Pobreza del 57 por ciento, ensañamiento con los jubilados, cierre del INADI, sueldos que se evaporan, inflación desmesurada, comedores populares sin comida y promesas improbables de que "vamos a estar mejor". Todo esto en apenas una semana. Y hay más. Muestra de los más de dos meses de ahogamiento que sufrimos los argentinos desde que se inició el Gobierno de Javier Milei. En medio de este caos aparece la fecha de los clásicos no para cambiar algo sino para dar un poco de aire. El fútbol, para bien o para mal, como catarsis.
Se ve, entonces, a los hinchas de Newell’s que llenaron el Marcelo Bielsa para apoyar a sus jugadores de cara al partido del domingo, contra Central. Un ritual de cada previa. Esta vez, con la emotividad del recuerdo al recientemente fallecido Gustavo Raggio. En la cancha, los jugadores. ¿Cómo no sentir que el fútbol late? Que está más allá de dirigentes inescrupulosos o de barras que se matan por el poder de la tribuna. El dinero, que maneja a la industria futbolera, pierde peso cuando rueda la pelota y todos –hinchas, jugadores y dirigentes– quedamos atrapados por la pulsión de que nuestro equipo gane el clásico.
Se juega mucho más que el partido en sí. Tal vez un supuesto honor, pero seguro se juega la satisfacción de que se puede, de que tenemos un plus sobre el más contrario de los contrarios, el equipo que supuestamente nos pelea el lugar que pretendemos. La historia del barrio, de la ciudad o de la provincia.
Se juega además la alegría, porque al otro, al que pierde, le queda la tristeza y la espera de la revancha. Los clásicos pueden provocar el despido de entrenadores y hasta paralizar al país. El domingo, el River-Boca se transmitirá en dos señales. Lo mirarán hinchas de los otros equipos porque se trata de uno de los partidos más importantes del mundo. Esta vez, con Martín Demichelis presionado, porque River es local y viene irregular en el torneo. Pero la máxima presión es que cuenta con el mejor plantel del fútbol argentino.
Del otro lado estará Boca, obligado a ganar porque tampoco viene bien. Perder le significaría menos crédito al recién llegado Diego Martínez. Un dato a tener en cuenta en el Boca 2024 es si finalmente funcionará la dupla de ataque Cavani-Merentiel.
Las estadísticas señalan que las previas nada tienen que ver con los clásicos, que se juegan más allá del contexto de cómo viene cada equipo. Lo reafirmó por estas horas Carlos Tévez, el DT de Independiente, que además lo disfrutó el año pasado, cuando su equipo llegaba golpeado a la cancha de Racing y le ganó 2 a 0 y desencadenó en el despido de Fernando Gago. Ahora las cosas están más o menos parejas. Tal vez el Rojo llegue apenas un poco mejor, pero eso es un detalle de color ante la importancia del partido.
"Huracán es un clásico de barrio, Boca es un clásico nacional", quiso desprestigiar Rubén Darío Insúa, el técnico de San Lorenzo. Pero todos sabemos que el clásico es entre Boedo y Parque Patricios, que no hay para los hinchas –¿y tal vez para el mismo Insúa?– algo más importante y tradicional que ganar la historia barrial.
Después, como se escribió en la muy buena reflexión en la nota titulada Copa de la Liga: los no clásicos de la fecha de los clásicos, en este diario, hay partidos que no tienen razón de ser. Son los inventos que dejan al descubierto las falencias organizativas. Por ejemplo, no tiene asidero que Vélez juegue un supuesto clásico ante Tigre, o que Argentinos reciba a Platense. Pero analizar eso sería salir de la emoción de los clásicos. Y por unas horas son estos partidos los que nos dan algo de respiro antes de otra semana que llegará con las acostumbradas malas nuevas.