Músico, pintor autodidacta, titiritero, investigador, tallerista de murga y sobre todo difusor y gestor cultural. Este es apenas un resumen de los caminos que transitó y sigue transitando “Coco” Romero, como todos lo conocen.

Sin embargo, el propio Romero aclara: “me llamo Gualberto Elio Milagro Romero”. Un nombre que es una seña de identidad, ya que son muchos los salteños y salteñas que llevan el Milagro como nombre, una costumbre que tiene que ver con la devoción popular y a la festividad religiosa provincial.

Desde aquella raíz norteña vinculada familiarmente a la baguala y los recuerdos de su familia en la localidad de La Merced, sincretizado con una explosión cultural en la Ciudad de Buenos Aires, Romero llega a ser identificado como un difusor nato de la murga y las expresiones del carnaval.

-Naciste en Salta el 12 de junio de 1955 ¿Cómo estaba conformada esa familia?

-Mi madre nació en los Valles Calchaquíes, en Seclantás, y mi padre en Tucumán, pero ya estaba afincado hace tiempo en Salta. De esa etapa no tengo mucho recuerdo porque mi madre se vino en 1957 a Buenos Aires conmigo cuando era muy chico. A mi padre no lo conocí. Recién en 1983 me voy a hacer un viaje iniciático al norte, como de seis meses, y paso por Salta. En ese momento traté de reconstruir un poco para encontrar a mi viejo, era talabartero, fue payaso de circo y murió en el barrio San Antonio. Pude localizar el último lugar donde vivió, pero ya no estaba, murió por esa fecha. Después, en el núcleo familiar predominó mucho el matriarcado, porque mi madre vino para Buenos Aires conmigo y la relación que más tuve fue con la abuela María Ofelia Ríos, mamá de mi mamá, y con mi bisabuela Mercedes Montiel. Ella se dedicó a cantar coplas y me ayudó mucho, sobre todo en mis primeros comienzos en el arte, una etapa en que me dedicaba a dibujar.

El pequeño Coco en el barrio porteño de Villa Urquiza. 

-Una vez en Buenos Aires, ¿dónde se asientan, cómo fueron esos primeros momentos?

-Mi madre empezó a trabajar en casas de familia y al tiempo conoció a Antonio, el padre que me crió. Vivimos en pensiones como todos los provincianos, en el Hotel Santa Rosa, del barrio de Belgrano. Era un hotel que tenía más de cien habitaciones, éramos todos hijos de provincianos, santiagueños, catamarqueños, salteños, era lo más normal que esa inmigración viniera a parar a los hoteles de “los gallegos”. Solo en esa zona habría como diez pensiones, algunas como la mía, de 120 habitaciones; otras, de 30 o 40. Pero por otro lado fue como una bendición esa crianza porque tengo los recuerdos de una familia ampliada, la calle era nuestro nuestro patio, éramos muchos pibes jugando. Por lo tanto, hasta el fenómeno de la murga me viene desde ahí, porque si estabas en el barrio tenías que salir en la murga en verano, cazar mariposas en la primavera, jugar a la pelota vereda-vereda. Todos los juegos eran así porque éramos muchos pibes.

-¿Cómo transcurre tu adolescencia?, me hablaste de un viaje.

-Siempre dibujé desde pequeño. A los 12 o 13 años ingresé a la Escuela Panamericana de Arte y después en la secundaria aparece la guitarra eléctrica, por lo que a partir de los 15 años estoy metido en ese clima. Tocaba el bajo y armamos las bandas, tocábamos los sábados en el sótano de la peluquería del padre de Botafogo, de Miguel Vilanova, ahí aprendimos zapando rock and roll. Entonces pudimos nuclearnos los que nos gustaba la poesía, la música y un poco toda la cultura del rock barrial.

(Imagen: gentileza Carlos Furman). 

-¿En qué momento aparece la murga?

-Voy a parar a una pensión de San Isidro y un día se desocupa la cama del hombre con el que yo vivía, y ahí aparece otro músico, Uki Tolosa, con el que armamos el grupo La Fuente, que existió desde el 1977 hasta 1983. En el trayecto resulta que los militares habían prohibido el carnaval, y a mí me venía todo el recuerdo de la infancia de cuando yo salí en la murga y era un pibe feliz, una vivencia absolutamente incomparable. Entonces compongo una canción que se llama “¿Dónde fueron los murgueros?”. A partir de esa canción terminábamos todos los shows con un guayno, y “¿Dónde fueron los murgueros?”. 

Entonces se armaban rondas de huayno y baile de murga en todos los recitales, y a partir de ahí esa canción empezó a desatar una cantidad de señales a las cuales yo este estuve absolutamente atento. Lo primero que pasó es que se armó una murga que acompañaba al grupo a todos los eventos. Entonces en 1983, cuando después de hacer este viaje iniciático que fui un poco para reconstruir mi familia, me pegó mucho, porque más allá de que me crié en un barrio de Buenos Aires mi abuela y bisabuela eran bagualeras y estaba muy presente el carnaval.

