Los hechos fueron a cuentagotas. De un lado el presidente de la Nación, Javier Milei, del otro Lali Espósito, una artista con enorme popularidad. Lali expresó su posición de modo indirecto en un recordado tweet que decía “Qué peligroso. Qué triste”, cuando Milei ganó las PASO. Luego fue acusada por el mismísimo Presidente, como si fuera un delito, de haber cobrado del Estado por presentarse en festivales provinciales. Fue un golpe por elevación a los gobernadores por la caída de la “ley ómnibus”. Con estas declaraciones con componente misógino el Presidente interpela a sus desinformados seguidores y los habilita a escalar en violencia y persecución pública contra la artista.
Otro episodio fue cuando Lali en pleno concierto modificó la letra de una canción (“Que si fumo, que si vivo, que si bebo, que si vivo del Estado”), además de hablar del rol identitario de la cultura en la sociedad. En sucesivas entrevistas televisivas y radiales, Milei la vuelve a atacar con nombre y apellido, incluso con una actitud infantil, acusándola de que “ella empezó” y hasta poniéndole un nombre burlesco. El cierre con altura se da con una carta de Lali, donde apela al respeto protocolar para contarle al Presidente su trayectoria y hasta invitarlo a uno de sus shows.
Un gobierno con una propuesta que puede resumirse como neoliberal en lo económico, conservadora en lo político y represiva en lo social, no prevé tener éxitos para mostrar. Por lo tanto, las estrategias parecen ser subvertir los datos de la realidad y buscar culpables en villanos imaginarios como los artistas populares. En resumen, emprender una lucha cultural como estrategia para silenciar la lucha de clases.
Las estrategias de comunicación política pueden sonar a constructos teóricos complejos, pero la mayoría de las veces se trata de prácticas simples, probadas y reiteradas. El ataque de Milei a Lali puede interpretarse desde al menos cuatro dimensiones.
La primera y más obvia lectura es que se trata de poner en escena un chivo expiatorio como maniobra distractiva que involucra a una persona famosa y por lo tanto noticiable. El tema ocupará la agenda pública relegando de las portadas y zócalos temáticas urgentes, como el crecimiento de la inflación, los reclamos de docentes y jubilados o una crisis política con propios y ajenos.
En segundo lugar, replica la estrategia de enfrentamiento entre sectores de ultraderecha contra figuras de la cultura, como lo hizo Donald Trump con Taylor Swift y Jair Bolsonaro con Anitta. Lali es además una referente de las juventudes, quien se ha pronunciado por diferentes causas en defensa de los derechos humanos, el feminismo y el colectivo LGBTIQ+, militancias contrarias a la ideología neoconservadora que difunde el Presidente.
En tercer lugar, por expansión, se trata de una estrategia con intención disciplinadora desde el ejercicio de la violencia institucional hacia miembros del colectivo cultural en general, de quienes se espera acompañen las banderas de sus pueblos en momentos de libertades avasalladas. Allí quien se anime a elevar una voz contraria debe bancarse la represalia. “Lo hubiera pensado antes”, en palabras de Milei.
Finalmente, no menos importante es advertir que a Milei le interesa sobremanera su imagen pública. En lo puntual su reputación en redes sociales, desde donde proviene junto con el panelismo televisivo. Esta reputación, contada en likes y retweets, se ve eclipsada frente a la figura de Lali, quien en tanto influencer lo supera en seguidores. No obstante, la asimetría entre el poder de un Presidente y una cantante es evidente; al Presidente le gusta más ser influencer que Presidente. Este rol, como lugar de enunciación privilegiado en redes sociales, es más potente cuando lo detenta alguien no solo con más seguidores sino con cariño popular. El mensaje de cierre de discusión de Lali desató no sólo más likes, sino una catarata de apoyos de colegas y público. Allí, el intento del disciplinador, paradójicamente, se vio disciplinado.
La batalla cultural, con Lali o con quien sea, parece que continuará, ya que la estrategia distractiva seguirá intacta. En un contexto discursivo donde entra Gramsci al marco teórico de Milei, pero para leerlo al revés y decir que lo contrahegemónico es hegemónico, se pretende reducir la cultura a un mero intercambio comercial y tornar peyorativos los conceptos de Estado, identidad, derechos y justicia social, para justificar el desguace.
*Doctor en Comunicación, profesor e investigador de la Universidad Nacional de Quilmes