Hay un dicho popular que dice “Dios está en todos lados, pero atiende en Buenos Aires”. El consultorio tranquilamente podría estar en Rosario: es una ciudad increíble. Por mi trabajo, tuve la posibilidad de viajar por todo el país y Rosario funcionaba como una cábala a la hora de comenzar una gira de teatro. Sandro, el gitano, decía que si un show gustaba en Rosario, entonces la iba a romper en todos lados. Siempre ha sido un gran semillero de talentos en todas las áreas de la cultura.
Últimamente se menciona en medios a Rosario para narrar cómo ha crecido el crimen y la venta de drogas en esta ciudad. Se dice que se naturalizó ver cómo lxs jóvenes se convierten en soldados del narcotráfico, mientras las políticas públicas son prácticamente inservibles. Los niños, en lugar de estar en la escuela, por hambre o necesidades se vuelcan al crimen. El miércoles pasado la ciudad fue escenario de una noticia reproducida por todos los canales de información: un joven rosarino había muerto luego de agonizar un día y medio en un hospital con el 90 por ciento de su cuerpo quemado. Había recibido una descarga eléctrica cuando intentaba robar cables de alta tensión.
En este contexto de crisis aguda, el cirujeo y los cables de cobre les permiten a muchos llevar unos mangos para comprar algo de comida. La violencia en la que estamos inmersos como sociedad nos sacó la humanidad a tal punto que, mientras se daba a conocer la noticia en la red social X, la etiqueta que se volvió tendencia fue #uno menos. ¿Quién se puede alegrar con una tragedia como esta? ¿Tan mal estamos que no podemos ver que era un pibe con hambre?
En medio de todas estas violencias, Melina Gigli, profesora de Ezequiel --entrevistada por Página/12--, lo recordó en sus redes sociales cuestionando el tratamiento que le dieron los medios de comunicación a la noticia y se refirió a la crueldad de las redes sociales. Intenté leer los mensajes terribles que circulaban hasta que dejé de hacerlo porque me hacían daño. Si bien puedo comprender que no todos tenemos la misma opinión sobre cómo se resuelven los problemas de la crisis actual, me parece que poner toda la carga sobre los pibes y las pibas no está nada bien.
Cuando me maquillaban antes del aire de mi programa, escuchaba una entrevista a Melina que me hizo emocionar hasta las lágrimas. Por eso quiero compartirla con ustedes. Mientras todxs los que ni siquiera lo conocieron se referían al chico como un chorro menos, como un parásito, y volcaban en él su odio, en un gesto que contrarrestaba eso, ella cariñosamente se refirió al pibe como Eze. Para ella fue Eze, un alumno en la escuela secundaria Carlos Fuentealba del barrio Santa Lucía de Rosario, en la zona oeste. Explicaba que cuando vio el video no lo había identificado, por el estado en que estaba. Casi de inmediato, en el chat que mantiene con docentes de su escuela, la directora confirmó que se trataba de Ezequiel Francisco Curaba, ex alumno del colegio.
Al volver a ver las imágenes, Melina reconoció su mirada, el miedo ante esa situación. Lo recordaba en la escuela con su gesto curioso y su enorme sonrisa. Ezequiel había estado con ellos en primero, segundo y principio del tercer año. No era muy participativo en clase, pero disfrutaba de escuchar cuando la profesora leía a Fontanarrosa y a Cortázar. Le gustaba el fútbol, como a muchos de su edad. Situaciones particulares de su vida, lo mismo que les ocurre a mucxs otrxs alumnxs, hicieron que él dejara el colegio. Como docente, Melina está al tanto de las historias de sus alumnxs y le duele la actualidad que vive la educación pública, que le hace imposible contener a los diferentes Ezequieles, porque la realidad los supera.
Melina camina el barrio y hacía mucho no se cruzaba con Eze. Es una zona muy pequeña entre la autopista Rosario-Córdoba y la Circunvalación, cuyos habitantes viven en un entorno muy complejo. Quienes trabajan allí son un poco familia. Entre las instituciones, se manejan de modo cooperativo: la escuela secundaria, la escuela primaria, el centro de salud, el centro comunitario, la biblioteca y también las familias, pero no pueden escapar de algunos escenarios que existen. En los últimos años vivieron muchas situaciones complicadas y violentas. Para ellos, es normal ver cómo algunas familias huyen del barrio, lxs alumnxs se van a otras ciudades más tranquilas con menos habitantes, escapando a la violencia de Rosario. Desde hace 20 años, por el hambre y la pobreza, vienen perdiendo muchxs alumnxs y con el narco, aún más.
El trabajo como docente allí es complejo, porque el hambre apura muchísimo. A veces las circunstancias hacen imposible que los pibes puedan volver a la escuela que contiene y abraza a estas infancias y adolescencias. Ella está segura del amor por el trabajo que eligió y de su vocación: en la escuela pública, hace 20 años, encontró su lugar. Sabe que depositar el odio, la culpa o la carga en un pibe que tiraba un carro para poder comer, está mal. En una ciudad como Rosario, el teléfono de lxs docentes está a disposición de todo el mundo: no es raro que una noche, un domingo o un sábado, llegue un mensaje de una mamá de un papá o de un alumno que cuenta que no va a poder asistir porque se le rompieron las últimas zapatillas que tenía, o porque no pueden comprar una garrafa de gas. Este tipo de episodios hacen tomar dimensión sobre la importancia de la función asistencial de la escuela pública. La escuela acompaña en otros sentidos también: los docentes hacen otros trabajos, otras cuestiones, ponen el cuerpo ahí donde el Estado hace agua.
Las políticas públicas son muy importantes en este tiempo, dice Melina, porque si no, esxs pibes van buscando cubrir esas necesidades con otras cosas y la escuela lxs pierde. A pesar de esa terrible carga, a Melina, la escuela Fuentealba del Barrio Santa Lucia, la sigue motivando: con todo el equipo de trabajo, con sus directivos, dice que es un lugar maravilloso. Su historia me recordó a la de algunxs profes que conozco, que apagan incendios todos los días, porque la escuela pública es como la describe Melina y por suerte cuenta todavía con mucha gente que trabajan por vocación. Necesitamos más profes así, como Melina, con vocación y amor. Y a esa entrega hay que reconocerla no solo con agradecimiento, sino con una paga justa y mejor formación. Los docentes de la escuela pública conviven constantemente con situaciones difíciles, complejas y trágicas, como el triste final de Ezequiel. ¿Cómo se hace para reponerse de todo eso cuando te toca seguir trabando en esa realidad? ¿Cómo hacen lxs profes para dar clases cuando ven a lxs pibes que por hambre no pueden concentrarse? ¿De dónde sacan las fuerzas estos docentes que además están mal pagos?
Esta Argentina me duele, me entristece, pero al mismo tiempo me dan esperanzas estos docentes, que a pesar de todo eligen seguir en la escuela pública por Ezequiel y por todxs lxs que no terminaron, pero al menos fueron abrazados un rato.