“Si la gente me diera pelota, el mundo giraría distinto”, asegura Gabriela Ivy, la activista política y de género trans no binarie y estrella tiktoker que combate libertarios con su lengua ácida. O, como los bautizó ella, “liberpijis”. Término que ya registró como marca. Nacida el 27 de abril de 1981 en una casa fantasmagórica ubicada en José León Suárez, el mismo barrio donde se crió Lilia Lemoine.
Gabriela casi no toma aire para hablar. Dispara sin piedad entrelazando las palabras como hacía Enrique Pinti, uno de sus principales referentes. En un antebrazo tiene tatuado a Stitch, el personaje de Disney que adora porque no es tierno como la gente cree. Revuelve en su habitación para enseñarme los tesoros que guarda, un vinilo de Abba, las historietas de Flash, el VHS de La Sirenita y la biblia que construye desde hace 25 años: una carpeta pesada y gorda con todos los recortes de revistas que fue juntando a lo largo de su vida sobre las Spice Girls.
Durante la pandemia, Gabriela se anotó en la carrera de Ciencia Política en la UNSAM. Un año después comenzó a hacer videos en Tik Tok hablando de género y contando el proceso de su transición. Los comentarios transfóbicos se hicieron presentes de manera inmediata, un hecho que no le llamó la atención hasta que descubrió que todos los perfiles que la agredían compartían una gran simpatía por las ideas de La Libertad Avanza. Esa revelación provocó que se dedique exclusivamente a crear videos en bata analizando cómo sería la Argentina si ganara Milei.
De día: oficina; de noche: redes
De lunes a viernes Gabriela trabaja en una empresa de sistemas donde sigue las órdenes de su jefe liberal. Pero a las 9 de la noche llega su ansiado ritual, se prepara un fernet y entra a Twitter a contestarle a sus haters. Se sienta en su silla gamer y desarma con humor los discursos libertarios que buscan instalar fake news y culpar de los fracasos políticos a mujeres y disidencias.
De la misma manera que Gabriela se obsesionó con los seguidores de Milei, ellos se obsesionaron con ella. Recibe amenazas a diario, sin embargo no tiene miedo. “A mis 10 años mi vieja dijo ‘a los putos hay que meterlos en la cárcel y prenderlos fuego’. Si la mujer que te tuvo en su útero dice eso, te imaginarás lo que me importa que venga un nene de 17 años a decirme ‘puto sidoso te voy a matar’ a mis 43”, explica con esa chispa irreverente que hace pensar en Pedro Lemebel, con una pizca de China Zorrilla en Esperando la carroza.
Es martes, Gabriela llega a la sesión de fotos en bicicleta desde Villa Ballester, su lugar en el mundo. Parte del trayecto lo hizo en tren para no despeinarse. Se quita el casco de la cabeza y sacude su cabello colorado, rojo cereza en homenaje a Poison Ivy. En su bolso guarda diferentes vestuarios: su uniforme de kickboxing, una remera de Wonder Woman y un traje color rosa viejo, con mangas princesa, que se mandó a diseñar especialmente para la Marcha del Orgullo.
Desde 2018 que estudiás de cerca a La Libertad Avanza, ¿qué viste en este fenómeno, hoy gobierno, que te obligó a producir contenido diario en redes? Vos te obsesionaste con los libertarios y después ellos se obsesionaron con vos.
--Es una obsesión, tal cual. En 2018 vi a Milei cantando canciones de Leonardo Favio con gritos pelados. No me llamaba la atención él, pero sí todo el aguante que tenía alrededor manifestado por comentarios en redes de personas con viboritas y limones. Veía que había algo que se estaba gestando, entonces me creé otros perfiles para empezar a investigar de qué se trataba. Hay un video mío de 2019, cuando Milei es elegido como diputado, donde yo afirmo que iba a ser presidente.
¿Cómo definirías a la libertad avanza?
--Es la respuesta frente a un avance del feminismo de las masculinidades que temen perder sus derechos.
Tengo entendido que en la empresa de sistemas donde trabajás tenés un jefe liberal, ¿cómo es esa relación?
