Hasta hace unos días, habían pasado nueve años desde la última vez que Manu Chao había actuado en Buenos Aires. Si en esa ocasión había hecho saltar al público en a la cancha de Ferro en una noche caliente -no sólo por la pasión sino también por el verano sofocante-, nueva visita mostró un escenario muy distinto. Y en más de un sentido. El músico francoespañol volvió con una propuesta íntima, acústica y con base en la rumba catalana en el mismo lugar en el que debutó en la Argentina, en 1992: el estadio Obras Sanitarias. En la primera de sus tres fechas en la capital argentina, el pasado jueves 15 de febrero (repitió ahí el domingo 18 y anunció un show más para el martes 27, pero en el Teatro Flores), las 4 mil personas que asistieron fueron parte de una grey que parecía en peligro de extinción. Esa en la que conviven rastas y mohicanos, remeras tie-dye con las de la calavera del club alemán de fútbol St. Pauli, y okupas y hippies con prepaga.
Ese menjunje de tribus, estéticas, ideas e imaginarios sólo se pudieron encontrar gracias al rock mestizo, un movimiento tan ambiguo como abstracto (aunque de intenciones convergentes), con su origen en bandas punk como The Clash y Crass, y conceptualizado por un puñado de franceses periféricos comandados por los hermanos Chao: el grupo Mano Negra. Una respuesta al rock alternativo anglosajón de los años '90, incluso en el crisol de razas de sus integrantes, amén de vale todo de estilos musicales. Tras sacar sus discos Puta’s Fever y King of Bongo, y con la revelación de que Manu Chao, su frontman, había dicho que era hincha de Nueva Chicago, la banda se embarcó en la gira Cargo ’92. Luego de varias escalas por Sudamérica, anclaron en esta orilla del Río de la Plata. Acá cultivaron un sinnúmero de anécdotas, al igual que un amor imperecedero. Especialmente todo su cantante y guitarrista.
Mano Negra salió a escena en ese mítico Obras después de Todos Tus Muertos. Las 1500 personas que asistieron a ese recital nunca vieron en estos lares tanta energía e información circulando en simultáneo. Todo un shock cultural, al punto de que caló hondo en el ya dateado under porteño. Pero la cosa fue tan recíproca que el siguiente y último disco de Mano Negra, Casa Babylon, se tornó musicalmente en una consecuencia de esa gira. Durante su escala argentina, Fidel Nadal fraternizó con Manu. De hecho, se convirtió en una especie de integrante más de Mano Negra. Pese a que la mayoría de los miembros fundadores del grupo renunció tras volver de Cargo (la última aparición de esa formación fue en el programa La TV ataca, donde el tecladista Tom Darnal, en medio de un arrebato furioso, rompió un monitor), ese trabajo es considerado el mejor del colectivo galo.
El próximo 6 de mayo se cumplirán 30 años del lanzamiento de Casa Babylon. Más que más una apropiación cultural, fue un disco que le enseñó a la escena musical de esta parte de Occidente a no amilanarse por su raigambre, a ponerle tambores al rock, a inyectarle punk a la rumba y a reivindicar a héroes populares como Maradona. Esto sucedía justo cuando en Latinoamérica el rock buscaba su propia identidad. En tanto el álbum tenía éxito, Manu Chao se fue quedando sin músicos con los que tocar. Y es que su protagonismo no cayó bien. Sin embargo, ese trabajo sentó las bases para desarrollar los rasgos de su carrera solista: el minimalismo a manera de sostén para su revuelto de gramajo estético, el sample como recurso retórico, su mudanza (casi completa) al español paterno en sus letras, el nomadismo hecho formato, la recuperación del julgar y la crónica loopeada.
Si con Mano Negra hurgó en el erario salsero mediante su relectura en clave de reggae de “Te andan buscando”, clásico de Rubén Blades y Willie Colón, en Casa Babylon fue directo al hueso de la música afrocaribeña con su cover de “Mamá perfecta”, del legendario artista cubano Bola de Nieve, aunque con un énfasis más étnico. Eso abrió las puertas para incursionar en otros estilos de la música popular de la región, tal como sucedió el último Obras de Manu Chao al recrear (a su manera) “Huelga de amores”, chacarera de Divididos que el parisino sumó a su repertorio en esta década. Unos minutos antes, el cantautor había saltado a escena escoltado por el bonaerense Lucky Salvadori, en guitarra y bichito cordobés (instrumento parecido al cuatro boricua o al tres cubano), y por el gallego Miguel Rumbaeo, un todoterreno en el bogó y nigromántico en los efectos de sonido disparados desde un teléfono celular.
Apenas salieron a la venta las entradas, en las redes sociales del artista y de la productora del evento se explicó el concepto del show. Además de la intención acústica y del “manu a manu” solo con guitarra, el texto advertía que iba a haber canciones nuevas. Y justo con dos de ellas arrancó el repertorio: “Vecinos en el mar”, apología a la libertad con morriña gallega y épica norsahariana, y “Todo llegará”, reggae pandémico. A continuación, Manu Chao preguntó “¿Qué pasa por la calle?”, seguido por uno de sus gritos de guerra: “Pase lo que pase, sea lo que sea. Próxima estación: Esperanza” (tomado de un pasaje de “Mala vida”, primer hit de Mano Negra). A partir de ese momento, desenvainó el mashup. Se trata de una técnica musical, con raíces en el hip hop y heredera de la polifonía renacentista, que mezcla varios temas en un mismo ritmo. Antes que popurrí, es más bien un collage.
El primero de ellos enlazó a “Me llaman calle”, “La vida tómbola” y “Me quedo contigo”, y lo escoltó la terna de “Circo caliente”, “Libertad y “El tren se fue”. En el medio entre uno y otro, el músico espetó: “Somos asesinos de la rumba. Venimos a molestar”. Lo que no fue fortuito, pues la formación que armó esta vez se encontraba inspirada en las de la rumba catalana. Género del que el francoespañol es devoto, tras curtir el legado del rosarino Gato Pérez (Chao suele versionar su tema “Se fuerza la máquina”). Con la salida de su primer disco solista, Clandestino (1998), la alusión y la repetición se tornaron en la columna vertebral de sus canciones y de su perorata sobre el escenario. Casi como un mantra, provocando efectos propios de un trance. Si bien “Mala vida” formó parte de un mashup junto “Yo no podía vivir sin ti” y “Mi vida”, apareció fugazmente en otros temas. Por ejemplo.
Algo similar sucedió con expresiones como “Mondo diffícile” (tomada del tema “Me cago en el amor”), “¿Estamos vivos?” y “¡Fuera motosierra!”. Y es que el tono político atravesó al recital desde el principio, cuando en la previa y durante el show vecinos de San Juan, Jachal, Esquel, Chubut hicieron denuncias contra el extractivismo. Manu también invitó a escena a Alvar Llusá Damiani (violín), David Giosa (trombón), y a los raperos Rayo y Dillien (los convidados variaron en la gira, que incluyó a Córdoba y Rosario). Promediado la última de las dos horas de performance, el músico de 62 años comenzó a amagar con que se iba. Lo hizo mientras revisitaba clásicos grupales y solistas del talante de “King of Bongo”, “Je ne t'aime plus”, “Clandestino”, “Bienvenido a Tijuana” y “Me gustas tú”. Curiosamente, no desempolvó nada de Casa Babylon: el disco que estimuló a toda una cultura y despertó a un continente.