Voy a elegir una canción. Aclaro que esto será, en realidad, un antifan. Y para peor, con todos los cañones apuntando a mi hermano, único y mayor, Esteban, más conocido como el Moncho, líder de Minoría Activa, una de las bandas emblemáticas y sobrevivientes de Buenos Aires Hardcore (BAHC), movimiento under de los ‘90.
Le dedico un antifan antifraterno porque nuestra relación siempre fue T.N.T. (Tirante.Nociva.Traumática). No quiero convertir este texto en una versión patética de la pelea de las hermanas Calabró. Los Seijo no somos ni el uno por mil de famosos que ellas. Sólo digo que si para muchxs un hermano mayor es un faro que te guía en tus tormentas, para mí esa luz se transformó en un haz persecutorio, de esos que se emiten desde una torre penitenciaria, y yo fui un niño convicto escapando de su poder, un intruso en mi propia habitación, estigmatizado como “el adoptado” (nací en el ‘77, lo cual vuelve aún más macabra la broma).
Ya en la adolescencia, la música acentuó nuestro enfrentamiento. Él estaba empecinado en hacerme escuchar esa bola de sonido que le atraía tanto. Y yo escondía mis gustos por temor a represalias. Mucho tiempo después llegaría mi reivindicación cuando reconoció que mis bandas se habían transformado en clásicos y me pidió prestado el 85 por ciento de mis CD's, los cuales nunca recuperé.
Fue la primera persona que vi tatuada cuando hacerlo era un crimen o la expulsión casi segura del mercado laboral: a principios de los ‘90 era un acto de rebeldía rayano con la delincuencia. La comparación familiar era inevitable. Para padres, tíxs y abuelxs, yo quedé encasillado del lado correcto de la vida, chupacirio, “formal y cortés”, todo lo que no quería ser y, a mi manera, creo que no fui. Ser “el bueno” me permitió tener ciertas libertades a la hora de pedir permisos a mis adultos responsables. Eso se lo debo al supuesto desastre que generaba el andar de mi hermano por la galería Bond Street, los edificios de Catalinas Sur o la plazoleta Charcas.
De toda esa bola de sonido que para mí resultaba intragable por razones estéticas y sobre todo personales, siempre me gustó una canción: “Financiando la ignorancia”. En la metralleta de compases y gritos guturales provenientes del inframundo que es el Hardcore, ese tema, con un punteo de guitarra algo disonante, se destaca por ser crónica de una época donde empezaron a pulular pastores electrónicos como mi actual vecino, el Pastor Jiménez, desde hace un tiempo afincado en el ex cine Roca de Rivadavia al 3700.
La letra de “Financiando la ignorancia” es una típica crítica del diablo de mi hermano a la institución Religión: “Dame tu dinero si querés la salvación/ Confiesa tus pecados de rodillas esclavo/ Bésame los pies estúpido insolente/ Tu alma ya es mía, tu casa también”. Su ensañamiento y obsesión, en especial, con el culto católico tiene su explicación en su paso errático por un colegio corazonista, al cual yo también concurrí, heredando cuando él se fue, de inmediato, su apodo, “Harry, el sucio” (otro reproche y van). Esa canción forma parte del primer disco, mejor dicho, casete de Minoría Activa, y cuando él venía con el segundo, el tercero, el cuarto y no sé cuántos más (este año sacan otro), yo siempre le daba a entender que nada superaría a “Financiando la ignorancia”, asumiendo el comportamiento de esos antifans de la primera hora, fundamentalistas que no aceptan la evolución o decadencia de su banda favorita.
Minoría Activa creció y hoy suena muy bien gracias al apoyo de grosos como el Sr. Flavio. Además, es posible que yo esté más maduro para poder separar la obra del artista. Pero “Financiando la ignorancia” es épico para mí porque la escuché en una etapa de replanteos sobre la religión.
Pareciera estar de moda el revival de los ‘90. En lo que respecta a la política, hasta ayer eran muy pocos los que se animaban a reivindicar esa época nefasta, rica en vendepatrias, pero ahora, de repente, permite ganar elecciones presidenciales. Y vuelven a tener protagonismo los Barra, los Ruckauf, los Cavallos, los Duhalde, los Menem. Pero los ‘90 también fue un período de lucha del cual podemos aprender bastante. Por ejemplo, BAHC fue una movida que importó y adaptó a esta ciudad una estética-ética rebelde, contestataria, antifascista, aunque a veces no muy amigable con otras tribus urbanas como lxs rolingas. Con epicentro en antros como el Teatro Arlequines de San Telmo, entre pogo y pogo, forjaron una identidad urbana poderosísima. Hubiesen merecido un programa entero del gran Polosecki.
Espero que algunos colegas investigadores, luego de haber revisado al detalle los ‘80, puedan dedicar su energía a diseccionar los ‘90, con la ayuda inestimable del Conicet. ¿Qué otros hitos podemos recuperar de los ‘90 para enfrentar este presente donde la libertad mutó en una mala palabra, al igual que ocurrió con "cambio" en campañas anteriores? No tanto las formas, no tanto las tácticas y estrategias, porque, aunque los conflictos se repiten, estamos jugando en otro tablero, con las redes sociales como pieza fundamental. Pero sí podemos reeditar de aquella década un espíritu de resistencia transformadora, una energía para crear nuevos lenguajes y formas de lucha, para trascender la quintita propia y construir un entramado social que potencie las causas populares.
No alcanza con resistir. Debemos ser una minoría activa capaz de construir una nueva mayoría. Como lo hicieron en los ‘90 Madres, Abuelas e HIJOS, organizando los escraches con la ayuda creativa del GAC (Grupo de Arte Callejero) y Etcétera. La carpa blanca docente. Norma Plá. Los Fogoneros, germen de los piqueteros, que cortaban rutas y cantaban “en su bandera puesto el Che”. Las primeras fábricas recuperadas como Zanon (rebautizada Fasinpat, Fábrica sin Patrón). Las sentadas frente al Palacio Pizzurno o las clases públicas, no solo de la cinematográfica Puán sino también de Marcelo T. y Ramos Mejía.
Ya está. Artículo terminado. Ahora a bancarse los pases de factura de la familia. Mi vieja exigiendo explicaciones de por qué puse esto o aquello. A mi hermano no creo que le importe mucho, quizá hasta lo comparte en su Facebook. Fue mi manera retorcida de hacer las paces con nuestro pasado. En todo caso, tiene la posibilidad de tomarse revancha y destrozar el disco que acabo de sacar con la Compañía de Funciones Patrióticas, por obra y gracia de la editorial Libretto. En cuanto a mi viejo, ya no está entre nos, pero imagino que como era tan fan de Página 12, el solo hecho de ver mi firma en este diario será motivo suficiente para perdonarme desde el más allá cualquier ofensa o comentario irónico.
Martín Seijo. Performer, actor, dramaturgo y director. Licenciado en Ciencias de la Comunicación Social (UBA). Magíster en Teatro y Artes Performáticas (UNA). Desde 2008, dirige la Compañía de Funciones Patrióticas, grupo de artivismo, teatro, performance y música.