El periodismo argentino, nacido y estructurado en el liberalismo, se ha erigido siempre como productor indiscutible de reglas moralizantes que moldearon, y moldean, el sentido común. Con su enorme efectividad y capacidad de repetición impone ciertos discursos estigmatizantes suficientes para explicar, fundamentar y sostener las etiquetas sociales que ordenan la vida cotidiana.
Así se establecen marcas descalificadoras que laceran sobre el cuerpo social, en general, y la niñez y la adolescencia de los sectores populares, en particular. Desde una mirada adulto céntrica, periodistas y opinólogos ejercen una dominación discursiva que estructura los modos de nombrar a nuestros pibes y pibas. No hay ingenuidad en sus discursos. Las palabras crean realidades y cuando son empleadas para catalogar estigmatizan y estereotipan a grupos sociales reforzando una percepción ya punitiva de la sociedad.
Como ningún discurso puede analizarse sin tener en cuenta la unidad, el sentido y la naturaleza ideológica en el que se enuncia o pronuncia, es menester agudizar la mirada y encontrar aquellas palabras que alimentan el sentido común y configuran la cadena de valores sociales preestablecidos. Por ejemplo, cuando leemos vemos o escuchamos el término “menor” se establece un vínculo directo a un tipo de infancia “desfavorable” y/o que requiere de “protección”. En cambio, cuando estamos ante la presencia de “niño” o “niña” nos hallamos frente a la idea de un “contexto familiar adecuado”. El “menor” siempre es definido por sus carencias y el “niño/niña” por sus virtudes.
Esta forma de abordaje mediático establece, por un lado, la idea de dos infancias distintas y opuestas y, por el otro, implica que aquellos que son nombrados por el primer término son portadores de “no derechos” a ser, de estar, ni mucho menos a expresarse. Y, al mismo tiempo, son demonizados desde esta perspectiva dominante que refuerza la matriz histórica de la exclusión social.
El discurso periodístico hegemónico y su poder de daño es inmensamente más perdurable que las disculpas posteriores. Amplifican determinados prejuicios sociales que se repiten de manera constante desde una mirada mediática acusatoria, blanca y clasista. Y por supuesto, ejerce una censura estructural de unos discursos sobre otros.
Vayamos a los hechos que son noticiables y que incluyen a niños, niñas o adolescentes. Del monitoreo de programas noticiosos de canales de aire de la Ciudad de Buenos Aires que lleva adelante la Defensoría del Público, surge el dato de que sólo el 2,7% de las noticias (473 de las 17.197 emitidas en los programas noticiosos de América, Televisión Pública, Canal 9, Telefé y Canal Trece durante 2016) hace referencia a este sector etario.
En la temática “Niñez y adolescencia” el 48,4% tiene relación con “policiales e inseguridad”. Este dato pone en evidencia la existencia empírica de una nueva categoría de noticias: la “policialización” de la infancia y la juventud. En el monitoreo también se verifica la ubicación geográfica prevalente de estas noticias en barrios populares, algo que refuerza la criminalización no sólo de la niñez y la adolescencia sino sobre todo de la pobreza.
La construcción semántica de la marginalidad de la niñez y la adolescencia queda explícita en el uso de apodos, la mayoría de las veces en diminutivo, y la generalización a partir de casos específicos como dos mecanismos que se repiten en los diversos titulares. Un caso elocuente es “El Polaquito”, así presentado el informe sobre inseguridad del programa PPT de Jorge Lanata emitido el 16 de julio pasado. Allí no sólo se evidencia la tendenciosidad de utilizar la entrevista del niño para impulsar la baja de edad de punibilidad de los adolescentes, sino que se avanza contra sus derechos resguardados en una abundante legislación y jurisprudencia en la materia.
Estas modalidades negativas de construcción mediática del piberío de los sectores populares son recurrentes, prejuiciosas y fuertemente clasistas. Existe un tópico excluyente que traza un vínculo lineal entre ser joven y pobre con delincuencia. Prima la conjetura personal del periodista y su elucubración estigmatizante que se comunica como afirmación autosuficiente. Y en una misma operación discursiva: criminaliza personas y territorios, estigmatizan sus aspectos, gustos, vestimenta y color de piel. No sólo construye estereotipos negativos, sino que también los deshumanizan.
El tratamiento mediático sobre niñez y adolescencia en la Argentina se especializa en propagar aquellos temas ordenados por las lógicas del impacto y simplifica una problemática profusa desde un punitivismo demagógico y moralizante que atraviesa la práctica informativa.
* Periodista. Agencia Paco Urondo.