La portada del libro editado por Asunción

Lo que subyace en toda la obra de Santiago Porter es la precisión. No hay lugar para el azar en su universo, a pesar de que estuvo expuesto a él durante años cuando trabajó como reportero gráfico: el frenesí de estar en vivo, mirando cómo suceden las cosas y sin poder controlarlas, le otorgó, tal vez, la capacidad de poder deshacerse de ese azar de la vida cotidiana en su propio trabajo. Porter sabe la imagen que quiere construir. Tiene muy claro en su mente lo que quiere mostrar y consigue devolverle al mundo exactamente eso que estaba pensando en su interior. Pero la distancia que hay entre lo que este artista imagina y el momento en que se materializa la obra terminada, a veces, puede resultar muy grande: todo el proceso puede llevarle una década de trabajo. Entonces, no es solo precisión lo que flota alrededor suyo, sino también insistencia. Santiago Porter es un necio: nunca se da por vencido e insiste hasta el agotamiento.

Recientemente, la editorial Asunción –proyecto que desde hace algunos años está abocado a la edición y la investigación de las prácticas fotográficas contemporáneas– publicó el libro Los días nublados, un volumen que recopila fotos y fragmentos de distintos cuadernos que Porter fue creando durante sus últimos años de carrera. Además, se incluyeron distintos textos que el artista escribió en los que da cuenta de cómo fueron esos procesos para crear las obras a las que se refiere en el libro. Se trata entonces de una pequeña bitácora de trabajo que exhibe el procedimiento con el que Porter desarrolló buena parte de su producción. Los días nublados sirve para dar cuenta del paso del tiempo, de los resabios que dejaron en él esas experiencias del hacer: desde trabajar con la exaltación que genera una tragedia como lo es un atentado, hasta la calma de fotografiar edificios públicos de madrugada. “Siempre tuve el hábito de escribir, pero pensaba en la escritura como herramienta de trabajo y de investigación. Nunca lo hice con fines expresivos o con la intención que tengo ahora, que es la de compartir las historias que hay detrás de muchas de las cosas que hice”.

Los días nublados llega para reponer eso que no siempre está presente en la fotografía, es decir, la serie de eventos incontrolables, afortunados y también desafortunado, que llevan a un artista a querer fotografiar una situación específica, un objeto o una persona. No es tarea sencilla que la imagen contenga los movimientos anteriores a su existencia. No siempre la experiencia de fotografiar está presente en la imagen. Sin embargo, esa ausencia puede ser un motor para empezar otra cosa, para darle forma a una obra otra. Y es ahí, en ese vacío, que Porter encontró una grieta para poder narrar diferentes episodios de su vida, que a su vez se entrelazan con una vida colectiva: en Los días nublados está la AMIA, el 2001 y la niebla que recubre una estatua decapitada de Evita.

UN NUEVO COMIENZO

La fotografía llega a la vida de Porter casi que por accidente. Un compañero suyo del colegio hereda, de un primo que se iba de la Argentina, un laboratorio. El compañero instala todo el en el altillo de su casa y, con la excusa de usar los nuevos chiches, compran unos rollos en un local de Puente Saavedra. El padre de Porter le presta a su hijo una cámara y a partir de ahí empieza la aventura de la fotografía. “Salíamos a hacer fotos en el barrio porque queríamos tener rollos que revelar y hacer copias. Eso era lo único que a mí me resultaba interesante en ese momento, revelar”, recuerda Porter. “Me interesaba, sobre todo, la alquimia de la fotografía: revelar, exponer el papel proyectando el negativo en la ampliadora, agitar las cubetas, que la imagen aparezca”.

Eso que empezó como un juego, como un gesto performático para materializar una imagen, se transformó en un trabajo, en una obra y en una vida. Durante décadas, este artista fortaleció sus habilidades, entendió el lenguaje, la técnica, sus limitaciones y sus posibilidades. Finalmente, Porter se transformó en un profesional.

Sin embargo, como todo y como siempre, ese entusiasmo inicial de la juventud se disipó y, luego de realizar su serie Bruma –un conjunto de fotografías de diferentes edificios públicos y monumentales, pero derruidos por el paso del tiempo–, Porter dejó de lado la cámara para darle lugar al bastidor: se transformó en pintor. Como una señora que se quiebra la cadera y tiene que volver a aprender a caminar, Santiago tuvo que aprender a hablar con otro lenguaje.

Algo similar le ocurrió con la escritura.

