Mucho se ha escrito sobre las razones de un nuevo triunfo del neoliberalismo versión libertaria en la Argentina. Se ha argumentado que el mismo no puede escindirse del desarrollo y avances de las extremas derechas a nivel mundial. Los “hermanos de Italia” de Giorgia Meloni, y el “Vox” de Santiago Abascal en España, el líder del partido republicano chileno, Jose Kast o Jair Bolsonaro, que, desde el partido liberal, condujo el destino de Brasil hasta la vuelta de Lula, entre otros, dan cuenta de que Milei no es un “lobo solitario” sino que forma parte un proyecto global que comparte no solo ideologías (individualistas, mercantilizadoras, racistas, machistas, entre otras) sino articulaciones concretas y fortalecimientos mutuos.
También se ha hablado del rol que los medios de comunicación hegemónicos han tenido a lo largo de estos años forjando, alimentando y consolidando, un sentimiento de odio hacia el populismo en general y la experiencia kirchnerista en particular, focalizada en la figura de Cristina Kirchner que, apelando a los sentimientos y no a los argumentos, cuando no a las “fake news”, ciega, sesga e impide cualquier tipo de reflexión sobre la realidad social.
Desde otro lugar, se ha hecho foco en cambios sociales y culturales más amplios y profundos, que vienen construyéndose a la par de las trasformaciones del mundo del trabajo capitalista. Como Sennet mencionaba a finales del siglo pasado, dichos cambios corrompen el carácter y destruyen lazos sociales y colectivos, definen, al decir de Bauman, una modernidad líquida, construyendo sujetos precarios, frágiles, inmediatos; ávidos consumidores de novedades cuya satisfacción instantánea solo puede ser cubierta con el consumo de una nueva “novedad”.
Desde aquí, una campaña desarrollada en Tik Tok, anclada en los tiempos de hiperconectividad, como denuncia el filósofo surcoreano Byung-Chul Han, se “construyó destruyendo” (llenando de “novedades”) los silencios necesarios para alimentar la imprescindible reflexión sobre la realidad social que se quiere analizar críticamente y transformar. Claro está que el mundo de la hiperconectividad, el individualismo y la fragilidad de los vínculos, es tierra fértil para los proyectos neoliberales y campo de espinas para la siembra de solidaridad y construcción colectiva de lo común o, dicho de otro modo, para la democracia.
Y por casa, ¿cómo andamos?
A pesar de todo lo dicho, (y lo no dicho en el presente artículo), es necesario, urgente e imprescindible pensar la responsabilidad que le cabe a los proyectos populistas que supimos construir como alternativas a estos movimientos que se desean combatir.
Hay algo del triunfo de Milei, el lector y la lectora podrán decir cuánto, que se construyó a la sombra de los proyectos populistas, reales y concretos, de sus faltas, de sus ausencias. Promesas incumplidas, postergaciones, batallas perdidas o ni siquiera planteadas, improvisaciones, internismos, limitaciones, entre tantas otras que se puedan pensar.
Estas críticas siempre se han postergado, cuando no ocultado, bajo el argumento de que las mismas fortalecen a las propuestas que se quieren combatir. “Sólo se critica puertas adentro”, “no es momento porque estamos en tiempos eleccionarios”, “los medios las van a utilizar para dañarnos”, entre tantas otras expresiones, que solo han contribuido, en parte, a consolidar prácticas conservadoras y dogmáticas en un movimiento que, por definición como alianza policlasista, debe ser receptivo crítico de las demandas de los diversos sectores que lo componen, con el propósito de traducirlas en crecientes procesos de garantía y ampliación de derechos.
Críticas
Sin ánimo de exhaustividad y solo con la intención de comenzar esta necesaria construcción colectiva, se destacan algunos puntos, a modo de lista provisoria e incompleta.
La última experiencia populista mostró las falencias de fundar un frente por la negativa (en contra del desastre que había provocado el neoliberalismo macrista). Quedó demostrado que ese “no nos une el amor sino el espanto” si bien fue suficiente para ganar las elecciones, no alcanzó para la construcción tardía de una identidad y un proyecto político que nunca terminó de conformarse.
Los futuros populismos deben llegar al poder con su identidad construida (que no quiere decir estanca ni definitiva) y un proyecto común a modo “acuerdos éticos mínimos” que permitan navegar las aguas de las coyunturas venideras. Dichos acuerdos no pueden ser tan generales que se transformen en significantes vacíos susceptibles de ser “rellenados” por cualquier contenido como la “igualdad”, la “justicia social” o la “defensa de la soberanía nacional”. Deben traducirse en acuerdos concretos como por ejemplo pueden serlo: la nacionalización de la hidrovía, la posición a tomar frente al FMI, o la compensación de las devaluaciones a través del uso de retenciones y transferencias.
