La carta de Cristina Fernández de Kirchner es un hecho novedoso, en varios sentidos. Si se acuerda o no con sus observaciones y opiniones, en forma total o parcial, no cambia en absoluto que sacudió, siquiera un poco, al tablero político dominado por dos ingredientes centrales: a) el andar de un Gobierno tan caótico en la gestión como firme en los negociados de su raíz ideológica; y b) una oposición sin comando alguno a la vista, sólo anclada en algunos gestos importantes de resistencia.
El interés mediático se concentró hasta mediados de semana en el besamanos papal de Javier Milei, y después en sus chicanas insultantes contra una de las cantantes más populares del país. Hasta La Nación, que en varias columnas, crónicas y plumas muestra un criterio profesional apartado del oficialismo pornográfico de su señal de cable, publicó un texto del colega Pablo Sirvén que desde el título lo dice todo: “Perón polemizaba con Braden; Milei, con Lali Espósito” (a más de señalar como lo que es, una fake escandalosa, el señalamiento de la estrella cual vividora del Estado).
Pero, en medio y al cabo de esos entretenimientos que llevan a preguntarse cuánto inciden realmente en la apreciación política de la sociedad, Milei sigue tensando y avanzando con una brutalidad desconocida en tiempos democráticos. Lo hará en los pocos ratos que le dejan libre vivir en X, no importa. Nunca se vio lo que sucede o no que ocurra sin acuerdos elementales con la oposición, del tipo de los que precedieron a la Convertibilidad.
Según el modo en que los formula, no hay un solo acto o anuncio del Gobierno que pueda no ser tomado como una provocación.
Advertir que continuará en el ejercicio del poder, si cabe, mediante la exclusividad de decretos. Rechazar todo aumento del salario mínimo. Descartar sin más la paritaria nacional docente y achurar el fondo de incentivo para el sector, que en algunas provincias significa alrededor de un 10 a 15 por ciento del ingreso. Vengarse de los gobernadores, literalmente, por algunos votos adversos en la discusión de incisos de la ley ómnibus, recortándoles aportes determinantes para que el costo del transporte público no sea cargado por completo en los usuarios. Desregular de manera total al sistema de salud. Eliminar sin discriminaciones los fondos fiduciarios que compensan desequilibrios, como si todos fuesen lo que los libertarios denominan “cajas de la política” y como si la cuestión no fuera que se las reemplazará por los negocios corporativos que sostienen a su gobierno. Liquidar la obra pública, claro.
El problema ya no pasa, en lo esencial, por seguir preguntándose cómo fue posible que un sujeto de semejante naturaleza haya llegado a Presidente. La respuesta es un aspecto considerable, desde ya, porque en las causas del acontecimiento se encierran los errores estructurales del gobierno anterior (entre otros).
Pero el tema es cuál opción superadora podría existir, toda vez que el personaje ya llegó a donde no imaginaba ni por asomo y que la resistencia de muchos actores sociales está descabezada de conducción y, justamente, de caminos alternativos. ¿O acaso alguien imagina que la reacción del sindicalismo tradicional, luchadores sueltos, referencias culturales e intelectuales, grupos de izquierda ortodoxa, combatividad o capacidad de desafío y denuncia de algunos medios y periodistas, son una herramienta capaz para enfrentar tamaña andanada? Siempre la frase imprescindible: es condición necesaria, o más bien necesarísima, pero no suficiente.
Por allí es donde se filtra la carta de Cristina, acerca de la que conviene eludir elementos atractivos pero secundarios.
CFK es una figura que despierta únicamente amores y odios. Ambos están reforzados, en el primer caso por la memoria sobre sus gestiones entre 2007/2015 y por entenderse que previno lo que ocurriría durante el mandato de Alberto Fernández. En el segundo, por evaluarse que no puede ignorar su responsabilidad en la derrota del peronismo.
Luego, ¿reaparece ahora porque intuye que viene el “crash” de Milei que también presagia Macri? ¿O, exactamente al revés, lo que ve venir es un desánimo y expectativa, simultáneos, que podrían conducir a la fantasía noventosa de dolarizar, agache de cabeza si baja la inflación y, en resumen, asentamiento de un lunático cuyas consecuencias serán catastróficas a mediano plazo? ¿Le habla al progresismo en su conjunto para que se despierte? ¿O se dirige a la interna de un peronismo acéfalo donde, como ya supo reclamar, ningún mariscal toma el bastón? ¿Actúa como comentarista o se meterá en el barro más tarde o más temprano?
