The New Look es una de las primeras series “importantes” del 2024. O, por lo menos, eso quiere ser. De esas que vienen con la garantía de los grandes nombres, repartidos entre personajes y elenco. Christian Dior y Coco Chanel. ¿Qué más se puede pedir? El título, además, augura el retrato de un cambio de época asociado a la bisagra entre dos diseñadores insignia de la alta costura. El primero, emergente de la posguerra, sinónimo de la extravagancia de los años 50, de una moda que dejaba atrás la clásica mundanidad de su predecesora. Porque Chanel había sido eso, síntesis de estilo y trascendencia en una moral definitiva del buen gusto. ¿Pero de eso es de lo que se trata verdaderamente The New Look? No parece, y por ello las críticas en los medios de Estados Unidos asoman desconcertadas y la nueva apuesta de Apple TV+ parece naufragar en cierta indiferencia. Incluso pese a los grandes nombres que también visten a su elenco: Ben Mendelsohn como Dior, Juliette Binoche como Chanel, John Malkovich como Lucien Lelong, Maise Williams como Catherine Dior. También Emily Mortimer y Glenn Close. Todos escalonados en el afiche tras un vestido dorado y la sugerente leyenda que reza: “La creación es supervivencia”. Quizás porque de eso se trata verdaderamente The New Look. No de la moda ni del cambio en la alta costura, sino de la supervivencia en una época convulsa y de la reinvención de aquellos personajes para su deconstrucción.
Estamos en 1955 y Christian Dior es toda una celebridad en París. Hace apenas ocho años lanzó su primera colección en solitario y ya es el modisto más cotizado de la Europa pujante de los milagros económicos. Al calor del Plan Marshall y las disputas de la Guerra Fría, el mundo occidental construye su identidad en una insistente batalla cultural que se da en todos los flancos, culturales y artísticos. La moda no queda exenta y Dior ha conseguido dejar atrás las penurias de la posguerra para imponer desafíos y extravagancias en sintonía con el bienestar de esos tiempos. De hecho, se lo celebra en la Sorbona como el ícono de la esperanza. Mientras tanto, Coco Chanel despotrica ante quien quiera escucharla que los nuevos diseñadores la aburren y que ella está lista para regresar de su exilio en Suiza y recuperar su trono, arrebatado por los mediocres. De hecho el éxito sumerge a su competidor en el tormento y la inseguridad, consumido en un manojo de nervios, dependiente del tarot y los designios de la superstición. ¿Qué es lo que separa la confianza del Viejo Mundo de la advenediza conquista que representan Christian Dior y sus audaces diseños?
Ese es el interrogante que intenta despejar Todd A. Kessler, creador de esta serie inspirada en aquellas historias escondidas bajos los pecados de la guerra. La disputa Dior-Chanel se agita en los tiempos de la ocupación nazi, antes que entre las luces de las pasarelas de la Liberación, y Kessler echa mano al espionaje, las intrigas y las gestas de la Resistencia para plantar su bandera sobre ese “nuevo look” que promete la paz venidera. De allí las decepciones de los críticos y el desconcierto que inspira esta historia de lealtades y traiciones. ¿Quién quiere ver a Dior como un inseguro modisto de segundo orden bregando por la salvación de su hermana en un campo de trabajo en la Alemania nazi? ¿O a Chanel convertida en la amante de un espía alemán con lazos colaboracionistas antes de la entrada de los Aliados a París? Esas son las coordenadas propuestas por Kessler, guionista de Los Soprano, creador de series como Damages y Bloodline, familiarizado con el linaje melodramático del cine de Hollywood, matriz de esta batalla entre egos cuyo origen se remonta a una Europa dividida entre aliados y enemigos.
“¿Es cierto que, durante la ocupación alemana en París, Coco Chanel cerró su atelier y se negó a diseñar vestidos para las esposas de los nazis mientras usted siguió trabajando y ganando dinero?”, le pregunta una alumna de la Sorbona al atribulado Dior, perdido en el mismo púlpito de su homenaje. Lejos de eludir la incómoda inquisición, el diseñador parece dispuesto a rendir cuentas como estrategia de revelación de su propio pasado. El extenso flashback que sobreviene será el cuerpo del relato, que tiene un provisional despegue en 1943, cuando Dior todavía es parte del equipo de Lucien Lelong, astuto mercader de los tiempos más difíciles. Confeccionar vestidos para novias y amantes de los nazis es la estrategia de Dior para pasar desapercibido en la Francia ocupada y proteger el compromiso político de su hermana Catherine con la Resistencia. Un hombre tímido y temeroso, amigo de tertulias de Pierre Balmain y Balenciaga, amante a escondidas del barman extranjero de un café parisino.
Mientras tanto Coco Chanel mueve sus influencias para rescatar a su sobrino André de las garras de la Gestapo y termina aceptando una reunión con el seductor ‘Spatz’ como pago por los favores de los alemanes. El Ritz se transforma entonces en el epicentro de su nuevo affaire y en el teatro de operaciones de su contraespionaje: gestionar una reunión con Churchill y promover el posible cese de hostilidades. El arreglo del entuerto con sus socios judíos y los rencores con su vieja amiga Elsa Lombardi son monedas de cambio de su excursión a los cuarteles de Berlín como secreta enviada del jefe del espionaje nazi. Así, en esa turbulenta París poblada de tanques y resistentes, Dior y Chanel entrecruzan sus caminos, sus lealtades, su supervivencia. La moda es apenas un anhelo postergado: el aura de glamour que seduce a los alemanes, el medio para pagar sus favores. ¿Es esa la verdad que subyace a los relatos de triunfo y resiliencia que se contaron cuando terminó la guerra? ¿Qué mentiras se esconden tras su celebrado patriotismo, su impoluto renacimiento?
El gesto revisionista de Kessler impacta como voluntad iconoclasta. Como los tribunales en Damages o el negocio hotelero en Bloodline, los vericuetos de la alta costura develan el marco para una exégesis más profunda sobre la legendaria disputa entre ambos artífices de la alta costura. Chanel había sido el sinónimo de la moda en los 30, la elegancia clásica, la mujer que lleva el vestido y no al revés. Dior fue el desparpajo de una nueva era, la vanguardia de los venideros 60. Binoche y Mendelsohn habitan a sus personajes con la secreta argucia de su disputa, el contoneo de sus pasados tormentos y sus futuras vindicaciones. Forman el coro incómodo de aquel falso triunfalismo tras la derrota nazi que tiñe de sombras incluso a sus mayores logros. La moda no se mancha, pero tampoco alcanza para vestir de inocencia el costo de la supervivencia. Así como el cine puso en discusión temas como la Resistencia y el colaboracionismo –ejes de la era De Gaulle– en películas como El ejército de las sombras de Melville o Lacombe Lucien de Malle, también los artistas que parecen haber resistido las esquirlas de esa vergüenza tienen sus trapitos sucios para sacar al sol.