Ella se llamaba Estefanía y él Jorge. Ambos fueron inmigrantes llegados a esta querida tierra en la primera mitad del siglo pasado. Ella, elegante y altiva rubia, había nacido en la Lituania de entreguerras y él en la misma época, pero en la bella Beirut. Se conocieron en un club del barrio de Villa Diego, en la proletaria Villa Gobernador Gálvez, en el Gran Rosario. Se casaron y tuvieron una hija que les dio dos hermosas nietas.

Él era empleado de cierta jerarquía en la muy británica Compañía Swift, la más importante procesadora de productos ganaderos de esos tiempos. Con un crédito hipotecario construyeron un hermoso chalet de estilo californiano que fue la envidia de todo el barrio, no tanto por la construcción, sino por el jardín pleno de flores que cuidaba Fanny, que a su vez ayudaba a la economía familiar con actividades para la estética femenina y con clases de inglés. Yo fui uno de sus primeros alumnos y estaba fascinado con el profuso intercambio epistolar que Fanny tenía con los parientes lituanos de Chicago, que también eran mis parientes porque Fanny y Jorge eran mis tíos.

Jorge fue mi padrino de bautismo, momento en que tuve el primer acto de rebeldía anticlerical. Con mis pequeños dedos me aferré a la profusa barba del cura capuchino que me estaba humedeciendo la frente con agua bendita. Entre Jorge y mi mamá tardaron un rato en hacer aflojar los rebeldes garfios, mientras el sacerdote, no me cabe dudas, clamaba para sus adentros por el retorno de Herodes.

Con sus actividades económicas y sociales, que incluían el anual veraneo en Mar del Plata, la familia de Fanny y Jorge fue, lo que se dice, una very tipical and happy familia de clase media argentina. Pero el monstruo acechaba.

Los noventa encontraron a Fanny y Jorge jubilados y el innombrable que había asumido la presidencia en el ochenta y nueve prometiendo un salariazo, comenzó a hacer de las suyas. Y empezó congelando las jubilaciones.

Fanny y Jorge estaban estupefactos. Jorge, que con su exquisitez libanesa estaba acostumbrado a comprar el mejor café en granos, mordiendo previamente uno para constatar la calidad, dejó de invitarnos con sus cafés a la turca, famosos entre amigos, parientes y vecinos del barrio. Fanny no pudo invitarnos más a sus almuerzos y cenas con exquisiteces bálticas. Y esto no fue todo.

Un día encontré a Jorge, que había sido aficionado a la caza, por la calle llevando su escopeta española y le pregunté si quería asaltar el banco que estaba a pocos metros. Con una notable vergüenza me dijo que la estaba llevando al centro de Rosario para empeñarla y que ya había vendido las dos alianzas matrimoniales para pagar el gas.

A Jorge, sumido en una profunda melancolía y tristeza, se le detuvo el corazón a principios de los noventa y Fanny, con su angustia y soledad, desarrolló un cáncer que la mató poco tiempo después. El neoliberalismo había comenzado a mostrar su aspecto más brutal.

Hoy, querido lector, ese monstruo surgido del Monetarismo y el Excel ignora que la Economía es una ciencia social cuantificada y que es más social que otra cosa. El neoliberalismo está haciendo estragos aquí y en muchas partes del mundo. Me pregunto si habrá juristas pensando en declararlo “crimen de lesa humanidad”, ya que desde el Estado, con simples decretos, asesinan indirectamente a millones de personas.

Y cuando digo millones no me equivoco, ¿cuántos jubilados y jubiladas habrán muerto en los noventa por no poder comprar remedios o de tristeza? ¿Y los pobres e indigentes? Claro, en el Excel son números y no seres humanos.

¿Qué diferencia hay entre Menem, Cavallo, Macri, Caputo o Milei con Videla? Ninguna. Este último asesinaba con balas o vuelos de la muerte y los otros matan con decretos y resoluciones.

¿Habrán leído nuestros juristas Sobre verdad y mentira en sentido extramoral de Nietzsche? Les recomiendo que lo hagan así se pueden ubicar mejor en el mundo de la mentira, la posverdad y el relato, herramientas en las que abrevan los ideólogos del neoliberalismo.

Urge que lo hagan. Las largas filas del hambre, la miseria y los llantos de los viejitos en las farmacias impedidos de comprar sus remedios, nos lo piden a gritos.

El hambre no espera y la muerte acecha. No esperemos a que nos juzgue la Historia. Los asesinatos cometidos desde el Estado, aunque indirectos, son crímenes de lesa humanidad.

 

*Editor de Libros de la Araucaria.