No se hicieron visibles en la dimensión que pretendían. Al menos hechos multitudes desbordadas por el Malecón habanero, en las capitales más importantes del mundo o bajo algún cielo donde caminan los más débiles, los que más sufren. No están – ni estuvieron – los que festejaron la muerte de Fidel porque hay que buscarlos con esmero a lo largo de todo el planeta. A no ser que se los encuentre en la ciudad de Miami, en la Pequeña Habana, el reducto más recalcitrante y exclusivo que cuestiona desde 1959 a la Revolución cubana. Ahí sí salieron a la calle a festejar con esqueletos en honor a la parca, en caravana y a los bocinazos. 

Si ellos esperaban que salieran multiplicados en otras geografías con pitos y matracas,no lo lograron. A excepción de algunos miles en la capital de Florida. Tampoco corrieron a voltear estatuas los cubanos en la isla porque no las hay. El líder comunista jamás las permitió en su honor. Ni siquiera podía insinuársele semejante demostración de culto a la personalidad.La rechazaba. “Los que dirigen son hombres y no dioses”, dijo en 2003. Sus detractores lo compararon con Stalin pero del comandante no hay ni un busto mal hecho, a diferencia del líder soviético. 

Ese detalle por lo general no aparece en las crónicas. Acaso porque es invisible a los ojos. Una vez más, los enemigos de Fidel y su legado se ven frustrados en sus expectativas. Solo pueden festejar su muerte biológica, porque con ella creen que desaparecerá su influencia. Se equivocan. 

Hay medios que replican testimonios críticos hacia Fidel porque cuesta encontrarlos más allá de Miami. Nos cuentan que en Cuba viven bajo el síndrome de Estocolmo. Así título una nota el diario El Mundo de España. La tomó de la frase de un activista “pro derechos humanos”. Pareciera que la inmensa mayoría de once millones de cubanos viviera anestesiada. Desde Miami imaginaban otro desenlace hace décadas. Que el pueblo se levantara. Sobre todo después de la caída del muro de Berlín. Pero ya pasaron 27 años. Y nada.

Los anticastristas del mundo – ni siquiera unidos – pudieron reunirse en mayor cantidad que en toda la Pequeña Habana. Apenas un puñadito de ellos se juntó en la embajada cubana en Madrid con botellas de vino y alzaron una copa para celebrar: “Cubanos, Castro ha muerto” gritaron. La patética escena fue seguida de cerca por partidarios del comandante que los tildaron de provocadores. “Fidel vive, la lucha sigue”, coreaban en un número mayor. Un video del diario El País reflejó la tensión de ese encuentro. En otras embajadas – las ubicadas en Moscú y Buenos Aires, por ejemplo – la gente depositó flores de todos los colores junto a fotos o dibujos del revolucionario cubano. Imágenes de una despedida que resultó una pequeña muestra de todo el dolor que recorrió de punta a punta a la mayor de las Antillas y a una buena parte del mundo. 

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