La Argentina tiene, en un mismo combo, el dulce de leche y el psicoanálisis. En el país con más psicólogos per cápita del mundo, Argentina al diván se propone como una versión libre de Daniel Casablanca, Diego Reinhold y Guadalupe Bervih de la obra escrita por Marcelo Cotton, que cuenta una sesión de terapia entre el doctor Américo del Ceibo (Reinhold), un reconocido psiquiatra obsesionado con la idea de "tratar al país entero" y Argentina (Casablanca), una paciente que llega al consultorio denunciando que ha sido robada. Sin apelar a nombres propios, pero con palabras que dentro del imaginario colectivo nacional significan referencias inmediatas a un momento histórico determinado, Argentina al diván aborda las distintas crisis económicas, políticas y sociales que atravesó el país hasta el cacerolazo de 2001. La obra se presenta los viernes y sábados a las 20.30 en ND Teatro (Paraguay 918).
¿Se podría decir que la obra es un análisis de la historia nacional desde el humor? “Es más de la condición nacional porque no es la historia y no es un análisis. Es una puesta en escena de lo que es la argentinidad, de lo que representa la argentinidad en el inconsciente de nuestros hermanos”, afirma Diego Reinhold. “No es una mirada burlona o criticona. Es más bien amable y generosa y con humor. La crítica aparece, pero con mucha ternura”, completa Casablanca.
-La crítica es indirecta o por vía de la asociación que el espectador tiene que completar.
Diego Reinhold: -Lo que pasa es que parte de la idiosincrasia argentina telúrica es la crítica. Nosotros ponemos en escena la crítica, pero no como una crítica en sí misma sino porque nos reímos de la condición de críticos que tenemos los argentinos. Esta idea de que sabemos todo lo que hay que hacer.
-Se puede ver esta obra de manera lineal y es una cosa. Pero si se les presta atención a los detalles de los simbolismos discursivos que ustedes dicen, se completa de otra manera…
Daniel Casablanca: -Está bueno eso. Pensar que el humor argentino es tan agudo que está entrelíneas. No es un humor chabacano que baja línea. Lo completa el espectador. El espectáculo es una comunión. Y el hecho de ver a la Argentina personificada es un juego para el espectador: sucede que se personifica a cada uno de los que ven la obra en la Argentina.
D.R.: -Es lo que sucede siempre en el teatro: uno se identifica con el protagonista y acá pasa eso. Uno se siente el protagonista porque es el que cumple ese rol, pero además porque el protagonista es mi propia idiosincrasia.
D.C.: -En los dos personajes está eso. Está el de la clase media, el argentino medio y la Argentina. Es como que los dos personajes abarcan todo lo que somos.
-¿Cómo notaron la recepción del público en estas primeras funciones? ¿Hace catarsis?
(risas) D.C: - ¡Eso es poco! Nos acompañan en el recorrido de la montaña rusa de todos los estados emocionales. Se suben a la montaña rusa con nosotros. Y sentís que lo viven con nosotros.
D.R.: -Yo lo veo desde el personaje que hago: lo miro a Daniel y Daniel compone un personaje que si yo lo viera en otra obra de teatro también me sentiría, incluso, compasivo. El lo interpreta de una forma que, más allá de qué personaje es, cuál es el rol que está cumpliendo o el símbolo que está proyectando, hace que yo lo quiera porque es sumamente querible y entrañable esa actuación. Por eso se combinan varias dimensiones. Podemos usar los símbolos para contar una narración y, al mismo tiempo, la cosa del teatro, que es que los personajes tienen su propia vida ahí y les pasan cosas, más allá del cuento.
D.C.: -Y creo que el personaje del terapeuta es un canchero, un creído y es de la clase media que quiere ser más, pero a partir de este recorrido se choca. Es muy argentino esto de chocarte contra la pared porque siempre te crees mil: "No, yo entiendo que hay mucho boludo, pero yo acelero a 100 y llego". Y después te chocaste contra la pared y tenés que evaluar. La gente se ríe mucho porque se reconoce en ese lugar. Y es exorcisante también. No hay burla, no viene un extranjero a decirlo porque si viene un extranjero a decirlo ahí sí me enojo: "¿Soy un boludo? Pero lo digo yo, ¡eh!". ¿Somos todos boludos que nos estamos riendo de lo boludos que somos?
D.R.: -Lo que pasa es que la clase media, personificada en este caso en el psiquiatra, es aspiracional por definición. Por eso es clase media, porque está a un paso de poder avanzar un poco más. En cambio, en las clases bajas es más difícil la posibilidad del ascenso. Lo tienen más lejos, asumen su propio destino en un punto.
D.C.: -Igual, yo creo que tenemos una clase baja no indigente muy culta, muy inteligente y que, por muchos años ha accedido a los hechos artísticos. Y si vienen lo entienden todos porque es teatro popular lo que estamos haciendo. No nombramos a nadie, pero si vos hablás de tu propia familia, no tenés que nombrar a nadie. También el hecho de no nombrar tiene que ver con no ser partidarios. Primero porque sabemos que hace un tiempo el humor corre riesgos de dejar gente afuera o el argentino está tan ideologizado que puede decir: "¿Están hablando de una mujer? Entonces, no. ¿Están hablando de tal cosa? Entonces, yo no". Lo ideológico te saca y nosotros queremos que todo el mundo entre. ¿Es humor político? Es humor histórico.
-Teniendo en cuenta que la historia de Argentina al diván termina en 2001, pero con guiños a la actualidad, ¿buscaron evitar saltar a un lado de la grieta?
