El otro día me topé con una noticia suelta que me interesó, pero no pude terminar de leerla porque me angustiaba. Como les debe pasar a muchos de ustedes, últimamente me angustia –y me eriza- el mundo bastante en general. Ando con náusea.
De pronto nos cayó en la cabeza un balde de desgracias colectivas y personales, pero no por un huracán o un maremoto. Por política. Por las políticas esperables de la ultraderecha, que en este caso tiene rasgos místicos y sádicos. Pero lo que agrava todo es que no hay vías de comunicación con los que causan nuestros problemas. Están todos los puentes cortados. Y no por los dos demonios. Esta gente solamente se escucha a sí misma. Tenemos presidente encriptado.
La noticia en cuestión hablaba de una tribu de jóvenes de no sé dónde, que para expresar que algo era “cool”, o lo que se entienda por eso –copado, interesante, atractivo- decía que es “re nazi”.
Esos detalles, ¿no? Esas pavadas. Esas banalidades. Lo que leí era un sueltito casi diría informativo, un glosario de expresiones juveniles. Esa es la parte más tóxica de la manipulación. “Muchos jóvenes en la actualidad se inclinan por la estética nazi”. Ajá.
No son solo los medios, ya lo sé. Ni las redes. Es al servicio de qué están, como la energía nuclear o la inteligencia artificial. Hay algo terriblemente tanático en el aire de este mundo en guerra imposible
¿Está más loco Milei que Biden financiando y fogoneando desde hace dos años una guerra que se perderá y que renazificó el imaginario de “Occidente”? ¿Y Gaza? ¿Qué locura asesina han desatado que provoca un efecto dominó en millones de mentes que asimilan eso “como lo que pasa”?
A poco de comenzada la guerra en Ucrania, escribí una nota titulada “Desnazificación”, que como no coincidía con la narrativa de la OTAN, despertó una oleada de comentarios elogiosos y otros escandalizados y plagados de insultos. En aquel momento yo tampoco podía imaginar los alcances del dispositivo cultural que se estaba poniendo en marcha para demonizar no a Putin, que era casi inevitable por la lógica periodística occidental de siempre, sino a todo lo ruso, a la cultura rusa, a los deportistas rusos, a la ensalada rusa. Cancelaron a Tchaikovsky, a Tolstoi. Un desquicio, ¿o no era un desquicio? ¿Qué tenía que ver Chejov con Putin? ¿Y por qué no vinculamos nunca ese fenónemo de guerra no contra un país, sino también contra su cultura, con la ultraderecha que estamos conociendo, y que quiere empezar igual?
La ultraderecha del siglo XXI es esencialmente un fenómeno cultural. Un artefacto. Los objetivos los sabemos y me ahorro la enumeración. Hello, Blinken. Pero el tipo de penetración estratégica para generar un nuevo tipo de ciudadano que no se sienta ciudadano, que esté tan quebrado que crea que “es así, con éste o con otro yo tengo que trabajar”. Ese cliché prendió con resignación neoevangelista, es cultural. Por más que Milei sea fascista – en el sentido de que está convencido y sobre todo porque gobierna como si su opinión fuera la única verdadera, la palabra santa –, está muy lejos de Mussolini, que se inspiró en el Manifiesto Futurista, escrito por el poeta Marinetti. El futurismo amaba las máquinas más que a los seres humanos. Milei odia la cultura porque solamente puede venderle su plan a quien cree en milagros. La mística reemplaza a la racionalidad política.
Apenas comenzada la guerra, Zelensky empezó a llevar a los Parlamentos de los países europeos a ucronazis. El caso más escandaloso fue en Canadá, donde el primer ministro Trudeau estaba con Zelensky cuando el jefe de la Cámara de los comunes presentó a Yaroslav Hunka, de 98 años, como “un héroe ucraniano y canadiense” que luchó en la división Galicia en Ucrania, contra los rusos. Casi inmediatamente se enteraron que esa división estaba integrada por ex oficiales de las SS de Hitler. El gobierno canadiense presentó excusas, pero un SS ya había sido ovacionado en el Parlamento canadiense.