--Por él, que es liberal, descubrí justamente que La Libertad Avanza no es liberalismo. Nos llevamos muy bien y cuando hablamos de política peleamos un montón. Discutimos mucho sobre temas de ideología de género, cuando en 2018 le informé que iba a cambiar el DNI me sugirió que no lo haga porque no me iban a llamar más de otros trabajos. “Y a vos te gusta mucho la plata”, me dijo. Y es verdad, a mi me gusta mucho la plata. Entonces le expliqué a mi jefe que yo estaba pasando por una depresión gigante, y que si yo no empezaba a transicionar me iba a morir. Automáticamente decidió pagarme terapia, durante dos años. Después cambié de trabajo, me fui a una empresa más grande, y finalmente volví a él, a los brazos del liberal. A mi jefe le gusta lo que hago, me sigue en las redes, ve mis videos, algunos los critica y otros me los festeja.
¿Y qué pasó cuando empezaste tu transición?
--En esa época yo vivía en México y Salta, Monserrat, y decidí buscar tranquilidad para un momento así, entonces volví a mis pagos. Villa Ballester. Y justo cuando empecé el proceso de transición llegó la pandemia, y me vino genial la coincidencia. En el DNI tengo el pelo corto, pero a mi no me importa, yo quería enfrentarme con los distintos sectores, los consultorios médicos, el trámite en cada lugar, y que se topen con la Ley cuando se opongan a mi identidad. Yo disfrutaba peleando con los médicos, o en el banco cuando no querían modificar mi nombre, porque lo veía como un desafío. Yo soy muy reactiva. Después me empecé a hormonar, es un proceso que tiene muchos efectos contraproducentes, y yo desde que tengo 40 me puse muy hipocondríaca. No la pasé bien, el endocrinólogo no me dio pelota, e hice la denuncia en el Ministerio de Salud sobre los límites de hasta donde te lleva un médico. Decidí dejar las hormonas, me gusta tener las tetitas un poquito más crecidas, pero todo lo que es culo y caderas es mío. Me gusta la dualidad de estar fuera del binarismo, me autopercibo trans no binarie. Por eso me causa gracia cuando me dicen que tengo los brazos grandes, sí y me encanta, y voy a ir al gimnasio para tenerlos más grandes todavía.
¿Cómo fue ser criada por una madre ultraconservadora?
--Yo me crié en José León Suárez, con una madre que al día de hoy afirma que con los milicos estábamos mejor. Vivíamos a tres cuadras de Villa Cárcova, al final de mi infancia vi cómo la policía se llevaba a las trans que venían de la villa. Eran escenas que me iban quedando. Yo le preguntaba a mi vieja por qué se las llevaban y ella me respondía “Algo habrán hecho”. Estaba naturalizado en aquel momento, el problema es que hoy ese mismo discurso lo repiten los chicos en Twitter.
¿Y vos en qué lugar te ubicabas frente al discurso transfóbico de tu familia?
--Yo también lo naturalicé, porque estaba inmersa en esa realidad, hasta que un día me di cuenta que eso no estaba bien.
¿Qué te hizo cambiar de opinión?
Mi primer despertar fue cuando empecé la facultad, Diseño de Imágen y Sonido en la FADU. Era el primer año del gobierno de De la Rúa, yo solo quería cursar y me encontré con que no se podía cursar porque había recortes de educación. Las clases eran en el pasto, o se suspendían y salimos a marchar. Ahí me crucé con gente de izquierda que militaba hacía tiempo, personas que me explicaron qué es lo que realmente estaba pasando y por qué. Imaginate que yo venía de 18 años de una estructura política conservadora por parte de mi familia. En mi casa de política no se hablaba. Y la facultad me abrió en muchos aspectos, yo venía de una adolescencia con una autoestima muy baja. No tenóa muchos amigos porque pesaba 120 kilos, mi cara estaba llena de granos, era una marica pero no sabía que era marica porque no conocía a otras maricas. No sabía qué era lo que me gustaba y lo vivía mal porque mi vieja era ultracatólica. Yo hasta los 23 años fui a la iglesia.
¿Conservás buenos o malos recuerdos de esos años en la iglesia?
