¿Cómo va, lector de mi tricúspide ecografiada? ¿Qué tal las últimas veladas? En mi caso, la palabra "velada" nunca fue tan literalmente cierta como la última semana. El pasado sábado, cuando quizás usted estaba leyendo esta misma columna –bueno, no esta, sino la anterior a esta– y disfrutando de “la luz que lo alumbra”, un estallido inesperadísimo sumió a la totalidad del barrio que habito en lo que Les Luthiers llamarían “¡um oscurecimento!”. "¡Fizo noiche in pleno shía!”, cantaban en la gloriosa Bossa Nostra, hace ya unos 50 años.
Pero acá, nada de gloria, simplemente estalló un generador, no de ideas sino de electricidad, y nos mostró, a una típica población de clase media, lo vulnerables que podemos ser, lo precarios que nos podemos volver en un minuto, lo “vencibles” que somos.
Cuando te quedás sin luz, al rato te quedás sin agua, o sea , sin baño. También sin internet, sin cable y –al menos esta vez pasó– sin red de celular. El bar de la esquina –ese que tiene luz cuando nadie tiene, y entonces todos van al baño y a cargar los celus–, también se repleta en menos de lo que aumenta el café. Con el tiempo, se te arruina la comida –si es que tenías–, y la zona íntegra se convierte en un extraño templo en el que vecinos que quizás no se conocían se preguntan por la luz como si fuera el mismísimo Mesías: “¿Cuándo vuelve, cuando vuelve?”.
Hay quienes aprovechan para criticar al gobierno anterior, al actual, al que vendrá o a la Primera Junta de Gobierno Patrio, porque “con el virrey estas cosas no pasaban”. Otros reclaman “la urgente privatización de la empresa que brinda el servicio, porque el Estado es ineficiente”, y si les recordás que la empresa es privada desde hace más de 30 años, vuelven a criticar al Estado, pero por no saber controlar adecuadamente a la empresa privada, o por controlarla demasiado y no dejar que la luz fluctúe al son del mercado. Hay quien explica que el problema es que la empresa no hace las inversiones necesarias , y otro, rápidamente, replica que eso es “porque pagamos poco”, olvidando su última puteada al aire cuando recibió la factura diez días atrás.
Algune llama a la empresa, donde un viejo empleado fue remplazado por una grabación que fue remplazada por una inteligencia artificial que responde: “Hay un problema grave en su zona". ¡No me digas! ¿En serio?
Además de la litúrgica vecinal de protesta, se observan “miniprocesiones”: vecinos, vecinas y vecinas que, por las dudas, compran paquetes de velas que se dolarizan ipso pucho. Por la noche, todo se vuelve peor. Más oscuro. Las calles se vuelven peligrosas: uno tiene casi tantas posibilidades de ser robado como cuando está frente a la góndola de un súper.
Los que somos naturalmente torpes y además nos olvidamos la vela en la cocina o en el baño, solemos tropezar con mesas, sillas, paredes, puertas, gatos, tortugas, o tazas de café que quedaron sobre la mesa desde tiempos más luminosos. Amigos, cercanos y familiares nos envían mensajes diversos que generalmente no estamos en posibilidad de recibir o de leer. Y, en caso de poder hacerlo, la frase “no te respondo para no agotar la batería” se vuelve un mantra.
Sin embargo, no todo es tan terrible. Una de las ventajas que tienen los cortes es que el televisor está muerto y uno no puede ver noticieros , y se deprime menos. La otra enorme ventaja es que el presidente no podría usar la motosierra ni la licuadora… ¡Lo sentimos mucho, Rey León!
En algún momento, nos sorprenden un grito desde el televisor, una luz encendida, un gruñido del aire acondicionado, el ring del celu, o nos vemos a nosotros mismos, o nos damos cuenta de que estábamos con otra persona –quizás silenciosa–. Entonces, la vida “es como que mejora". Algún autopercibido libertonto proclama “¿Vieron que había que darles tiempo?”, y quizás el abuelo, con una sonrisa apenas visible, murmure:
–Ustedes se quejan porque tuvieron que esperar unas horas que volviera la luz… ¡Yo me pasé 17 años esperando que volviera el General!
Sugiero acompañar esta columna con el video de Rudy-Sanz “Argentinos más o menos”.