La política del gobierno de Milei-Villarruel sobre la Cuestión Malvinas es la que más conviene al Reino Unido: silencio cómplice sobre la cuestión de la soberanía, omisión de actuar y de tomar posición frente a las provocaciones y acciones unilaterales coloniales en el Atlántico Sur, afrentas y descalificaciones hacia los países que nos apoyan en los ámbitos multilaterales y gestualidad complaciente hacia la potencia usurpadora. Un déjà vu de la política del gobierno macrista, pero peor.
Sería un gravísimo error creer que la diplomacia británica corresponderá a los favores del macrimileísmo que conduce la Cancillería, perdiendo la oportunidad de sacar ventajas del nuevo escenario. El comunicado del Foreign Office tras la reunión entre Milei y Cameron sirve como botón de muestra: mientras la Cancillería argentina minimizó en su comunicación oficial lo relativo a Malvinas y omitió hacer explícita la histórica posición argentina sobre la disputa de soberanía, desde el lado británico reafirmaron que nada había cambiado ni cambiará en su posición y destacaron el pretendido derecho de autodeterminación de los isleños.
Un preocupante ejemplo de tal enfoque concesivo son los conceptos recientemente vertidos por el nuevo representante argentino ante Naciones Unidas, Ricardo Lagorio, en una entrevista publicada en el portal de la Oficina de la ONU en Buenos Aires. Consultado sobre cuáles serán los temas prioritarios de la Argentina durante su misión, el diplomático expresó: “Yo diría que la prioridad es que el Sistema de las Naciones Unidas esté al servicio del individuo y ese creo que el gran desafío hacia el futuro”. Y agregó: “creo que otro gran desafío es traducir eso para que la gente se dé cuenta (de) que la ONU no es algo ajeno, es algo cotidiano”. En su respuesta, cargada de un dogmático individualismo libertario, no hubo espacio para ninguna referencia sobre Malvinas.
Es muy grave esa omisión. El embajador Lagorio no es un funcionario más. Estará en sus manos la gestión diplomática del más delicado asunto de nuestra política exterior, que en enorme medida se juega en el escenario de las Naciones Unidas y dentro del proceso de descolonización que se desarrolla en su seno. Esa omisión no hace honor al legado de quienes bregaron por la inclusión de la Cuestión Malvinas en la agenda de Naciones Unidas: el presidente Juan Domingo Perón y su canciller Juan Atilio Bramuglia, en la etapa fundacional de la organización, y luego, en la década de 1960, el presidente Arturo Illia, el canciller Miguel Ángel Zavala Ortíz y el embajador José María Ruda, protagonistas del enorme triunfo diplomático que representó la adopción de la Resolución 2065 (XX) de la Asamblea General.
Pero la manifestación del embajador Lagorio no es un hecho aislado. Las escasas menciones del presidente o de la canciller a la Cuestión Malvinas han apuntado a desmalvinizar a la agenda de política exterior. A las repudiadas expresiones que Milei y Mondino lanzaron en la campaña electoral se suman ahora la invisibilización y/o minimización de todo lo que implique reafirmación de soberanía, sea recordatorio de la existencia de una disputa territorial o signifique una exigencia dirigida a que la potencia colonial cumpla con el derecho internacional. Ésa fue la línea seguida por Milei en su reunión con Cameron y que luego confirmó en la entrevista que concedió al Wall Street Journal, en la que resucitó al ya viejo cliché macrista que pone como objetivo de la gestión construir una relación “adulta” con el Reino Unido (Malcorra decía “relación madura” ocho años atrás), dejando a Malvinas como un tema más en la agenda, sin ningún tipo de prioridad.
No sorprende que semanas atrás, el Daily Express, periódico que expresa posiciones nostálgicas del perimido imperialismo inglés y que defiende el colonialismo en Malvinas, haya afirmado que hay una “promesa” de Cameron para evitar que Milei “presione el botón de las Malvinas”. Es evidente que buscan bajarle el grado de exposición al tema en la relación bilateral y, sobre todo, en el escenario internacional. Informa ese medio que la moneda de cambio ante la omisión de Milei sería un supuesto apoyo británico frente a la crisis económica de la Argentina, apoyo difícil de imaginar en el actual contexto interno e internacional que enfrenta el Reino Unido.
La Cancillería en la era Milei-Villarruel guarda silencio ante hechos graves y omite dar explicaciones públicas sobre su accionar y presuntas omisiones. Consintió que el vicecanciller británico, David Rutley, representara al gobierno británico en la asunción presidencial, quien, en una abierta provocación, había visitado Puerto Argentino días antes. Incluso hay fuertes sospechas de que el presidente recibió al funcionario en Casa Rosada. La Cancillería también guardó silencio sobre un segundo viaje del mismo funcionario al archipiélago, días después de su paso por Buenos Aires. Del mismo modo evitó emitir expresiones públicas ante la presencia de una delegación de Sierra Leona en las islas, hecho grave si se tiene en cuenta que ese país integra el Comité de Descolonización que trata la Cuestión Malvinas.
La Cancillería tampoco fijó posición pública ni informó sobre los ejercicios militares realizados en el archipiélago pocos días después de la reunión entre Milei y Cameron, ni sobre el tránsito por aguas argentinas del buque RRS Sir David Attemborough, cuyo registro se encuentra en las Islas Malvinas y porta la ilegal bandera de las islas, ni sobre vuelos concretados entre territorio continental argentino y Malvinas.
Mientras tanto, en una evidente maniobra de simulación, la vicepresidenta intenta darle un barniz malvinero a un gobierno que demuestra ser esencialmente desmalvinizador, incorporando a su equipo a una figura del procesismo más rancio, partícipe necesario de la campaña de desinformación que padecimos los argentinos durante la guerra.
La historia demuestra que la diplomacia británica no da tregua cuando la Argentina desatiende a la Cuestión Malvinas. La política británica tiene grabado a fuego el apotegma del Lord Palmerston: “Inglaterra no tiene amigos ni enemigos permanentes. Sólo sus intereses son permanentes”. Es así: Gran Bretaña ha dado cuenta de la permanencia de sus intereses en el Atlántico Sur y no anda con miramientos cuando los gobiernos argentinos, dóciles a su soft power y a sus cantos de sirenas, entran en su juego nunca desinteresado. Seguirán buscando debilitar la posición argentina en nuestro país, en la región y en el mundo, instalando la cándida visión de paraíso en la tierra que han construido artificialmente para la colonia que buscan eternizar en Malvinas, invirtiendo en diplomacia pública y al mismo tiempo militarizando el Atlántico Sur.
De consolidarse el abandono del activismo diplomático sobre la Cuestión Malvinas que estamos observando, la Argentina sufrirá un enorme retroceso en su persistente acción por recuperar el ejercicio pleno de soberanía sobre los territorios ilegítimamente usurpados por el Reino Unido. El pueblo argentino, en cabeza del cual la Constitución pone la tarea de recuperación del ejercicio de soberanía sobre Malvinas, no puede tolerar y dejar de denunciarlo. El Congreso de la Nación, asumiendo la representación del pueblo y de las provincias argentinas, y el Poder Judicial, en su función de aplicar la Constitución y la legislación vigente, no pueden ni deben avalar semejante defección del Poder Ejecutivo Nacional que atenta contra la soberanía y contra nuestro interés nacional.
(Guillermo Carmona fue secretario de Malvinas, Antártida y Atlántico Sur de la Cancillería)