Nadie conoce realmente una ciudad si no tuvo que esconderse en ella, bien podría decir el personaje principal de Bahía Negra, novela del escritor argentino Juan Ignacio Azpeitia, donde narra la epopeya existencial de Horacio, un músico treintañero que decide soltar definitivamente su pasado para irse a Salvador de Bahía. Pero él debiera saber que nadie se aleja lo suficiente sin acercarse a lo que inevitablemente debe ocurrir. “El personaje de Horacio vive en un ambiente similar al que yo conocí cuando llegué a Salvador en el año 2000, antes de las Torres, antes de Lula. Es alguien que conocí tan de cerca como para poder usar la primera persona. A los dos nos gusta mucho la música brasileira, su naturaleza antropofágica. Ellos se morfan al gringo, no les queda otra. Vomitan su propia producción con el sabor de aquello que comieron”, dice Juan Ignacio Azpeitia “Es increíble el recorrido, por ejemplo, de Vinicius de Moraes. Un diplomático de carrera, Cónsul en Uruguay, de orientación católica, de pronto se hace un poeta popular, vive con una baiana, bebe cachaça todo el día y critica a las dictaduras. Eso está en todos. En Chico, que se vuelve un poeta revolucionario y se junta a ese movimiento de Caetano, de Gil, ese Tropicalismo que se come a los Beatles y entrega Belchior o Novos Baianos. Me imagino que una linda lectura de Bahía Negra precisa maridarse con la música adecuada, las pistas están todas ahí”.
La historia de Bahia Negra comienza como un policial negro. No sabemos quiénes son los responsables del hecho, apenas que uno es un argentino. Y quien abrirá la puerta es Exú, el mensajero, el señor de las encrucijadas. Quien quiera leer el Xire podrá ver la danza de los Orixás sucediendo a lo largo de la trama. El culto del Axé es un culto de respeto. Bahía es un punto energético planetario. En ese lugar pasan cosas, y no es de ahora. Dicen que la humanidad se inició en África, desde ahí se desplazó en dirección a Oriente, fue a India, a China, llegó a México y desde el Caribe bajó al litoral brasileño. Catarina Paraguaçú, hija de un cacique tupinambá y de un náufrago portugués, podría ser la primera persona que nace de ese encuentro de la vuelta al mundo por lados opuestos.
La proximidad entre los pueblos tupí guaraníes y los pueblos llegados de África es enorme. Su conocimiento y respeto por la naturaleza los definen. Aunque el mayor movimiento de personas se deba tristemente a la vergonzosa esclavitud europea. Reyes y reinas compraron tierras y fundaron comunidades que aún sobreviven en Bahía.
“No creo que existan muchas respuestas a los misterios de la humanidad, pero si las hubiera, probablemente una buena parte estaría aquí, cifradas en ritmos de tambor o danzas ancestrales. Andar por las calles de Bahía es una aventura cotidiana, un encuentro de olores y sabores, de personas y colores que se balancea. Como en el mar, cada susurro es un indicio. Hace muchos años que el mar, o Iemanjá, es mi mejor psicoanalista”, dice Juan Ignacio Azpeitia. “En Bahia aprendí sobre un otro tiempo. Tiempo de resistir y de esperar. Y a la vez tiempo de vivir. El desenfreno, la confirmación de que no hay límites morales. La libertad en la vida y en el sexo. Que todo suceda en el mar y que lo mejor de la vida sea gratis. Sentir una atracción y realizar los instintos sin pacaterías. La desesperación del burgués que quiere controlar el deseo. Es necesario reprimir muchísimo el deseo para que alguien piense que precisa un auto nuevo o un reloj caro para poder coger con quien quiere. No hace falta nada de eso, sólo es necesario compartir el deseo. Ser felices es subversivo. La libertad sexual es revolucionaria, por eso la persiguen tanto. Amarse en el mar, en la playa, en la selva, en ríos, cascadas. Amar sin freno y que sea infinito mientras dure”.
Es interesante observar la experiencia del protagonista en estos tiempos, porque en definitiva él es uno más de tantos que fueron expulsados por el fracaso neoliberal de los 90 que parece ahora impunemente aplicada como una abyecta lectura del eterno retorno. En este momento en que muchos jóvenes no lo vivieron y otros parecen desmemoriados, hace bien observar las vivencias de la diáspora. Recuperar la conexión con la cultura africana es un remedio imprescindible para nuestra sociedad. Hace algunos años que los movimientos afro argentinos vienen luchando para acabar con el mito de “acá no hay negros”. La cultura afro es muy fuerte y está muy enraizada en nuestra historia y nuestra cultura, mucho más de lo que nos dicen en la escuela. Se puede leer en “El matadero”, uno de los primeros cuentos autóctonos, la presencia en nuestra sociedad de la población afro. Hace muy poco, se realizó en Rosario el primer encuentro de Candombes de la Cuenca del Plata y personas de Buenos Aires, Santa Fé, Córdoba, Entre Ríos, Corrientes, Uruguay y Paraguay recorrieron el camino del reencuentro con sus raíces y trajeron de vuelta para el presente los tambores. El batuque, la rueda de percusión, es esa forma de comunicación y de hermandad circular que hace falta a los argentinos. La respuesta está ahí, batiendo, latiendo en los parches.
Salvador de Bahía dejará de ser un ideal poético (porque Horacio es en parte un hermano espiritual, mezcla de Jorge Amado y Vincius de Mores) para convertirse en un descenso a los infiernos, en el sentido clásico del término. Con un elaborado trabajo con el lenguaje, donde la presencia de palabras en portugués resulta imprescindibles debido a una real imposibilidad de traducción, el escritor despliega todo su talento narrativo para convertir a Salvador de Bahía en un personaje más que alberga distintos planos, ya sea a partir del culto animista, nacido entre los esclavos africanos, el candomblé, la música, el erotismo, la sexualidad, la venganza y el crimen. Sin soslayar el humor y la ironía, el escritor Juan Ignacio Azpeitia retoma la tradición literaria argentina de Roberto Arlt, su cross a la mandibula, y construye inteligentes tramas paralelas que permiten conocer una ciudad en toda su trágica dimensión. Bahía Negra es una novela deslumbrante donde se leerá la historia de un hombre que pagará un precio muy alto por conocerse a sí mismo.