“Bien jujeño pero de Cuyaya”, reza una frase, casi un slogan, que no fue impuesto por ninguna empresa de marketing ni surgido de un focus group con intenciones comerciales. Esa fue y es la manera en que vecinos y vecinas del barrio Cuyaya eligieron popularmente para autoafirmarse; una frase que engloba pertenencia y un dejo de sentido independentista, orgullo barrial, respetando los límites provinciales.
Es que hablar del barrio, de los “bandeños” (por estar sobre los márgenes), es hablar de lo que hoy conforma una populosa barriada que tiene sus inicios en la década del 30, gracias a un proceso de población que se extendía hacia aquellas tierras que habían sido fincas, y que comenzaban a recibir nuevos pobladores que se iban asentando, distantes del centro y al otro lado del rio Xibi-Xibi.
Este proceso de población rápidamente vio la necesidad de conformar espacios de socialización que aglutinen a vecinos y vecinas, sea para esparcimiento, reunión, festejos, o para organizar y resolver problemáticas cotidianas. Así fue que surgió el Club Atletico Cuyaya, una modesta entidad deportiva que se encamina a los 90 años de vida, y que acompañó al pueblo bandeño en su desarrollo. Es por esto que hablar del barrio y hablar del club, es hablar de una misma cosa.
Resulta llamativo que con una simple pesquisa en los buscadores de la web sobre Cuyaya aparezcan gran cantidad de trabajos universitarios que intentan explicarlo y problematizarlo, siempre entrecruzándolo con el fútbol y sus procesos identitarios; en definitiva, poner a Cuyaya en el centro y tomarlo como objeto de estudio. Entonces, ¿qué es lo que encierra este territorio? ¿qué procesos sociales genera que llaman la atención a propios, pero sobre todo a extraños?
“Siempre digo que Cuyaya es distinto a todo”. Quien hace esta contundente afirmación es Juan Arraya, ex jugador de Cuyaya, y de muchos equipos internacionales alrededor del globo, y vecino del barrio durante largos años. “Además, la gente de Cuyaya es hincha solamente de Cuyaya. En el barrio todo el mundo anda con la camiseta, es un club realmente grande por el barrio, por la gente que lleva”.
Arraya jugó en diversos equipos argentinos, transitó por Chile, Ecuador y Brasil entre otros países, pero siempre su identidad fue “bandeña”. “A donde me tocó ir, en los países que me tocó jugar, siempre llevé la camiseta de Cuyaya, porque me hace dar un sentido de pertenencia muy grande. Me preguntaban ‘¿De donde venís?' Y yo decía ‘de Cuyaya’”.
Por su parte, Mario Herrera es el presidente del Club. Con una larga historia vinculada al deporte como vecino del barrio, asumió este compromiso. “Es imposible dividir el barrio del club, son una misma cosa”, reflexiona, y agrega: “Es un barrio muy futbolero, porque el que nace en Cuyaya es hincha fanático del club. Inclusive hay gente que viene por primera vez y se suma, no es del barrio pero queda enamorada, porque Cuyaya es una familia que te hace sentir bien, que te acoge. Son muchos los vecinos que consiguieron novia, se casaron, hicieron familia… Cuyaya es futbolero y familiero”.
El Club Atlético Cuyaya
Mario recuerda como fue su desembarco en el barrio, desde donde surgirá una relación hoy indivisible. “A nosotros nos dieron la vivienda en Cuyaya en el año 1983. Entonces la historia empieza con mi papá, él armaba equipos de fútbol y ahí lo conoce a Coco Ortiz, un nombre reconocido en Cuyaya porque buscaba los talentos. Era habitual verlo que iba por los barrios y buscaba chicos para el club”.
“Cuando tenía 15 años mi papá nos dirigía en la sexta división, y el trabaja en el policlínico ferroviario. Cuando cierran los trenes, queda sin trabajo, se pone a trabajar de asador en un restaurante y ya no podía dirigir. Así que me dijeron que siga yo, y con 15 años ya me cambió el chip, tuve que dejar de pensar en mi, y pensar en ser técnico, pensar en lo grupal”, comenta como un primer indicio de su derrotero que lo lleva hasta hoy ser presidente del club.