D.R.: -Un poco sí, pero también es cierto que aparece esta cosa acrobática del espectáculo que salta hacia hoy por una cuestión cíclica de la misma historia. Recién afuera me decían: "Pinti decía que la Argentina es un país tartamudo. Y qué razón que tenía porque repite siempre lo mismo". Bueno, pero Pinti lo decía en los 80. Te pares donde te pares de la Argentina tiene esa cosa.
D.C.: -Pasa lo mismo y hoy estamos defendiendo lo mismo: la democracia. Es el lugar donde nos juntamos todos. Hoy la gente de la cultura está toda junta. La gente de la educación también. Hay lugares en los que no hay discusión ya. Después, negociemos para adelante qué modelo queremos, pero hay cosas en las que estamos todos. Hablar de lo que está pasando hoy es periodístico, y es difícil encontrarle una poesía a todo esto que pasa. Hasta el 2001 nos alcanza y nos sobra porque lo que más hablamos es de cuando un paciente va a terapia y repite. "Hablemos de su padre, hablemos de su madre, hablemos de su infancia". Y un poco eso es de lo que más hablamos.
-Diego nombró a Pinti y en este espectáculo, más allá de reírse, la gente sale reflexionando sobre su propio país. En ese sentido, ¿Argentina al diván es hija de Salsa criolla?
D.R.: -Yo le vengo diciendo a Daniel que tenemos que poner un cuadrito de Pinti en el camarín. Nunca lo pensamos así porque la idea a nosotros nos ha llegado. Y en el germen del título, como nos vino a nosotros ya estaba esa idea. Pero nos pasó que la fuimos armando y nos íbamos dando cuenta de que había puntos en común, desde lo poético, desde el hecho teatral. Hay puntos de contacto también con ese momento, un momento tan bisagra de la historia argentina. Y hoy también hay algo medio bisagra.
D.C.: -Y con esta misma idea de cómicos, del stand up, arrancamos con eso, con lo histórico, los momentos históricos y hacemos un humor sobre eso.
D.R.: -Y los distintos lenguajes arriba del escenario. Pinti también tenía eso. De pronto, era modo revista, de pronto era modo capo cómico, de pronto era el stand up, de pronto era el sketch. Eran distintos lenguajes. Acá también hay musicales, hay stand up, esté el sketch, están los personajes jugando entre sí, está el momento simbólico. Son distintos lenguajes mezclados. Incluso, desde lo musical.
D.C.: -Y también lo no partidario, pero al mismo tiempo, profundo, de denuncia y humor.
-Desde el punto de vista psicológico, ¿la idea es mostrar que para entender los problemas de esta Argentina adulta hay que remontarse a la infancia del país?
D.C.: -Va más allá de lo terapéutico. Es tener memoria para construirse con más fuerza. Nosotros estamos discutiendo todavía como país cuándo nacimos. Y de repente, la Argentina dice "Soy del 12 de octubre". "¡No! Antes nos guiábamos por el sol y la luna", "No, soy de mayo", "No, soy de julio". "¿De cuándo mierda soy?". Y ya tenemos un problema ahí. No resuelto, además. Y no es ideológico. O no es partidario: a ver loco, ¿cuándo nacimos?
D.R.: -Además, entre esa revolución y esa independencia hubo cosas y tejes que no es todo lo mismo. No es parte de un proceso del mismo partido, de la misma ideología. No, se fue torciendo y volviendo, se tomaron deudas y se volvió pa' atrás, hubo peleas entre unitarios y federales… Es toda una cosa que no se estabilizó nunca.
D.C.: -Y el padre de la patria defiende a toda Latinoamérica, y se va y muere lejos. Y nunca más volvió. Hay que trabajar ahí.
D.R.: -También es cierto que desde el punto de vista esotérico o metafísico es el macro y el microcosmos. Entonces, como es una sociedad, es una persona. Puedo agarrar a alguien y encontrar ahí los signos de toda una sociedad porque es la persona y su escenario. Entonces, personificamos a alguien como si fuese la Argentina, y a una terapia psicoanalítica como si fuese la posibilidad de arreglar un país.
-Justamente, algo interesante es que proponen una sesión de análisis de la Argentina en el país más psicoanalizado del mundo.
D.C.: -Son como fantasías argentinas.
D.R.: -Al principio, digo: "¿Quién consultó un terapeuta alguna vez?".
D.C.: -Todo el mundo levanta la mano.
D.R.: -En la Argentina hay más terapeutas que silobolsas (risas). Ahí hay también una estrategia del autor original de la pieza y del productor en ver esta pieza como hecho teatral o atractivo para el público el mezclar lo argentino y lo terapéutico, que son dos cosas que en el escenario funcionan de por sí, por separado.
D.C.: -Y el humor.
-Al humanizar una nación también es más fácil comprender sus debilidades y fortalezas, ¿no?
D.C.: -Y sentirse parte como espectador. Sentirte rápidamente parte y pariente de esa Argentina que está sufriendo, a través de la risa, que es la emoción más genuina y pura.
-¿Creen que a los argentinos nos cuesta un poco reírnos de nosotros mismos?
D.C.: -No, yo creo que tienen mucho sentido del humor. Entiendo que estamos amargos, agrios, pero no nos pueden sacar la alegría. Está bueno venir, reírse y pensar.
D.R.: -Además, el argentino tiene una intelectualidad muy alta. Es un pueblo, en general, muy culto. Entonces, hay un montón de teclas y melodías para tocar que son comprendidas por el espectador.