Un día, Porter contactó a Mercedes Halfon y le dijo que quería sumarse a su taller de escritura. “La llamé y le dije que estaba con ganas de contar las historias que había detrás de algunos trabajos. Con el tiempo, me empecé a soltar y pude escribir con cierta confianza, pero al principio no tenía la seguridad para decir ‘esto ya está bien así’, se publica. Los textos de Los días nublados fueron gran laburo. A lo larto de los meses fui descubriendo el oficio de la escritura con sus particularidades, con sus rudimentos. Fui acercándome a esa otra manera de trabajar”.

El resultado de esa transición hacia otra disciplina son los textos que integran este libro editado por Asunción. La escritura de Porter tiene una liviandad que no siempre está presente en sus fotografías, a pesar de que por momentos sus textos parecen ser sólidos registros periodísticos: parecen ser historias que cuenta un amigo, pero a la vez se esfuerzan por atenerse a lo factual, a lo que efectivamente pasó. “Muchas de sus series fotográficas tenían una historia atrás, que debía ser contada, pero que sólo se descubría cuando le preguntabas al artista sobre sus fotos”, dice Halfon. “Todos los procesos de trabajo de Santiago tienen una impronta narrativa detrás que le suma una dimensión más a su obra. Eso fue lo que él desarrolló en el taller para plasmarlo en esos textos. Desplegar esos relatos era darle una nueva forma a su trabajo documental”.

La distancia que pueden imponer a veces las imágenes que crea Porter –desde esos edificios públicos monstruosos, hasta sus pinturas con infinitas capas de grises y negros– se diluye en Los días nublados. Este libro físicamente, tiene una levedad alrededor, pide ser manchado, accidentalmente, por un vaso de cerveza o una taza de café, como sucede con cualquier cuaderno de notas. En este sentido, este libro de Porter es un contrapunto consigo mismo: la perfección y el cálculo que aparece en sus fotografías, donde nada está librado al azar o el capricho, se desvanece en las páginas de Los días nublados. El enemigo de este libro es, al mismo tiempo, su autor.

ARCHIVO PERSONAL

A lo largo de los años, Santiago Porter acumuló cuadernos de notas donde conviven anotaciones, fotos, dibujos, bocetos de fotografías y pinturas. Bitácoras construidas de una forma muy ecléctica donde diversos formatos se entrelazan para marcar el origen de muchos de sus trabajos. “La propuesta original que me hicieron desde la editorial era mostrar los cuadernos como están, tal cual los hice. Pero a mí me parecía poco. Así como soy estructurado y dogmático en las cosas que se ven, en los cuadernos me relajo: pongo de todo”, dice Porter. “Están las cosas que fracasan, los bocetos de las obras, los dibujos sobre las fotos que yo quería hacer, las pretensiones de lo que buscaba y después nunca pasó. Y también hay escritura”.

Los días nublados es una selección de esos cuadernos, amplificada por los textos. Es un libro que ofrece la posibilidad de espiar cómo funciona la cabeza de Porter, las conexiones que establece entre diferentes cosas para luego dar forma a una obra. A lo largo de la publicación se mantiene un diálogo entre eso que muestran las hojas reproducidas y las historias que cuenta Porter sobre sus diferentes trabajos. Son parte de un todo y ese todo es un archivo personal que da cuenta del paso tiempo, de cómo un reportero gráfico se harta de su trabajo y lo abandona, de la manera en la que una disciplina con la que uno trabaja se puede agotar y también de la forma en la que ese entusiasmo se recupera.

El comienzo del libro está marcado por el atentado a la AMIA. El final, por un viaje al sur en el que Porter intenta volver a la fotografía, luego de abandonarla para dedicarse de lleno a la pintura. En el medio, el 2001 y una década dedicada a fotografiar edificios estatales. “Los días nublados aparece como un gesto de compartir algo propio con otros, contar una historia de lo que hasta acá no había contado, pero no porque sintiera que tenía un público ávido de que se la cuente, sino porque me daban ganas de dejarlo disponible para los que quisieran visitar esas historias y esos procesos”.

En ese gesto de compartir su mundo propio, Porter encontró la posibilidad avanzar sobre una disciplina nueva, la de escribir. Los días nublados es el mar en el que confluyen los diferentes ríos que este artista navegó en las últimas tres décadas. Son páginas que condensan la experiencia del Porter reportero gráfico, del fotógrafo artista, del pintor y del incipiente escritor. Es un esfuerzo por querer sintetizar años de trabajo. Pero sobre todo, Los días nublados es una búsqueda de sentido, un intento por querer responder esa pregunta que por momentos parecería ser ridícula, pero que siempre está presente: ¿por qué hacemos lo que hacemos?