La misma experiencia populista demostró, por su ausencia, de la necesidad de institucionalizar un espacio de debate, participación, construcción horizontal permanente, para que los distintos sectores que la componen puedan encontrar un espacio para dirimir sus diferencias que, sin oponerse a los acuerdos mínimos, aparecerán a lo largo de las gestiones.
Del mismo modo, y esto incluye a las tres gestiones kirchneristas también, es necesario comprender que la democracia no se reduce a los procesos eleccionarios y a construir poder para ganarlos. A la pata de la representación (las elecciones) debe sumarse la de la participación, tal olvidada por las democracias liberales inspiradas en la norteamericana. El contrato electoral no habilita al representante a hacer “cualquier cosa” sino solo a llevar adelante el proyecto que los mandantes (el pueblo) le delegó. Para ello, hace falta involucrar a la sociedad civil en distintas instancias de participación. La organización de comunas, el presupuesto participativo, la consulta popular o revocatoria de mandato, son algunas instancias, que le “recuerdan” a los mandatarios quien es el mandante al mismo tiempo que construyen ciudadanía.
Los proyectos populistas serán atacados sistemáticamente por la sencilla razón que sus pretensiones de igualdad cuestionan por definición los privilegios del status quo. Sobre ellos recaerá la presunción de corrupción (que no recae, por las razones contrarias, sobre los proyectos de derecha neoliberal). Discrecionalidades en la contratación de la obra pública, privilegios de la clase política, estilos de vida personal alejados de los valores que defiende el proyecto popular, más allá de no corresponderse éticamente, los debilitan y construyen sobre ellos un imaginario mediático que invisibiliza sus aciertos.
Por ello, los futuros proyectos populistas deberán hacer de la trasparencia un eje de la gestión y la comunicación, no solo siendo sino mostrándose honestos. En este sentido habrá que hacer hincapié en la total trasparencia de la obra pública, las compras del Estado, la designación de funcionarios y del patrimonio personal de los mismos y la independencia de la información estadística, entre otros aspectos.
En sintonía con lo anterior, en el plano de la necesaria batalla cultural y la construcción de hegemonía, los populismos no han sabido (o la han hecho muy parcialmente) vincular los procesos de ampliación de derechos (cuando estos sucedieron) con la necesaria comprensión histórica de parte de los sujetos de esos derechos. La batalla cultural debe darse de modo multidimensional, a través de la comunicación oficial, sistemática y regular, de la militancia de a pie, las comunidades académicas y las redes sociales.
Los populismos han sabido cómo traducir contextos favorables (tipo de cambio competitivo, precio de la soja alto y contexto recesivo antiinflacionario previo) en procesos de crecimiento, desarrollo y mejoras en la distribución del ingreso combinados con superávit de las cuentas públicas y externas como lo hizo el primer kirchnerismo (vale aclarar que podrían haberse usado para todo lo contrario como era la propuesta dolarizadora de aquellos tiempos). Pero, a su vez, no han podido solucionar el principal problema de la economía argentina que es la restricción externa (falta de dólares para financiar el crecimiento económico) como sucedió en su tercera gestión.
En vínculo con la anterior, y, desde la vereda opuesta al rancio y superficial monetarismo, los populismos deben comprender que el financiamiento de las políticas públicas con emisión tiene sus límites y estos se acortan si no hay crecimiento económico (el PIB a valores constantes prácticamente no ha crecido desde 2011). A la larga, incluidas las intermediaciones esterilizadoras del Banco Central, si no hay crecimiento económico, se traducen, en países como la Argentina, en mayor demanda de dólares y agravan la restricción externa.
La inflación es un problema endémico de la Argentina y, más allá de que sus consecuencias se compensen con necesarias subas salariales y no haya caída de los ingresos reales (2° y 3° kirchnerismo) debe abordarse integralmente con multiplicidad de herramientas reconociendo su multicausalidad. No porque la estabilidad sea precondición del crecimiento sino porque de no atenderse atentará, mediante la restricción externa, la continuidad del crecimiento.
El tiempo es hoy
Desde ya que se trata de un punteo incompleto, provisorio y cuestionable, pero el tiempo para hacerlo es hoy. Habrá que pensar también, por ejemplo, a la luz de los cambios en el mundo del trabajo, la adecuación de su normativa y no dejarle el terreno solo a las derechas que lo único que ve en ella son trabas, costos y regulaciones excesivas. Son los populismos los que tienen la obligación de abordar al trabajo desde una perspectiva de derechos, pero antes deben reconocer con valentía que el mundo para el fue pensada esa normativa, ya no existe.
Hay cuatro años para elaborar y consensuar un proyecto común, alternativo al desastre que estamos viviendo. No hay excusas, el tiempo es hoy. Como decía Simón Rodríguez, maestro de Simón Bolivar, son tiempos en los que inventamos o erramos.
(*) Docente ISFD Nº41. UNLZ FCS (CEMU) [email protected]