Twitter o X, al igual que el resto de las empresas privadas mal llamadas redes sociales, es una fuente de barbaridades, y ahora que además es el lugar donde discuten los políticos, se transformó en un surtidor de estupideces, maldades, y movimientos de gato escaldado que algunos llaman “información”. Casi nadie zafa de eso. Casi nadie escapa de la velocidad y hasta los más avezados en cruzar y filtrar lo que allí se escribe, se puede comer una mentira, o “fake” como se denomina desde nuestro muy colonizado lenguaje.
En eso estaba, preparando mi primer café de la mañana mientras miraba el celular medio dormido todavía, cuando un tuit llamó mi atención. Era una respuesta del gobernador Axel Kicillof al presidente: “Presidente Milei, cumpla con la ley y transfiera los recursos que le corresponden a la provincia de Chubut. Hágase hombre y acepte que perdió. Las provincias no van a acatar las cosas que usted dice. No tiene legitimidad alguna”.
Dejé el teléfono pero me quedé pensando mientras miraba salir el hilo de café. La frase no me asombró, porque Axel últimamente viene respondiéndole fuerte al gobierno nacional porteño pero la referencia a hacerse hombre me pareció graciosa en alguien tan joven. Así y todo la frase quedó dando vueltas por mi cerebro que trataba de sobrevivir una mañana más y pensé varias cosas en un minuto. El tema me confrontaba, ya que soy de una época muy lejana a esta, que es tan de amores líquidos y políticos gaseosos y tontos sólidos. Época esta llena de gente a quienes no le interesa la verdad y defiende cualquier cosa que empate con lo que ya creen o piensan y desde ahí dan por buena la “noticia” que les agrade o coincida con lo que suponen y quieren. Cosa que siempre me disgusta muy profundamente y contra lo que siempre reniego en voz alta, aún estando solo.
El asunto es que la frase me impactó igual.
Habemos quienes nos criamos entre mujeres, y hacerse hombre ahí era toda una cuestión, porque tenía algunas máximas casi fundamentalistas, básicas en todo matriarcado que se precie.
Esas mujeres eran naturalmente feministas sin el famoso marco teórico ni la tan mentada sororidad. Se mantenían solas, a ellas y a sus hijos, sostenían la casa, tenían proyectos y amigas y amigos que eran hermanos y hermanas y a veces soportaban a boludos en la búsqueda de la felicidad, que en general era poca, de donde la abuela sacó una conclusión inteligente: “hijita, lo bueno dura poco cuando es poco, no cuando es bueno”.
En esos núcleos no existía todavía la palabra machista, sencillamente ese era “un idiota infeliz que se hace el macho” al que había que sacarse de encima y ya. Porque vivir era difícil y había que hacerlo fácil.
En esas casas los proyectos de hombres lloraban si sentían tristeza, pero pagaban el cine, la Coca Cola y abrían la puerta. Y un tiempo más adelante estudiaban y trabajaban, porque había que hacerse hombre. En el decálogo de las máximas figura claramente no ser necio.
El hombre, si la cagaba pedía disculpas con la frente en alto como rastro imborrable de dignidad, y si alguien ofendía a algún amigo, lo defendía a como dé lugar y solo podía mentir si estaba en juego el honor de una mujer, porque la máxima de las máximas era “el que es hombre de verdad no habla” y se refería claramente y sin vueltas a que la intimidad entre un hombre y una mujer no salía de esas cuatro paredes.
Esas mujeres tenían, claro, categorías de hombres y había que aprenderlas y tratar de aplicarlas. De ellas aprendimos otra máxima, la de los gascones: “cuando la dama se niega, el caballero desiste”, que no solo servía para respetar, sino que nos libraba de hacer el ridículo o decir cosas vergonzantes y quedar como el pelotudo que quizá uno todavía era.
En realidad esas mujeres nos educaron intentando hacer el hombre que ellas querían para sí: ese hombre no anda quejándose como Quico. No se esconde. Da la cara cuerpo a cuerpo y sabe que si es un buen hombre siempre habrá amigos o compañeros que lo defiendan a muerte. Ese hombre cuando acuerda algo, da la mano y ese acuerdo está sellado sobre otra máxima: lo único que tenés es tu palabra.
El hombre se hace cargo, no habla por boca de ganso, se ocupa de los enfermos y nunca jamás abandona a los propios. Los cuida.
Un hombre defiende sus ideas y no anda acomodándose. Sonríe francamente y se apasiona con lo que le apasione sin miedo ni especulaciones, pero sabe que debe intentar ser inteligente.
Esas mujeres nos criaron para ser fuertes, sólidos, respetuosos y verdaderos en todo: las ideas, el amor, la pelea de la vida y la defensa de lo propio. Lo que después la modernidad buscó en la zoología y denominó “macho alfa”.
En aquellos años, el mundo grande era de hombres. Claro que existía Juana Azurduy, Juana Galvao, La Pasionaria, Simone de Beauvoir, Rita Levi Montalcini y hasta Maria Elena Walsh, pero el mundo público era masculino. Por eso la frase finalmente popular fue “hacete hombre” y no, “hacete mujer”.
El hombre que se sabe con la razón, no se deja amedrentar. Arremete hacia adelante con esa bandera y avisa que dará pelea.
Y lo más importante y para todo: un hombre cumple siempre sus obligaciones. Siempre. Llega muerto pero entrega el recado. Se queda en cero, pero paga, y por sobre todo no se anda haciendo el tonto cuando pierde una discusión, sólo lo acepta dignamente y da la derecha, porque lo peor que le podía pasar a tu dignidad, era que alguien te diga “dale che, hacete hombre”.
En fin que todo esto pasó por mi cabeza en los dos minutos que tardó en hacerse el café.
El primer trago estaba como me gusta, fuerte, y me despertó, así que me puse a revisar el origen de la respuesta del gobernador bonaerense, y era “fake” de una cuenta que avisa que lo es, pero yo ya había pensado todo eso, y como me pareció buena respuesta y estaba de acuerdo, igual la di por buena.