“Empecé a jugar en Cuyaya a los 10 años. Vivía en otro barrio y ahí el famoso Coco Ortiz, ícono del club, me lleva y empiezo a jugar en las divisiones inferiores. A los 13 años se da la casualidad que por problemas económicos nos vamos a vivir a Cuyaya, o sea, caigo justo en el medio del barrio, yo ya jugando en divisiones inferiores, así que me hice más bandeño que nunca”, comenta Arraya, quien a los 17 años dejó el club para comenzar su carrera profesional, aunque al finalizarla eligió retornar a su primera amor. “Jugué hasta el año pasado, algo que tenía pendiente toda mi carrera”.
Por su lado, Herrera comenta la experiencia de ser presidente del Club al que acompañó y vivenció durante toda su vida: “Primero no me quería meter, siempre colaboraba de otra manera, he sido jugador, técnico, pero decidí meterme a ver si el Club podía levantar, que estaba ‘tirado’, y pensé que con el conjunto de personas que en ese momento asumía en el cargo, podíamos lograr el objetivo”.
Uno de los grandes momentos que se esperan todo el año, son los clásicos contra el Club Atlético General Lavalle, del vecino barrio Mariano Moreno, del cual solo los separa una avenida. Un momento del año que se vive y respira cotidianamente, pero que tiene su climax cuando el fixture marca la fecha exacta.
“Los clásicos son increíbles. El jugador y el hincha de Cuyaya cuando empieza el campeonato, lo primero que se fija es el clásico con Lavalle. Nos separa solamente una calle, una avenida separa los barrios. Es el clásico más grande de la capital jujeña, porque ellos también llevan hinchadas y ya se empieza a vivir una semana antes con la previa. Juntamos plata para los banderines, los fuegos artificiales, se junta todo el barrio, se come asado, se vive a full porque es un clásico con todas las letras”, resalta Juan Arraya.
“Los clásicos son algo especial. La noche anterior tanto en Moreno como en Cuyaya está lleno de gente. Ves banderas, camisetas en cada plaza, todos ya reunidos para el clásico, incluso algunos pasan de largo”, comenta entre risas el presidente Mario Herrera. “Se vive así, es hermoso, el colorido que le da Cuyaya, no se lo dan otros clubes de la Liga jujeña”.
Juan Arraya, luego de su paso por diferentes equipos fuera de Argentina y experiencias profesionales de gran envergadura, volvió a jugar en el Club de sus amores llegando a una final que recordará para toda su vida: “para mi fue muy emocionante. Me decían, ‘Juan, vos jugaste en todos lados, en la Bombonera, en el Monumental’, pero para mi eso fue algo único. No paraba de llorar, era una sensación que de chico la soñé. Ya en la arenga, entré llorando, porque amo este Club que es todo el barrio, fue un sueño cumplido”.
Algo que resalta con total naturalidad a cada momento del relato, es el sentido de pertenencia, casi como una necesidad de autoafirmación sobre aquel territorio que aunque pequeño, en boca y corazón de sus vecinos, parece gigante.
“Cuyaya es mi amor, toda mi familia es hincha del Club, todas mis hermanas jugaron al básquet, mi papa fue entrenador y dirigente del Club, y yo pasé por todas las etapas también. Ahora como presidente, es un orgullo y una responsabilidad muy grande”, resalta Herrera.
“Está mi familia, mis hijos y después Cuyaya”, afirma Juan Arraya y agrega con emoción: “es todo, es el club que quiero, que amo, es el club que me dio la posibilidad de jugar a fútbol, de desarrollarme. El Club me marcó para toda la vida, de hecho hice mi familia, mi señora es de Cuyaya, nos conocimos en Cuyaya y hace 21 años que estamos juntos. Cuyaya es toda mi historia”.
Aquella antigua finca hoy convertida en barriada popular, con vecinos de puertas abiertas y brazos estrechados, sumado a un club que abraza con sus colores y su identidad, ahí, al borde de San Salvador de Jujuy, se encuentra Cuyaya. El estudiado, el observado, y sobre todo, el que con su pasión cotidiana ensancha los márgenes más allá de sus fronteras.