--Esto es un oxímoron, pero la iglesia fue un lugar de contención para mí. A los 16 años empecé a ir a exploradores y armé un grupo de pertenencia que me gustaba. Me sentía útil porque te enseñaban a hacer cosas prácticas mientras mi vieja siempre me dijo que no sabía hacer nada. Después pasé a Acción Católica, ahí fue donde me di cuenta y confesé que me gustaban los tipos. Mi mejor amiga de ese entonces, que al día de hoy sigue siendo mi amiga, me dijo “Está mal éticamente, pero yo te quiero igual. Si te gustan los chicos está todo bien”. Hoy nos reímos de cómo la Iglesia, las encíclicas, nos definían qué era lo que estaba bien y lo que estaba mal. Pero me contuvieron incluso con mucho humor, cuando llegaba ojerosa me preguntaban con picardía qué había hecho la noche anterior.
¿Y en tu casa qué pasó cuando te encontraste con tu sexualidad gay?
--Casi cometo matricidio (risas). Yo estaba cursando el último año de la carrera, tenía un laburo de 4 horas en Eki descuento, pero yo estaba desesperada por alquilarme un departamento y para eso necesitaba un trabajo de 8 horas. Todos los días llegaba a mi casa y era una batalla campal con mi vieja, desde que ella se enteró que me gustaban los tipos cualquier cosa era motivo de pelea y gritos. Psicológicamente era muy terrible, entonces me di cuenta que me tenía que ir de esa casa. A los 23 años sacrifiqué la facultad y conseguí un trabajo de 8 horas. Un día me levanté y le dije a mi vieja “Va a venir el flete y se va a llevar la cama, dejalo entrar” y me fui. Me mudé con una amiga que tenía 40. No hablamos durante un año con mi vieja, hasta que yo di el paso y llegué a un pacto con ella. Le dije “mirá, a vos no te gusta mi línea de pensamiento, a mí no me gusta tu línea de pensamiento, pero después yo no quiero que vos te mueras y yo arrepentirme de no haber pasado tiempo con mis viejos”. Fue una negociación fría, pero el pacto sigue vigente. Hoy en día voy a verla a su casa y tal vez salta a hablar de “degeneramientos” y yo le respondo “si querés hablamos del tema, pero vas a terminar llorando”. Porque yo la cago a pedos y ella se pone en víctima.
¿Por qué decidiste empezar la carrera de Ciencia Política?
--Fue durante la pandemia también, cuando empecé a transicionar sentí que era el momento para terminar esa carrera que nunca terminé justamente por un tema de género y sexualidad. Lo que me llevó a estudiar Ciencia Política es ver a tanta gente en la política que no sabe de política. Y quise hacerlo en la UNSAM, en una facultad pública.
¿Y cómo fue volver a estudiar en la facultad, hoy siendo una persona trans?
--Fue heavy, porque no es lo mismo estudiar a los 19 años que tenés más memoria que cuando tenés 40. Pero también me pasa que cuando era más joven estudiaba una materia desde lo teórico, y ahora vemos historia argentina y yo fui parte de esos acontecimientos. Siendo más grande boludeo menos, siento una responsabilidad mayor hoy al estudiar. De hecho, yo insto a que las personas estudien después de los 40, aunque sea por hobby. Te ayuda a la cabeza y te obliga a comunicarte con gente mucho más joven que vos. Eso me sirvió mucho para mi contenido en redes.
¿Cual es tu público, a quien te dirigís al hacer tus videos diarios en Tik Tok?
--Yo pienso en llegar a la mayor gente posible, pero en las marchas me sorprendió descubrir que me sigue mucha gente que tiene entre 16 y 25 años. Pibes de 18 se acercaban a saludarme, después chequeé las estadísticas y el grueso era ese rango de edad.
Lo curioso es que no solo llegaste a gente de la comunidad LGBTIQ...
--Yo quería salir del nicho y lo logré, varones cis ven y opinan mucho sobre mis videos, algo que es muy dificil porque los tipos se escuchan entre ellos nomás. A veces me escriben, me dicen “Le mostré tus videos a mi señora”.
Registraste “Liberpijis” como una marca. ¿Qué sentís con el hecho de haber inventado e instalado ese término?
