Fabián Show murió en 2016, a los cincuenta años, y nunca supo lo que fue el Covid. Y a pesar de que por entonces ya circulaban en las redes contenidos varios (especialmente después de su paso por Sin Codificar), fue en la pandemia que todo su multiverso artístico-memético explotó.
Un personaje extraño, muy poco ortodoxo en el canto y en el baile (sus principales virtudes) pero a la vez pintoresco y atractivo. A medio camino entre la admiración y el consumo irónico, tal como rezuma su obra definitiva: el video en el que él, Pichirica Camino y Rosalía López hacen Todos bailan conga, del cantante cordobés Sebastián, para el programa Rincón de amigos, de un canal local. De Bell Ville al mundo, esa auténtica experiencia performática supera hoy los 7 millones de vistas tan solo en YouTube.
Al otro lado del Rubicón cuarenténico, el director Daro Ceballos retoma la figura de Fabián para viviseccionarla en Que no se acabe el show, un interesante documental de hora y veinte que permite introducirse en la vida y obra de Marcelo Pereyra, el jardinero cordobés que decidió cantar cuarteto después de sobrevivir a un terrible accidente con su Renault 12 en la ruta 9.
Detrás de los memes y la picaresca hay una gran historia para contar: la de un tipo que a los cuarenta años se descubre músico cantando en una carnicería, y luego construye microépicas a partir de ciertas casualidades y una indiscutible prepotencia de trabajo. Marcelo Pereyra se autorenombró Fabián Show de grande, cuando empezó a hacer dos o tres actuaciones por noche de jueves a domingo. Así fuera en un cumpleaños para diez personas, Fabián llevaba sus pistas y un micrófono. Y hacía lo suyo.
Ceballos comenzó la investigación en 2017, mientras buscaba financiamiento vía crowfounding. E inició el trabajo de edición en cuarentena, mientras los videos de Fabián se viralizaban. Aunque está claro que la idea precedió a esa explosión.
El documental ofrece un amplio coro de entrevistas y también gran material audiovisual. Así aparecen videos de muy buena calidad en distintas experiencias de Fabián: casamientos, boliches, clubes. Eso permite ver cómo Marcelo Pereyra fue construyendo su propio personaje con una carrera meteórica pero breve: apenas duró una década. Antes de eso, su casa familiar en Bell Ville, donde no se escuchaba música, a pesar de que eran trece hermanos. Intentaba cantar y en el barrio se le reían. Nada parecía predestinarlo hacia ese futuro.
Hasta que un día de compras en una carnicería escucha al Toro Quevedo. Pepo Rodríguez, dueño del comercio, era fanático del cantante cordobés. Charlan, se conocen, conectan. Días después, Fabián lleva un equipo de música, un micrófono y unas pistas. Y la gente comienza a acercarse. Es su primera actuación en público.
Entre bifes, morcillas y cuarteto conoce a Pichirica Cámara, quien estaba por cantar como telonero del Toro en un baile. Fabián va al show, se pone al lado del escenario y hasta logra que le conviden con el micrófono. Algo comenzaba a insinuarse.
El accidente, cuentan, dejó algunas secuelas y le cambió la vida: ahí decidió largar la bordeadora y el rastrillo para ponerse a cantar. Se suma a todo evento posible, desde los más coquetos hasta los más bizarros. Y deja su huella con una presentación atronadora, imponiendo corporalidad con pasos y piruetas sorprendentes.
Está claro que tremenda visibilidad no hubiese sido posible sin sus participaciones en Rincón de amigos, programa del canal de Bell Ville que dejó los mejores registros sobre Fabián. El repertorio incluía a La Mona Jiménez, de quien queda una gran versión de El Federal, letra que parece de 2 Minutos. Aunque su principal admirado era Sebastián, el Monstruo Cordobés.
Recién con el paso de las versiones y los bailes, se entera que era familiar: su madre le revela un parentesco y ofrece intermediar para el encuentro. Sebastián lo invita a un baile, cantan juntos, le regala su histórica chalina blanca y lo consagra como su sucesor. Fabián dejaría para siempre en Rincón de amigos una apoteósica interpretación de Volverás a mi cama, lado B de Un grande, el disco de 1990 que abría con Movidito, movidito, el éxito definitivo del Monstruo. Luego, Los Reyes del Cuarteto mejoraron aún más todo eso con un feat póstumo.
Por 2012 es invitado al programa Sin codificar. Eso le da visibilidad pero a un cierto costo: da la sensación de que se lo toman para la joda, le hacen caras, se ríen de sus entonaciones y movimientos. El consumo irónico se amplía en otros programas que lo presentan como un espécimen bizarro. Algo de eso tenía, por supuesto. Él mismo sabía que no cantaba bien. Sin embargo, le ponía actitud, una impronta a través de pasos que estandarizaba para sorprender. Y todo mejoraba.
El documental logra equilibrar todas las perspectivas posibles sobre el fenómeno de Fabián Show. Y deja, como regalo, una faena fuera de la memecracia: en 2015 tocó con la Guttem Band y levantó a todo el pub de Bell Ville con una versión incendiaria de Quién se ha tomado todo el vino. Pelando una impronta entre Sandro y Johnny Rotten, Fabián logró esa noche lo que todo amante del rock: subirse al escenario con su fantasía… y hacerla creíble.