Hoy me voy al sol/ Porque Dios me llamó desde el downtown. Milo J

Quiero mirar el atardecer con toda la atención que pueda mientras dure lo que tenga que durar. Conozco la ruta y tengo el asiento justísimo y elegido específicamente para semejante evento. Cierro este viaje con el sol de frente.

Estoy ensimismada por los anaranjados de la ruta pero unas risas estruendosas de dos mujeres en los asientos atrás me vuelve a traer ¿de qué se ríen? Me contagian y sonrío amplio porque vengo de pasar unos días de risa de panza con mi amiga Karina que me dejaron muy a mano la sensación.

Entonces, empiezo a prestarles atención. No quiero mirar para atrás. Si las juzgo por sus voces, tienen algo de 60 años, jubiladas. De pronto estoy completamente entregada a su conversación, sigo con detalle el hilo que comienzan a desarrollar cada vez, pasamos por un barrio y una, la señora del lado de la ventana, le dice a la otra, a la señora del lado del pasillo: “mirá ahí vivo yo”. La señora del pasillo le responde “ahhh y ¿es seguro?, es lejos…” “Sí, pero a mí me gusta caminar por la naturaleza”, responde Ventana. Hablan del barrio un ratito pero ya están entusiasmadas en otro tema.

Escucho que van hacia Capilla del Monte. Comentan algo sobre el hotel, planean sus días mientras una mira en YouTube videos sobre la energía del Uritorco. Me tienta darme vuelta para que hablemos las tres de Capilla pero no es necesario.

Les manda un audio una Lili, le contestan, se ríen y Ventana le dice (con tono de sí, mamá): “nos vamos a portar bien, Liliiii” y Pasillo responde: “nooooo, nos vamos a portar muy mal”. Risas. Risas. Otra vez, profundas risas. Si en algún momento dudé, ahora ya no: son dos mujeres adultas en su primer viaje juntas.

Sigue atardeciendo y ya está todo anaranjadísimo. Tanto que toca el rojo. Tanto que toca el violeta.

Se cuentan hábitos. Pasillo pregunta: “¿mirás películas?”. Ventana responde que no, que prefiere irse a dormir y ya. “Está bien, hay que dormir temprano”, “y sí, además me levanto temprano para salir a caminar”, “yo miro a veces pero poquito, no siempre”. Siguen. Otro hilo hermoso que acaban de estirar.

Conversan. El amor es entrar en una larga conversación, dice Ivonne Bordelois.

“¿A qué hora tenés de costumbre tomar mate vos?” Y Pasillo le dice “de mañana”. Ventana asiente “sí, claro de mañana. Pero allá tenemos desayuno, ¿no?”. Momento: ¡¿estas mujeres viajan juntas y no compartieron nunca antes unos mates?! No puedo creer semejante acto de valentía. Me apena bajarme antes y no estar para cuando compartan el primer mate porque una dice que toma con un poquito de edulcorante y la otra no.

Sube un poquito más el color del Pantone del horizonte.

Vuelven a hablar de Capilla del Monte y acuerdan en que aunque les guste no van a volver porque el viaje es largo, son 20 horas desde Montevideo. “En ese tiempo nos vamos a otro lado”. “Y sí”. Pausa larga. Ventana agrega: “yo quiero conocer más”. Silencio.

Retoman el asunto “barrio” porque algo quedó inconcluso. Algo de cómo vamos a hacer para vernos más seguido, parece ser.

Silencio.

¿Qué hacen cuando no charlan? ¿Miran el atardecer como yo? ¿Miran el celular? ¿Miran la peli? ¿Se miran?

Prenden el aire en el colectivo y hablan del clima acá adentro. Ventana comenta que ella ya se abrigó y Pasillo le responde: “ya estás pronta, entonces”.

El clima siempre es un tópico hermoso porque nos rodea, nos amalgama: cuando llueve, nos llueve a todos, cuando amanece, amanece para todos y cuando atardece ni qué pensarlo.

Finalmente llegan a hablar del sol. Hablan del atardecer de Uruguay. De la tragedia de Los Andes, vieron el documental y ahora saben del ritual que tenían de aplaudir al sol cada día.

Se me caen dos lagrimones al mismo tiempo.

Pienso que el amor, entonces, es como el sol.

Ya atardeció.

Aplausos.