-¿Cómo fue ese viaje? ¿Qué te sucedió, que despertó?

-Quería armar la familia paterna porque yo tenía una relación más fuerte con mi familia materna, y adentrarme en la relación, por ejemplo, con el hermano más chico de mi madre, que era un trabajador recolector de hojas de tabaco, además era quien le juntaba los yuyos a un curandero muy importante de la zona de La Merced y sabía los beneficios de cada uno. Era fascinante ir con este tío y que me mostrara planta por planta y cuáles eran los atributos. Ahí me encontré muchísimo con ese mundo a pesar de ser un pibe que se crió en los barrios de Buenos Aires. Y después fue muy importante mi bisabuela Mercedes Montiel, ella decía que había filmado en la película la Guerra Gaucha cantando coplas, pareciera un mito dentro de lo que contaba. Ella me apoyó mucho; hice mi primera muestra y me trataba como un artista siendo una familia prácticamente de campesinos. Pero como yo era el nieto, tenía algo así como un lugar privilegiado, disfruté mucho mis viajes a La Merced, sobre todo en esa edad que estaba básicamente con la música y el rock and roll y quería ser un artista plástico.

(Imagen: blog Coco Romero). 

-El carnaval venía muy presente: la música, el arte en general, ¿Cómo surgen los talleres de murga, cómo es la génesis?

-Luego de este viaje iniciático, vuelvo, me instalo en Buenos Aires. Yo hasta ese momento había hecho trabajo de campo con murgueros; empecé a entrevistar a algunos y ahí comencé a adentrarme y escuchar a esos artistas del carnaval, era el bajo-pueblo que se expresaba, el travestismo muy presente en la murga, el baile. Todas esas cuestiones que de alguna manera me habían pegado ya empezaban a cobrar otra dimensión. Así que en 1985 hice el primer encuentro de coro con murga; en el 86 empiezo a trabajar en (el proyecto) “La música va a la escuela”, donde hicimos un proyecto que estuvo unos cuantos años en escuelas primarias y tocamos en 250 escuelas llevando el folklore y el carnaval. En ese momento se ve que me iba haciendo en la cabeza el concepto del taller de murga. Una amiga me presenta a Jorge Nazer, que estaba trabajando en el Centro Cultural Rojas y me propone hacer un seminario de dos meses. En ese momento estaba trabajando con otro salteño muy impresionante, Ricardo Santillán Güemes, un antropólogo, gestor cultural, y con él armamos un seminario que se llamó “Murga, fiesta y cultura” en 1988. Lo que provocó en el público fue tal que, al año siguiente, golpeé la puerta del Rojas planteando que quería hacer talleres de murga y tratar de encontrarle otra vuelta de tuerca a este fenómeno que ya venía trabajando.

-¿Cuantas murgas formaste?

-Del Rojas solamente diez, pero el carnaval es muy amplio. Por ejemplo, en Bahía Blanca llegó la murga con mis talleres, a La Plata también. Recorrí la Argentina y traté de incentivar la creación de nuevos espacios, entonces ya le perdí la cuenta. Por ejemplo, la murga Vía Libre, de Bahía Blanca, ahora cumple 30 años, y el pibe que la hizo dio ocho talleres conmigo, entonces ya le perdí la cuenta porque al mismo tiempo las murgas se van reproduciendo. En el 2018 hice un mapa, La Constelación Murguera del Rojas, donde está la primera etapa, los primeros diez grupos que salieron, y desde donde se genera esa constelación muy compleja.

Taller en la biblioteca Dávalos de Salta (Imagen: gentileza Fondo Isidoro Zang del ABHS). 

- Viniste a Salta a dictar talleres, ¿Cómo fue esa experiencia y que te parece el carnaval salteño?

-Tuve la suerte de ir con el Rojas y conocer al profesor Cáseres en su escuela Juan Calchaquí, donde daba clases. Fue muy importante para mi conocerlo y también a su obra, y ver las características de la comparsa de Salta, que tiene otra modalidad, pero es murga. En definitiva la murga está en todos de diferentes maneras. Me quedé con la impresión de un carnaval muy potente, de encontrarme con personas que habían profundizado el tema y ofrecido a la comunidad material que para mí fue muy importante. Después pude llevar al Rojas, en los festejos del carnaval, a Sara Meriles, que hizo un trabajo muy interesante sobre el carnaval de Salta. También hay algunas conexiones que estuve pensando y que atravesé en mi etapa de titiritero, cuando seguí el derrotero del Huayra Castilla. Son elementos muy importantes hasta para la construcción propia de las propias murgas. A mi la murga me ofreció las bellas artes de la calle.

-¿Dónde crees que aparece “lo salteño” en tu arte?

-Creo que es una cuestión de sangre, porque voy a visitar a mi familia en Salta y cuando llego pienso “soy de acá”, es algo absolutamente intransferible. Para mí es muy importante que los bisabuelos de mi padre eran criadores de cabras, y los de mi madre eran de los Valles Calchaquíes. Entonces cuando voy me pega en una parte que es intransferible, me pongo a la orilla del cerro y digo, "yo fui parte de esto".