Es 1974, y la costa bonaerense vive un verano particularmente tormentoso. Encerrados en un edificio de departamentos vacío de Miramar, un pequeño funcionario del gobierno peronista y su mujer ven poco a poco cómo se frustran sus vacaciones. La lluvia corta las comunicaciones, el catarro de Perón obliga al funcionario a viajar a la capital y su departamento venido a menos es invadido por una vecina desconocida. Así comienza “Catarro”, la obra escrita y dirigida por Mario Segade que esta semana inició su segunda temporada en el Teatro El Tinglado de la Ciudad de Buenos Aires.
Protagonizada por Vanina Montes, Abian Vainstein y Maite Velo, la obra de Segade convierte este tormentoso verano bonaerense en un caleidoscopio de imágenes, de íconos y mitos de la cultura argentina, de deseos frustrados e historias manipuladas. Todo sumergido bajo la cadencia de las telenovelas de Arnaldo André que la esposa del funcionario cree escribir en sus sueños.
--Frente a un evento que marcó la historia argentina como fue la muerte de Perón, la obra se sitúa en un espacio muy particular: un edificio casi vacío de un Miramar anegado por la tormenta. ¿Cómo llegás a este espacio?
--Lo que tenía al inicio de todo este material, y que se transformó en la obra, era ese verano de 1974. Lo recuerdo particularmente bien. Yo era muy chico, nos fuimos de vacaciones a Miramar con mis padres y llovió todo el verano, un hecho inédito. Si bien el material no es autobiográfico, mucho de lo que aparece está impregnado por mi mirada. Ese verano de Miramar estaba muy presente el tema de la enfermedad de Perón y el ocultamiento de ciertas noticias. A partir de eso, indagué en distintos hechos, en íconos muy fuertes de ese corte de la Argentina, como lo fue Monzón, ese noqueador jóven llamado por Alain Delon, como lo fue Reutemann, en esa carrera en la que se quedó sin nafta, o como lo fue la aparición de algunas telenovelas. La obra no tiene intenciones de narrar ni la historia ni a ese período del peronismo, pero son imágenes que hacen a mi imaginario, a mi curiosidad.
--A partir de estas imágenes, sin embargo, hay un proceso de reconstrucción histórica muy preciso. ¿Cómo trabajaste la escritura?
--Para mí el periodo entre 1955 y 1976 es un momento histórico-político que siempre me interesó. De algún modo, esos veinte años son determinantes para pensar la historia argentina contemporánea. En ese contexto, la muerte de Perón era la última desgracia posible, el máximo de tragedia al que se podía aspirar. Entonces, me interesó indagar en eso. Hay mucha precisión de nombres, de espacios, de eventos. Después, cada espectador agarra eso de distintas formas. Como dice Kartún, el teatro no tiene que andar dando explicaciones. Es eso que se genera entre el espectador y el público en la hora y veinte que dura la obra y que, en el caso de Catarro, está atravesado por el collage de bailes, las telenovelas, las historias mediadas por la mentira, por la imaginación. Ahí encontré una manera de contar la obra que me parece funcional y efectiva.
--El viaje retrospectivo a las telenovelas habilita en “Catarro” códigos de narración muy lúdicos. ¿Cómo fue este trabajo con los actores?
--El primer tema en los ensayos y en las lecturas fue el lenguaje. En la obra hay todo un uso del lenguaje que está intervenido. En verdad, en el teatro eso siempre está intervenido, pero acá hay algo muy imbricado en el modo de hablar, en la forma en la que se construyen las frases. Para ingresar en este código hemos trabajado mucho con los actores. Yo soy un adicto a ver noticieros, reportajes, telenovelas de la época. Y con la última dictadura creo que el lenguaje se empobreció mucho. Hubo un trabajo muy fuerte para recuperar ese tono y articularlo en la obra. Nos divertimos mucho.
--¿Por qué elegiste el teatro para esta historia? ¿Cómo fue pensar el audiovisual en este marco?
--Hace ya como diez años que no dirigía ni escribía teatro y creo que apareció sin buscarlo. Antes de empezar a escribir la obra tuve que ir a desarmar la casa de mi madre que falleció. En el abrir cajas, ver fotos, encontrar cosas, aparecieron esas vacaciones en Miramar, volvió a mi memoria ese recuerdo, esa mirada de pibito de seis años en la costa bonaerense. En tren de citar, Spregelburd habla de la reflectáfora, donde se articulan muchas imágenes, con matices muy distintos. Creo que cuando el teatro alude a muchas cosas es que se hace más potente, cuando evade la idea del “tema”. Me parece que el teatro nos tiene que enrostrar cosas. Con respecto al audiovisual, conocí a Juan y Matías Guerra y descubrí un mundo donde el audiovisual en el teatro es mucho más que proyecciones. Así, buscamos construir algo de esa posibilidad. En Catarro el espacio se puede ir rompiendo y rearmando, sin ser abrumador. Es la primera vez que uso este recurso y me parece una herramienta muy poderosa.
--¿Se repensó la obra con su reposición?
--Sí, desde que terminó la temporada pasada a este reestreno tuvimos tres meses atravesados por Milei, lo cual nos exigió una relectura. Además, más allá de la coyuntura, me gusta aprovechar para probar nuevas cuestiones de actuación, de puesta. El teatro es algo que está siempre en movimiento. Las reposiciones, pero también las funciones, son siempre distintas.
“Catarro” se presentará hasta finales de marzo en el Teatro El Tinglado ubicado en Mario Bravo al 948, Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Todos los lunes a las 20.30 horas.