Se opine lo que se quiera, Cristina hizo un recorrido de diagnóstico muy atendible acerca de la decadencia nacional. Por las dudas: hay que leerlo completo. Sería interesante saber quiénes se tomaron el trabajo de hacerlo, en lugar de sacar conclusiones a través de extractos o, peor, mediante el recurso emocional de lo que su persona genera. Y además, en un documento de este tipo cuenta lo que se dice y lo que se omite.
Describe que Argentina no logra superar su drama crónico de restricción externa, porque el endeudamiento en dólares y la falta de ellos para satisfacer a la producción, cuando alcanza cierto estadio de consumo, torna imposible cualquier perspectiva de desarrollo en sus términos de modelo industrialista. No dice por qué el kirchnerismo tampoco lo logró, es cierto que no profundiza una sola autocrítica y que su descripción no es taxativa, sino enumerativa.
Es igualmente veraz que se remite al análisis de “la macro” y no demuestra interés, por ejemplo, en proyecciones de la economía popular, de la elaboración y distribución de cercanía, de la desconcentración productiva, que deberían ser fundamentales en un marco de pobreza extendida.
Pero sí se mete con unas cuantas vacas sagradas del peronismo clásico, y del progresismo vacuo por fuera de sus conquistas en el plano de las libertades individuales. Criticar a Cristina porque refuerza sus indicaciones al respecto, viniendo del fracaso del Frente de Todos, es un argumento ad hominem, en tanto pasa por oponerle sus antecedentes reales o presuntos y no la consistencia de sus dichos.
El tramo de su texto relativo al mercado laboral es, probablemente, el más destacado.
Resalta que hay asuntos no analizados en detalle, o que necesitan nuevas regulaciones, porque el teletrabajo y las plataformas digitales intermedian entre oferta y demanda de manera inédita y progresiva.
Se anima a decir que las formas de contratación laboral deben ser revisadas, actualizando convenios colectivos de trabajo que datan de hace décadas y que no contemplan nuevas realidades. Deja sugerido que Milei y su ejército de redes, medios y discurso supieron seducir con una eficiencia de época que los dirigentes del “campo nacional y popular” no vieron ni de lejos. Y frente a los que sería decisivo apresurarse a percibir el fenómeno, así sea que Milei (el personaje, Moisés redivivo, el Presidente, el individuo) termine muy mal.
Hay otro párrafo en particular. Llama a discutir un régimen de incentivo a las grandes inversiones, pero con agregado de valor y transferencia de tecnología. Y desafía a que las empresas del Estado deban integrarse, tanto por vía de la participación del capital privado como de las provincias.
Siendo que, encima, propone revisar ítems de los ámbitos educativos, de salud y “seguridad”, mientras no se pierda de vista que nada debe ir en contra de derechos sociales adquiridos, ¿se diría que Cristina giró a la derecha? ¿En serio? ¿Qué parte nos perdimos de todas las veces en que subrayó como clave la construcción de un capitalismo de raigambre industrial y tecnológica?
Todo lo contrario, sí podría decirse que, aun sólo como comentarista de índole conceptual (¿cuál sería el problema?) porque en el rol de liderazgo político ya lo dio todo con sus aciertos y yerros, Cristina trazó una hoja de ruta para que, al menos, peronismo o progresismo (¿cuál sería la diferencia, a esta altura del partido) salgan de su letargo.
Y también como siempre, apurados abstenerse.
Sí hay un apuro útil, que es el de resistir a este engendro que gobierna. El panorama resulta complicadísimo, porque debiera ser evidente que, sin perjuicio de algunas contradicciones en intereses estratégicos (biocombustibles versus cerealeras, telecomunicaciones, medicamentos, hegemonía del capital financiero “contra” el agro pampeano, etcéteras), las corpos extranjeras y locales están constituyendo un bloque sólido en su lucha salvaje contra el ingreso salarial y de los sectores populares.
Pero hay otro apuro que no sirve, radicado en seguir aplicando categorías de análisis y acción que cayeron en desuso; o que merecen ser revisadas antes de que la dolarización de facto trace un horizonte desolador -incluso de fragmentación nacional- de improbable retorno.
Convocar a ese debate es el valor de la carta de Cristina, se la ame o se la odie.