El nuevo índice de inflación de enero, de 20,6 por ciento, para el presidente no fue tan mal dato, podría haber sido peor. "La motosierra y la licuadora no se negocian", agregó. Seguramente no sabe lo que está diciendo desde el punto de vista subjetivo. Siempre atrás de cualquier cifra hay personas de carne y hueso que sufren. Y es bueno que sepamos que la inflación come carne humana, nos come.
Esta sensación antropofágica no es rara para la mayoría de nosotros, la inflación hace que nada lo volvamos a encontrar como ayer, vamos al supermercado y nada se encuentra en el mismo lugar. No se trata de que hayan cambiado los productos en las góndolas, no son las cosas que no se mantienen igual a sí mismas por mucho tiempo sino somos nosotros.
La vida cotidiana es alterada, al igual como ocurrió durante la pandemia. La inflación nos restringe la movilidad. La inflación cuestiona nuestra salud mental, desestructura los lazos que nos unen y, sobre todo, el lazo entre nosotros y las cosas.
No tiene sentido explicar el significado del dinero: no sólo nos ubica en la pirámide socioeconómica, ésa que nos puede dejar al borde de caernos a un escalón más abajo y así sucesivamente sino de forma carnal. Más sentida, se trata de que los chicos puedan seguir en el mismo colegio, que paguemos los medicamentos que nos prescriben los médicos, llegar a fin de mes. Una metáfora que puede ser trivial pero que en épocas de mucha inflación es literal.
El dinero alcanza hasta el día quince y luego qué, ¿cómo sigue nuestra vida?, entonces acontece la carencia o la deuda, le comenzamos a deber a alguien, comenzamos a perder autonomía. La inflación genera más que incertidumbre y vuelve el futuro angustiante. El comentario tan extendido y repetitivo como: ¡No se puede creer que el pan cueste lo que cueste! La inflación da que hablar tanto como el tiempo, el amor, la muerte. El pan no está tan caro para unos como para otros, no toca a todos de la misma manera. La inflación es clasista, un kilo de arroz pesa mucho más en el bolsillo de una persona de bajos recursos.
La inflación es tema central para los argentinos, desestructurante, produce esa narrativa que podríamos llamar: “el realismo siniestro” de la ultraderecha argentina en el gobierno, justifica el hecho de la hiperinflación para evitar una hiperhiper inflación, como si fuera un acto médico como el de la amputación, el dolor de hoy evita la gangrena y la muerte del mañana. Así el presidente-economista se vuelve cirujano y poco se pregunta acerca de las consecuencias en la subjetividad de esas personas que no se reconocen en los precios de cada día. Las cosas no están en el mismo lugar, se mueven, parece una alucinación, si lo que tenemos alcanza cada vez para menos, si nuestro salario cada vez alcanza menos, todo pierde sentido.
Cada cual podrá hacer la historia que quiera o pueda pero este tremendo terremoto que acontece todos los días nos lleva al sálvese quien pueda y a no preguntarnos más sobre el deseo, la pasión, el placer, la alegría, sino a sobrevivir en un país donde las cosas se mueven tan deprisa y donde el valor de cambio se deshace entre las manos. Y percibimos que “encima” del dinero está el capital y arriba del capital está el capitalismo, que siempre ha sido puja distributiva individualista, tiránica y antropofágica.
Y hoy “invertimos” lo que tenemos, la inflación nos convierte en especuladores: compramos carne antes de las fiestas y las ponemos en el freezer rogando que no se corte la luz, vamos al supermercado mayorista y compramos yerba para un año, aceite para seis meses, estamos acopiando como una forma de decir que eso que compramos ya no va a cambiar nuevamente, el mismo valor de cambio nos asegura la continuidad de su valor de uso.
Nos hace mal sentir que ese billete que lo guardábamos en la billetera como algo valioso hoy lo dejamos tirado por la mesa y hasta por el piso, convertido en una moneda que no vale más y hacerla circular a que se pierda entre los pantalones y que ya no se sepa de ellas.
La inflación lo único que abarata es la carne humana, la antropofagia humana se pasea por las góndolas. Ya lo decía Elsa Soares, “la carne más barata del mercado es la carne negra y este país deja a todos negros”. En la película “Delicatessen” de 1991, encontramos al carnicero Clapet, colocando anuncios en el periódico «Tiempos Duros» para atraer víctimas a la comunidad, que luego asesinará y venderá como carne a los demás vecinos de la comunidad.
Metáfora de la inconmensurable hiperinflación, del desprestigio del ser humano, si las cosas cambian tanto de valor, si aumentan tanto, si la hora de trabajo no alcanza y más allá de la justificación política que sostengamos, el precio de la carne se pesa en nuestro cuerpo y nuestra subjetividad.
Martín Smud es psicoanalista y escritor.