--Puro placer. Una vez hice una juntada con mis seguidoras y una de ellas me sugirió que registre el término. Ahora está en la última parte del proceso, contraté incluso a una ilustradora para crear el dibujo, todo. Cuando empecé a decir liberpijis vi cómo los libertarios se enojaban muchísimo, me di cuenta que ese término había llegado para quedarse. Yo hay varias cosas que quise toda mi vida: instalar conceptos, que me salude gente en la calle y esto que está pasando ahora. Ser entrevistada en un medio como Página 12. Yo a veces estoy andando en bicicleta y fantaseo con que Susana Gimenez me está entrevistando.
Entonces, estás disfrutando tu popularidad...
--Muchísimo, y me pregunto a cada rato si no hubiera transicionado, ¿me hubiera pasado todo esto?
¿Y cuál es la respuesta a esa pregunta?
--Yo creo que no, porque antes de transicionar tenía una autoestima muy baja. Y conectar con la feminidad, con lo trans y lo no binarie me dio esa seguridad que necesitaba para animarme a hacer todo lo que quise hacer en mi vida. Cuando transicioné salió todo de golpe.
Recibís agresiones en redes todos los días de parte de trolls libertarios y parece no afectarte. Sorprende cómo lográs desarmar esos ataques.
--Yo me junto mucho con los pakis, y eso me permitió hacer una fusión entre el shade propio de las maricas y la picantez del tipo machista, ese que te grita “culo roto”. La marica es más de ofenderse frente a esos dichos, pero si a mi me decís “culo roto” yo te respondo “sí, culo recontra abierto”. No me amedrento frente a las picanteadas de las masculinidades si no que los picanteo el doble con ironía marica.
Los trolls libertarios te dedican mucho tiempo. ¿Por qué creés que tienen tanta atracción hacia vos, en especial a cómo es tu cuerpo?
--Es una atracción que nace a partir de encontrarse con una feminidad que no se somete. Los libertarios lo que buscan es someter constantemente, hacer soberanía, y cuando ven que no lo logran se enfurecen.
Es llamativo que los libertarios te discuten que vos sos una mujer, y al mismo tiempo se enojan porque sos una feminidad no sometida. Es contradictorio.
--Sí, pero ellos son una contradicción. La otra vez me cuestionaron que yo estaba en Grindr, siendo una aplicación para tipos. Y yo les dije “Bueno, decídanse, soy una mina o soy un tipo?” Tengo la pija grande o la pija chica? Porque me suelen querer atacar diciéndome que me cuelga una trompa ahí abajo y después tiran que tengo un pito chiquito. No se deciden. Yo no me truco, no quiero apretarme los huevos porque la sociedad se escandaliza si se te nota la pija. Y hace poco pusieron una foto mía del año pasado donde tengo un vestido, señalando con una flecha cómo se me marca el pito. Yo tengo pito, y si se me marca con un vestido no es mi problema.
¿Por qué La Libertad Avanza tiene tanto transodio?
--El avance de esta derecha fascista legitimó esa transfobia que ya estaba y nunca se fue. Son cosas que la gente siempre pensó, sólo que no lo expresaban en voz alta. Y ahora que son gobierno hay pensamientos que parecen legitimados: “los travas que son feos”, “los travas se merecen lo peor”. Te lo gritan en la cara porque saben que no van a tener ninguna denuncia, no hay hoy ministerios de género abiertos que se ocupen de esta situación que estamos padeciendo.
¿Recibiste amenazas desde que hacés tus videos políticos en Tik Tok?
--Todo el tiempo. Apenas ganó Milei recibí de manera inmediata amenazas. A mucha gente le pasó lo mismo. En vez de festejar que ganaron, la victoria se tradujo en que querían salir a matar putos.
Tu humor no sigue las reglas de la corrección política. ¿Te preocupa ser cancelada?
--En algún momento voy a ser cancelada, porque forma parte del proceso. Ahora me sigue gente que le gusta mi contenido, pero si lo que hago sigue creciendo me voy a volver lo suficientemente masiva como para que alguien me cancele.
¿Alguna vez te escribió algún libertario para elogiarte tu análisis político?
--Sí, me siguen libertarios. Una vez me escribió uno y me dijo “yo soy liberpiji y me encanta lo que hacés”. Y yo le pregunté si estaba soltero porque estaba bárbaro (risas). Cuando hice mi video explicando por qué La Libertad Avanza no era liberalismo se contactaron muchos libertarios dándome la razón. Hay muchos libertarios que, justamente por eso, le soltaron la mano a Milei.