Todos los lugares tienen historias, y sobre cada suelo caminan diferentes protagonistas. En la Costa junto al mar, vive Natalia, una mujer que empezó a trabajar a los catorce años en Mar de Ajó, siendo ahora comunicadora y referente local. Su historia, como la de muchas personas que permanecen en el anonimato federal, merece ser contada. Se trata de un recorrido original que empieza por el pan.

Natalia Contreras tiene 45 años, “bien puesto el apellido, siempre soy la que le busca el lado distinto a las cosas”, dice con una sonrisa. Fue la primera egresada del Instituto Superior de Formación Docente N° 89 de Mar de Ajó en trabajar en medios. Pasó de los chocolates a la comunicación; de ponerle condimento al chocolate a ponerle condimento al mensaje, “trasmitir tenía un valor para el otro, es dejar algo de uno mismo para que le llegue a un destinario”, dice Natalia.

Fue concebida en Mar de Ajó, sin embargo su madre dio a luz en Buenos Aires, ya que no había hospitales en el ‘79 en la localidad. Aquellos que gozaban de tener obra social podían ir a una clínica privada a parir en otra zona. El resto, “caían en el hospital de Madariaga si llegaban a tiempo, muchos nacieron en el camino. Me molesta decir que no nací en la Costa porque soy más costera que otros”. Desde los catorce años trabajaba en panaderías y otros locales en temporada para ganar unos pesos, como acostumbraban los jóvenes costeros. “Ya sabíamos desde cuarto año lo que íbamos a estudiar, era un sueño inalcanzable, yo venía de una familia numerosa, casi imposible. Sin embargo trabajé en la temporada, junté mi plata y un viernes armé el bolso, agarré mi plata de temporada y partí. No sabía dónde me iba a alojar y ni de que iba a vivir, pero sabía que de alguna manera me las iba a rebuscar”, menciona Contreras. Como muchos jóvenes de las distintas localidades lejos de centros urbanos, las oportunidades abundan, pero lejos. El desarraigo se convierte en una condición. “Aparecí en la ciudad de las grandes oportunidades con trenzas de pueblo. Ser profesional era lo que me iba a salvar de cierta manera. O te ibas a estudiar o te quedabas en el pueblo a ser ama de casa”, asegura Natalia.

Se fue a los diecisiete y permaneció hasta los veinticinco en Buenos Aires sin volver a la costa. En ese momento la pasión estaba en la publicidad. La comunicación vino después. En el medio pasó lo que siempre sucede; un amor. Se casó, tuvo un hijo pero luego comenzaron los malos manejos y volvió a su lugar natal para recuperar la tenencia absoluta de su hijo. Se fue del amor y volvió a otro: el mar. “Acá me di cuenta que era el lugar ideal para criar hijos, disfrutarlos, allá estaba corriendo las 24 horas, terminás envuelta en la vorágine de la rutina”.

Empezó en el mundo del chocolate por una tía sommelier y terminó abriendo su propia chocolatería. Ella descubrió la pasión por el sabor e iba creando sus propios chocolates costeros.

El camino a la comunicación resultó de un salto desde el vacío: un periodo de depresión de dos años. “Como manotazo de ahogado me decido a estudiar para salir de la situación en la que estaba. Y ahí me crucé con comunicación social y encontré mi vocación, que de cierta manera uno lo viene desarrollando y haces el clic cuando lográs darle nombre”. Tres años de carrera en el Instituto - móviles y radio de por medio- hasta llegar a poner su propio medio digital local. “Es de servicio y de información. La audiencia me llama y me cuenta el tema que está sucediendo en su localidad, desde secuestros hasta problemas en un club de fútbol, y yo lo investigo y publico una nota. Ellos definen la agenda con todo lo que pasa en la costa en las catorce localidades”, comenta entusiasta.

La necesidad de ampliar los medios locales surge del propio cambio generacional. “Antes nadie te avisaba ni cómo iba a estar la marea, ahora te anticipan todo. En los medios de acá no había prácticamente información actualizada, hoy están forzados a evolucionar gracias a la juventud, porque los hijos ya consumen otras cosas y renuevan a las viejas generaciones. Antes era informar, ahora transmitir y dar un sentido”, dice Contreras.

El dicho “Dios atiende en Buenos Aires”, se convierte de a poco en un sonido más lejano: “Hoy los jóvenes tienen muchas más herramientas en la Costa y no tienen ningún reparo ni tabú, ellos ya saben lo que quieren, nosotros teníamos que descubrir en el camino porque no nos enseñaron a seguir el disfrute. De la misma manera en que no te enseñaban a tener sexo por placer si eras mujer, pasaba con el trabajo también. Son mundos distintos. Nosotros teníamos el hambre, ustedes tienen la acción”, concluye Natalia.

A veces la historia de un país se constituye de pequeñas grandes biografías, perlitas que quedan perdidas en el sensacionalismo. Aquí el mar supo traernos una de ellas.