Una canción, una muerte. La regla no la dictó ningún capo de la mafia, sino la música. Unos meses atrás, mientras estaban encerrados en el último gran estudio de Liverpool, los integrantes de The Coral advirtieron la naturaleza elegíaca de buena parte de sus nuevos temas. Guitarras con trémolo, walkin’ bass, acordes menores. Decidieron que, si seguían en esa dirección, sus personajes tenían que tomar cartas en el asunto: el tipo que hace dedo, el vengador, el locutor de la radio, el vagabundo. “La regla principal era que alguien tenía que morir en cada tema”, dice James Skelly. “Hay toda una tradición para el tema dentro de la música country. Bueno, este es nuestro aporte”.
Una trivia. ¿Qué hace una banda de Liverpool después de un disco debut extraordinario y dos décadas de carrera haciendo la plancha pero coronadas con el disco conceptual que todos esperaban hace demasiado tiempo? Pues bien: saca dos discos a la vez aunque –como diría el Pity– a nadie ya le importe. En el mismo día del mismo mes del mismo año, The Coral acaba de redoblar la apuesta para publicar simultáneamente Holy Joe's Coral Island Medicine Show y Sea of Mirrors. Por un lado, una secuela oscura, de bajo perfil y bajo presupuesto en la honda trasnoche de la radio AM. Por el otro, una especie de homenaje al Spaguetti Western. ¿A quién se le ocurre? Por ahora, solamente a estos colorados.
Las primeras noticias sobre The Coral llegaron en 2002. Como parte de la onda expansiva del retro-rock, algunos sellos británicos salieron a buscar sus propias bandas que empezaran con el artículo The y tuvieran el pelo corto. En un par de meses, Deltasonic fichó tanto a los Zutons como a los Coral y salieron a dar batalla en los rankings. Todos esos pibes eran tan condenadamente británicos que ninguna de las dos bandas pudo poner verdaderamente un pie al otro lado del Océano Atlántico. En la tradición de las bandas de hermanos, el disco debut de The Coral era un tratado de política musical firmado puertas adentro: línea portuaria, swinging sixties, personajes de Stevenson, new wave con cantantes barítono. Si hasta tenían videos corriendo en la playa.
En algún punto se cayó la cortina de humo y quedó al descubierto lo único que había: una banda buenísima. Para entonces, ya era insuficiente. The Coral siguió sacando discos (más o menos acústicos, más o menos pop, más o menos brumosos), pero los reflectores estaban siempre en otra parte. En algún punto del 2011, decidieron poner un punto y aparte. Con la banda en un hiato indefinido, cada uno de los hermanos Skelly sacó su disco solista (Love Undercover y Cut From a Star, ambos de 2013) y el tecladista Nick Power se destapó con su primer libro de poemas. La separación los fortaleció. Igual hacían todo juntos.
Cuando volvieron, ya no parecían esos colorados medio tímidos. Fundaron su propio sello, armaron una agenda y se instalaron como concesionarios en los Parr Street Studios: una sala legendaria del centro de Liverpool donde grabaron desde Pulp hasta las Spice Girls, pasando por New Order, The Wedding Present, Paulo Nutini, los Stone Roses, Drake, Kings of Convenience, Gomez y los primeros Coldplay. El Covid-19, en ese sentido, les pegó bastante bien. Como corresponde a una pandilla de misántropos funcionales de la talla de los Skelly, no salieron de la pandemia con una vacuna: salieron con un disco doble sobre su propia isla. Así, la banda dio el gran bacatazo de su carrera: Coral Island (2021).
“Cuando terminamos el disco pensábamos que estaba sobrevalorado”, dice James Skelly, el cantante y compositor principal. “Pero a veces se produce la tormenta perfecta y tenés que agradecerla y disfrutarla. Nos pasó dos veces en nuestra carrera: el álbum debut y Coral Island. Tal vez nos dio confianza para hacer estos dos nuevos discos, pero a esta altura de nuestra carrera un álbum necesita presentarse por derecho propio. Si en tu duodécimo álbum no estás haciendo algún tipo de voltereta para que se destaque, ¿quién le va a prestar atención?”.
En la cresta de la ola, la banda fue contactada para componer y ejecutar la banda sonora de Bushwhacker Blues: una suerte de western con hombres-lobo y una cantidad considerable de sangre. Los Coral se pusieron inmediatamente manos a la obra y, como vivían en estado de gracia y para colmo ya tenían oficio, escribieron una tonelada de música en los estudios. Eventualmente, la película se quedó atascada en la ciénaga de la financiación y los estudios cerraron, pero la banda no paniqueó: dobló su energía en partes iguales.
“Nos llevamos todas las cosas a nuestras casas y empezamos a revisar el Dropbox”, dice Skelly. “Nos dimos cuenta de que teníamos dos discos: uno era más narrativo, en una línea merseybeat/country; el otro era más onírico y paisajístico”. Con el plan sobre la mesa, decidieron llevar las cosas aún más lejos. Por un lado, imaginaron un programa de radio en la trasnoche de su Coral Island y llamaron al actor Ian Murray (abuelo de los Skelly) para interpretar al DJ; por el otro, Power se vio una serie de documentales sobre Spaguetti Western y arregló el material para un ensamble de cuerdas tipo Morricone. “No vas a ser mejor que los tipos que hicieron aquellos soundtracks, pero esto es lo que podemos aportar”, dice Skelly. “Canciones que a lo mejor puedas silbar”.
Para el final, dejaron a los invitados: en uno y otro extremo. A través del podcast de Rick Rubin, descubrieron que Johnny Echols todavía estaba dando vueltas. Si, el legendario guitarrista de Love. Sin embargo, no lo llamaron para que tocara la guitarra: querían su voz. Su gastado y dorado acento de Los Ángeles. Después, a través de un amigo en común, le enviaron un mail a Cillian Murphy. Nadie esperaba una respuesta: era un mensaje enrollado en una botella. Unos días más tarde, Skelly abrió su casilla y encontró esta frase escrita en el cielo de los pixeles: “Sí, claro, me encanta la banda”.
Así, mientras las cuerdas tocan su ostinato y el disco escala hacia su propio climax, el tipo más solicitado del planeta interpreta al actor caído en desgracia que asume su destino en el último de los rincones del cine clase Z. “Estoy atrapado entre la forma y el reflejo, entre la realidad y la ficción”, dice Murphy, en su acerado acento irlandés. ”No sé cuál es el papel que tengo que desempeñar”.
Oh, sí. La paradoja es un mar de espejos.