Con esta cuarta edición consecutiva, la Semana de cine portugués –que luego continúa su camino por ciudades del interior y algunos países vecinos– termina de afianzarse y se transforma en una cita ineludible en el calendario cinematográfico porteño de pequeños festivales y muestras. Como viene siendo la costumbre desde su primera entrega, la selección de largometrajes que la integra merece destacarse por su atención a la calidad y representatividad de lo mejor que hoy tiene para ofrecer la golpeada (pero no por ello menos activa y estimulante) industria de cine de Portugal. Es una pena que este año la “semana” se haya visto reducida a apenas cuatro días –del 8 al 11 de diciembre, en la sala de cine del Malba–, en particular cuando la programación tiene para ofrecer diez títulos (contando las tres partes de una trilogía) que prácticamente se exhibirán una única vez, sin repeticiones. “La propuesta invita a imaginar a todas ellas como partes de una misma enorme película: cada una a su modo cuenta pequeñas historias que describen a una aldea y al mundo entero”, escriben los programadores del ciclo en la carta de presentación que hace las veces de programa de mano.
La estrella casi indiscutible de la programación es la trilogía As Mil e Uma Noites, la ambiciosa adaptación –extremadamente libre– de los clásicos relatos orientales que el realizador Miguel Gomes presentó hace ya un año y medio en el Festival de Cannes. Los tres volúmenes (O Inquieto, O Desolado y O Encantado, de aproximadamente dos horas de duración cada uno) podrán verse en continuado el domingo 11 a partir de las 17 horas, aunque nada impide que un espectador con poco tiempo se acerque para apreciar alguno de ellos de manera individual. La apuesta de Gomes comienza poniendo en pantalla, en un tono juguetón, los conflictos de un equipo de rodaje que podría ser el suyo, para abrirse luego a una serie de historias que –con muy diversas intenciones y recursos formales– describen el estado de Portugal, Europa y el mundo, para volver luego a un universo más íntimo en otros relatos que sacan a pasear el sentido del humor, pero también la melancolía. Los organizadores anticipan que los tres capítulos de esta monumental obra serán estrenados de manera independiente en los meses de enero, febrero y marzo próximos.
Una de las sorpresas más cálidas y estimulantes de la última Competencia Internacional del Bafici resultó ser una película portuguesa de extraño nombre, John From, y una enorme sensibilidad para retratar el mundo de Rita, una adolescente despierta e inteligente que no parece tener demasiadas obligaciones durante los meses de descanso veraniego. Descendiente indirecto del cine de Eric Rohmer, el film del realizador João Nicolau –que transcurre en una zona mucho más tranquila que la ajetreada Lisboa– comienza a hacer visibles rápidamente los poros del artificio ocultos detrás de una apariencia naturalista. De allí en más, John From se entrega a una fantasía romántica nutrida de las dos obsesiones que parecen regir los días de Rita: la vida en ciertas regiones de Oceanía que se le antojan como el colmo de lo exótico y la atracción por un nuevo vecino, bastante mayor que ella. Indudablemente, una de las películas más placenteras (y mentirosamente simples) de la selección del cine lusitano de este año, cuya proyección se verá acompañada de la presencia del realizador en la sala (ver entrevista aparte).
En el extremo opuesto, con un importante nivel de demanda de atención requerido por parte del espectador, afincado en una idea de cine documental al cual el concepto “de observación” le queda algo pequeño, El Dorado XXI fue rodada por la documentalista Salomé Lamas en una región minera del Perú, cerca de los poblados de La Rinconada y Cerro Lunar, a 5.500 metros de altura. La primera hora del film consiste casi exclusivamente de un único plano-secuencia que registra el ascenso y descenso de cientos de mineros (hombres y mujeres) que recorren el camino hacia y desde el lugar de trabajo, mientras la pista de audio deja oír una decena de entrevistas y registros radiales de la zona, demostrando indirectamente la enorme importancia del sonido en la creación cinematográfica. El resto de El Dorado XXI resulta, en contraste, un poco más convencional, pero en su consecuente búsqueda se topa con imágenes de enorme potencia y describe un universo que no parece diferenciarse demasiado de aquel que el imaginario popular ha creado para ilustrar la época de la Fiebre del Oro en los Estados Unidos y Canadá: ambiciones personales y empresariales, explotación, muerte, alcoholismo y un gobierno local que no parece demasiado interesado en intervenir, más allá de las promesas electorales. La lucha de las mujeres trabajadoras de la región resulta impactante como demoledores son los fracasos por cambiar el estado de las cosas.
Más cerca de la ficción que del documental (aunque el film trabaja con muchos elementos de la realidad y, posiblemente por ello, formó parte del reciente DocBuenosAires), Rio Corgo, de Maya Kosa y Sérgio da Costa, encuentra en Silva a uno de esos ancianos que ha realizado tantas labores durante su existencia que bien podría haber transitado varias vidas. Ex asistentes de Miguel Gomes, los realizadores entregan un film elusivo, misterioso, difícil de calificar, donde se filtra una cierta melancolía por un estilo de vida que se encuentra en una (muy posiblemente) inevitable vía de extinción. Casi tanto como ir al cine, según afirma el director Edgar Pêra en el film-ensayo O espectador espantado, que contó con la colaboración de cineastas como Guy Maddin y F. J. Ossang y críticos y académicos como Laura Mulvey y Olaf Möller a la hora de retratar, con mucho humor, las nuevas formas de ver cine, de “ser espectador” en la era de la digitalización y las pequeñas pantallas individuales.
Producido por el prestigioso festival de cine IndieLisboa, el film colectivo Aqui em Lisboa - Episódios da vida de uma cidade contó con la participación de cuatro realizadores de distintos orígenes, invitados especialmente a contribuir con un cortometraje de tema y estilo libre, con la condición de que su historia transcurriera (de alguna u otra manera) en la capital portuguesa. La chilena Dominga Sotomayor y el canadiense Denis Côté entregaron sendos relatos de corte realista (con un festival de cine como excusa para un reencuentro o la relación entre dos guías de turismo durante un día en la ciudad), mientras que Gabriel Abrantes y Marie Losier optaron por dejar volar la imaginación, respectivamente, en una fantasía scifi y una fábula repleta de máscaras, disfraces y travestismo. Como en todo largometraje integrado por diferentes cortos, el resultado final tiende a ser algo desparejo, aunque las diferentes sensibilidades de las cuatro firmas permiten que cada espectador encuentre su gusto en la variedad o la especificidad. Un buen ejemplo, en envase pequeño, de la diversidad del cine portugués en su conjunto.