Si uno repasa la historia argentina, un argumento común que suele encontrarse para explicar los momentos políticos más complejos es que “el Presidente está solo”. Al menos desde el regreso democrático, podríamos decir que eso le pasó a todos los mandatarios en los tramos finales de su estadía en la Casa Rosada, exceptuando a Néstor Kirchner, que a la postre se convirtió en el único que tuvo la oportunidad de traspasar el poder a alguien de su mismo espacio. El resto, siempre lo mismo: Presidentes solos, pueblos desencantados y victorias opositoras.
Un rápido repaso por redes sociales, recortes y análisis periodísticos servirá para percatarse de que, en Javier Milei, la soledad puede ser física pero está lejos de ser política, económica o, cuanto menos, de gestión. Aunque se tomen por ciertas las versiones que hablan de un hombre encerrado en su propio mundo de likes, textos académicos y retuits, resulta demasiado difícil abonar la teoría que dice que “el tipo gobierna solo”.
El problema es que el grupo con el que lo hace es demasiado estrecho. Más que de costumbre. Una especie de Círculo Rojo pequeñísimo que se vio beneficiado con las medidas que pudieron avanzar a través del DNU y las decisiones administrativas para las que no necesitaron de la discusión parlamentaria y los consensos clásicos que el Presidente dice aborrecer.
En ese escenario, la nueva etapa de la rosca política argentina se concentra cada vez más en un minúsculo grupo de personas que avanza en la toma de decisiones en la que la mayoría de los argentinos no tiene nada que hacer, más que sentarse a esperar por una salida que no muchos alcanzan a divisar.
Casi nadie la ve fuera del núcleo duro del Presidente. No la ve la oposición dura que todavía se expresa desde un lenguaje que el libertario no sólo desconoce sino que detesta. No la ven los opositores dialoguistas, que se autoperciben “responsables” al mismo tiempo que Milei los llama “traidores”. Aunque se esfuercen, tampoco la ven los gobernadores, a quienes el Presidente no les habla sino a través de las conversaciones con Luis Majul, o sus cada vez más comunes arranques tuiteros.
No se ve en las oficinas del poder empresario tradicional, que no llega a comprender la magnitud del cambio que propone el libertario ansioso por cambiar las reglas del juego a través del cual el Círculo Rojo llegó a ser el Círculo Rojo. Y tampoco se ve desde las clases medias bajas que fueron las que, en gran medida, votaron a Milei en las elecciones del año pasado.
En síntesis, no se ve. Y mientras más distancia se tome de la inmediatez del aceleracionismo que propone el Presidente, la imagen aparece más borrosa. Aunque el ojo se exija y el corazón siga peleando contra la desesperanza. Porque sucede que mientas el proyecto avanza, a la gente se le enfría la sopa, se le va el bondi y, parafraseando una vieja canción de Los Piojos, también se le va la vida.
Desde lejos no se ve es actualmente la canción de Azul con más reproducciones en la plataforma Spotify. El cuarto disco de la banda nacida en El Palomar salió en 1998 y se grabó en los estudios Del Cielito, en Parque Leloir, un barrio de Ituzaingó.
Llegó a ser considerado el trabajo que consagró a Los Piojos luego del éxito que representó el boom de Tercer Arco, el trabajo que cambió la vida de la banda. Es el último disco del grupo durante el menemismo y también es el último disco (en estudio) con Dani Buira en la batería, a quien se le adjudica la creación de la frase que le da título a esa canción que, con ritmo frenético, combina desilusión y advertencia.
A finales de enero, un jubilado de 80 años fue detenido por robarse una manteca en San Juan. Mientras las familias hacen malabares para que los chicos puedan volver a las clases, es probable que los docentes de todo el país inicien el ciclo lectivo con medidas de fuerza que reclamen por el recorte sobre el salario que implica el hachazo sobre los fondos nacionales que se envían desde la administración central. Una nota del diario La Nación de esta semana, firmada por Jorge Liotti, jefe de la Sección Política, ya constata que “las madres advierten que no podrán mandar a todos sus hijos a la escuela y terminan priorizando a los más pequeños”.
En las provincias, el boleto del transporte urbano se encamina hacia los mil pesos por el recorte de subsidios. Viajar por la Argentina se convirtió en un lujo por la suba desmedida del precio de la nafta y el gasoil, que se encarece a medida que uno se aleja de la Ciudad de Buenos Aires, donde las crónicas dan cuenta de gente saltando los molinetes en las estaciones de trenes y, directamente, enfrentamientos en los colectivos porque hay quienes ya no pueden pagar el boleto.
Ya no parece verla ni siquiera Mauricio Macri, que puso en stand by la oficialización del acuerdo con La Libertad Avanza porque analiza la postura libertaria a la hora de negociar espacios y discutir políticas. Quiere, pero no la ve.
Según el último informe del Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina, la pobreza en el país era del 57,4 por ciento a mediados de enero, el mes en el que la inflación fue del 20,6. En La Pampa, detuvieron a una nena de 12 años porque quiso llevarse una caja de marcadores de una tienda. El Presidente dice que la peor parte vendrá entre abril y mayo, pero el ministro de Economía asegura que los precios se desacelerarán en febrero. Aun entre quienes quieren verla, el panorama se complica.
Tampoco la ven los intendentes que se empiezan a preocupar por el recorte de subsidios y la falta de envío de alimentos a los comedores populares que sirven de paliativo para que la pobreza no se sienta tan fuerte en los territorios. Se juntan entre ellos, ya no diferencian entre identidades partidarias o afinidades ideológicas. Se buscan, se preguntan, se reúnen con legisladores y no la ven. No entienden cómo la promesa de un cambio de rumbo que auguraba nuevas claridades se convirtió en cerrazón.
“La vida embrutecida, canalla, torcida/ avanza enloquecida y no hay quien la pare/ avanza convencida sobre la gran ciudad”, dice la canción que en la edición cassette de 1998 aparecía como el quinto track del lado A.
“La gente camina muy demente, caliente / la gente araña que no siente, caliente la tumba/ parece que este baile es el que se baila acá”, canta Andrés Ciro, que 26 años atrás se paraba otra vez frente a un micrófono para pintar la aldea de una época en la que el país empezaba a caminar por las ruinas del neoliberalismo de los noventa y en la que ya sobraban policías en las heladería pero, como suele, suceder, faltaban en algún otro lugar.
Así es el escenario en el que desde el Gobierno aseguran que la Argentina está sentando las bases para "salir de la decadencia". Lo afirman quienes advierten sobre el poco tiempo transcurrido desde el incio de la gestión y confían en un futuro que todavía parece demasiado lejano. Ése que mientras más se aleja uno del entorno chico del Presidente, menos se ve.