Podría decirse que en este mundo tanático en el que vivimos, al que curiosamente este país se integró con la revolución de la alegría de Macri, es un mundo de imágenes. Pero podría agregarse a eso que ya se ha dicho mil veces, que en este mundo distorsionado, distópico, en este mundo de delirios siniestros, en el que se bajan umbrales en una dirección espeluznante, las palabras también han quedado reducidas a imágenes.
Las palabras de las ultraderechas globales no tienen profundidad. No tienen contenido ni contexto ni etimología ni campo semántico. Las palabras de la ultraderecha son imágenes que se fijan como tales. ¿Alguien del exterior podrá creer que en toda la campaña ningún periodista mascota, que son los únicos con los que habla Milei, pero ninguno, le preguntó qué carajo era la “casta”?
¿Y la motosierra? ¿Y la licuadora? ¿Qué son? ¿Qué estamos, en preescolar que nos tienen que orientar con dibujitos? ¿Podría el señor presidente especificar alguna vez lo que tiene en mente?
“Deutchland uber alles”, la frase nazi que hizo que en el US Open el alemán Zverev detuviera un partido para que se expulsara al espectador que había gritado “lo inaceptable”. Quizá ese gesto de Zverev haya sido el hecho público y de masas más revulsivo y audaz para el nuevo establishment en estos dos años. Si no hubiese sido por la reacción más cultural que política de Zverev, la frase nazi hubiese pasado inadvertida, como pasan inadvertidos muchos tatuajes nazis que se volvieron códigos juveniles en las napas de esta parte del mundo. No importa el tatuaje. Lo que importa es que al estetizar el nazismo, en los cimientos del gran aparato cultural, se habilitan sus crímenes. No es necesario que el portador del tatuaje lo sepa. Funciona solo.
También Hitler usó ese tipo de lenguaje que nunca termina de explicarse. Alemania sobre todo. Una frase de doble sentido. Alemania por encima de todo puede ser un llamado a dar la vida por la patria, pero el otro sentido es que Alemania estará por encima de todos los demás. El sentido nazi.
Milei está muy lejos que pretender decirnos Argentina sobre todo. Milei es él, la Argentina es una mierda y los argentinos no valen tres carajos. No nos dice que somos superiores, nos dice que él es superior. Usa su criptolenguaje como su armadura: le funcionó. Pero con la garrafa a diez lucas y los comedores sin comida, muy pronto la tela de araña que lo separa de la realidad se va a rasgar, y deberá escuchar amplificado y lacerante el grito de dolor de tantos y tantas a las que les está arruinando la vida, o a los que está matando, privándolos de sus tratamientos médicos o de sus medicamentos.
Esto que está pasando solo es posible cuando la humanidad de algunos grupos que pueden ser mayoritarios es negada desde un poder obsesionado con el exterminio. Cuando las personas son cosas, kukas, bultos, estorbos, y claro que como categoría histórica lo que padecemos no es ni fascismo ni nazismo, sino alianzas de lúmpenes con multimillonarios para llevar adelante algo que puede ser lo peor que nos ha pasado en nuestras vidas, y no me estoy olvidando de la dictadura.
Estos totalitarismo del siglo XXI pueden llegar a ser incluso, no farsas, sino superaciones de crueldad en la desaparición del otro. En dos meses, Milei convirtió a tres millones y medio de personas de clase media en personas pobres.
Desde hace dos años, y con un clímax ahora en la Argentina, el imaginario nazi de encerrar al enemigo artificial en jaulas, en campos de concentración, en su propia mente habilitada para lo atroz, se ha desparramado como una lluvia tóxica de disvalores.
Tenemos muchas razones para seguir creyendo en lo que creímos siempre, Milei no hace más que reconfirmarlo a cada instante. Y no será la mafia ni el fascismo los que nos saquen de eje. Le debemos la persistencia y la terquedad a nuestra memoria, porque ataques generalizados como éste no pueden ser tomados como posibles en democracia. Milei es imposible.