarizados que generaron su encarecimiento en dólares.
Pero la economía tiene límites en la magnitud del endeudamiento que puede obtener y, como en el presente debido a la gran deuda tomado por Macri, en los 90 también Argentina tuvo un límite para disponer de más ingresos provenientes del endeudamiento. Los ingresos por las ventas del patrimonio nacional se agotaron y no se pudo continuar financiando el consumo interno basado en importaciones y no en producción propia nacional. Entonces llegó el momento del ajuste y de la reactivación de la producción nacional con los incentivos y regulaciones del Estado – las cuales quiere también dejar afuera Milei -.
Canasta de monedas
Podemos evitar transitar nuevamente por ese camino de desindustrialización nacional y destrucción de empleos con todos los perjuicios que conlleva desde lo humano, social, económico y político para el país. Ya conocemos ese ciclo por nuestra historia reciente.
Dolarizar implica atar nuestra suerte a la del dólar y hay un proverbio que aconseja no colocar todos los huevos en la misma canasta, lo que puede ser más prudente en esta época de elevada incertidumbre y profundos cambios económicos, geopolíticos y en el comercio mundial. Tomando en cuenta ese consejo puede ser más acertado una canasta de monedas que dolarizar nuestra economía. Pero Milei no ve esa opción.
La dolarización genera expansión, hegemonía monetaria y aumento del señoreaje para la economía emisora de esa moneda que no sería la de nuestro país. También el Estado argentino dejaría de percibir los ingresos de señoreaje al dejar de emitir la moneda nacional sustituyéndola en todas sus funciones por el dólar.
El gobierno que considera que el 25 por ciento mensual de inflación de diciembre es “un logro” ha reducido mediante el Banco Central – a quien había sentenciado a desaparecer en la campaña política electoral libertaria - la tasa de intereses que pagan los plazos fijos en pesos a un 110 por ciento anual. Esta medida muestra un desestimulo al ahorro en pesos e incentiva el ahorra en dólares. A buen entendedor con pocas acciones basta.
* Docente en la UBA y en UNQ en Economía y en Impuestos.