Rayuela comienza con una pregunta: “¿Encontraría a la Maga?” y, a partir de ese interrogante, Cortázar pone en movimiento un texto que marcaría un ante y un después en la narrativa de nuestra lengua. La novela apareció en 1963 y podía leerse a la manera tradicional —desde la primera hasta la última página— o poniendo en marcha una suerte de recorrido infinito. Como una suerte de nigromante, Cortázar anticipaba para la literatura lo que algunos años después, Robert Cooper, catedrático de la Universidad de Brown, en Providence, propondría como un nuevo modo de narrar, “Hipertexto”, lo llamó y lo explicó de este modo: “En vez del narrador tradicional, que escoge a un determinado personaje, o una acción, y lo abandona para centrase sobre otro, tenemos un lector libre, que puede elegir él mismo la trayectoria de la trama. Ante dos personajes que se despiden en una esquina, el narrador tradicional seguirá a uno de ellos. Sin embargo, el lector de hipertexto es libre de mirar dentro de uno, de otro, o, si quiere, de los dos personajes. El trabajo del creador hipertextual se multiplica considerablemente, pues debe escribir no sólo una línea de la trama, sino todas las que quiera ofrecer al lector”. Un libro infinito, podríamos decir. “A su manera este libro es muchos libros”, advertía Cortázar en el “Tablero de Dirección” de “Rayuela”. Borges, en su cuento El libro de arena, habla de un “un objeto inconcebible, un volumen de incalculables hojas”, que precisamente se llamará Libro de Arena, “porque ni el libro ni la arena tienen ni principio ni fin”.

En literatura, a Borges y a Cortázar los unía una innegable excelencia, en política, un contundente antiperonismo. El cuento La fiesta del monstruo, escrito en 1947, junto a Adolfo Bioy Casares, bajo el seudónimo de Bustos Domecq, que se publicaría treinta años después y la nota “L’Illussion Comique”, que integra el número 237, de la revista “Sur”, Noviembre/Diciembre 1955, dan buena cuenta de ello. Permitáseme una digresión, Borges, en “L’Illussion Comique” señala: “Parejamente, las mentiras de la dictadura no eran creídas o descreídas; pertenecían a un plano intermedio y su propósito era encubrir o justificar sórdidas o atroces realidades”. Se refiere al imperio Romano, pero, sin quitarle una sola coma, bien podría trasladarse a nuestro actual gobierno. Regresemos al antiperonismo. Cortázar da cuenta del suyo en dos cuentos: Las puertas del cielo y La banda, no incluyo el tan mentado Casa Tomada, porque fue publicado por primera en 1946, en el nº 11 de la revista “Los anales de Buenos Aires”, que dirigía Borges. Por entonces, el peronismo daba sus primeros pasos, salvo que, tal como sucedería con Rayuela y el hipertexto, también en este caso, Cortázar haya sido un nigromante.

Borges vivió en la Argentina durante los dos primeros gobiernos peronistas. Cortázar, por el contrario, eligió dejar el país. Partió, según él mismo confesara, en busca de un poco de paz: no aguantaba los bombos peronistas, que no le permitían escuchar a Alban Berg. Tampoco le preocupaba de que lo tildasen de antiperonista. “En los años 44-45 —dijo— participé en la lucha política contra el peronismo, y cuando Perón ganó las elecciones presidenciales, preferí renunciar a mis cátedras antes de verme obligado a ‘sacarme el saco’ como le pasó a tantos colegas que optaron por seguir en sus puestos”. Esta descarnada confesión, no le impidió reconocer la grandeza de Leopoldo Marechal y de Adán Buenoayres, su formidable novela. Numerosas voces de derecha la habían vituperado por el sólo hecho de haber sido escrita por un peronista. En marzo de 1949, en la revista “Realidad”, Cortázar señaló: “La aparición de este libro me parece un acontecimiento extraordinario en las letras argentinas, y su diversa desmesura un signo merecedor de atención y expectativa”. Dos años más tarde se había instalado en París. Claro que en lugar de adoptar la lengua francesa, siguió escribiendo en argentino, en porteño. Tal vez por aquello de que mi patria es la lengua. Sin embargo, estar afuera le traerá inconvenientes y conflictos. David Viñas destacó que Cortázar se veía obligado a resaltar ciertos productos argentinos (el dulce de leche “La Martona”, por ejemplo) con el único fin de darle tono porteño a la escritura. A Cortázar ese sermón no pareció importarle. Algunos años antes, había viajado a Cuba invitado como jurado del premio Casa de las Américas, estuvo en la isla algo menos de dos meses, pero fueron suficientes para que, a diferencia de Borges, se convirtiera en un ortodoxo de la Revolución Cubana. Definitivamente, los senderos se habían bifurcado.

Pero, vaya paradoja, bastó con que se convirtiera en un intelectual de izquierda para que, precisamente, desde cierto sector de la izquierda se lo atacara sin descanso. No aceptaban que ahora apoyase a los movimientos revolucionarios de América latina. El domingo 8 de diciembre de 1974, con el título “Julio Cortázar, la responsabilidad del intelectual latinoamericano”, diversos intelectuales progresistas le cuestionaron su vivir en París. En noviembre de 1978, en un artículo publicado en la revista “Eco”, Cortázar se refirió al “genocidio cultural” que sufría la Argentina durante la dictadura cívico-eclesiástico-militar. El pensamiento de derecha repudió ese artículo, y el repudio, curiosamente, fue compartido por algún sector del supuesto progresismo. Alberto Giordano, en una nota publicada en la revista “Punto de Vista”, sostuvo que Cortázar eludía las polémicas porque por sobre todo estaba ocupado “en la celebración narcisista de su figura de escritor comprometido”. ¿Calificaríamos de poco seria “Literatura en la revolución y revolución en la literatura”, aquella polémica que a mediados de 1969 mantuvo con Oscar Collazos?, publicada aquí por la revista “Nuevos Aires” (1 y 2, Septiembre de 1970) y en Uruguay por el semanario “Marcha”. ¿O tal vez por entonces a Cortázar no le inquietaban las celebraciones narcisistas?

No bien recuperamos la democracia, visitó la Argentina. Dicen que intentó saludar a Alfonsín. Dicen que Alfonsín se negó a recibirlo. Después llovieron excusas, se habló de malos entendidos y se articularon las tonterías que suelen articularse en este tipo de situaciones. Lo cierto es que luego de una sangrienta dictadura cívico-eclesiástico-militar, el primer presidente democrático argentino se negó a recibir a su compatriota, uno de los mayores escritores vivos quien, además, había cuestionado y denunciado sin cesar a esa dictadura.

 

Pero la obra de arte y la actitud ética de su autor siempre superan esos rencorosos rasguños. Nadie en su sano juicio podría cuestionar hoy el compromiso de Cortázar, la calidad de su escritura y todo lo que ha significado y significa para la literatura en lengua española. Ahora, a cuarenta años de su muerte, bien podemos decir que en política, arte y literatura fue un verdadero modelo para respetar.