En los últimos tiempos, ya sea por el aniversario de los 40 años de democracia en nuestro país o la abierta disputa que enfrenta a Estados Unidos y China (más aliados respectivos) por la hegemonía global, se volvió un hábito reflexionar sobre la institucionalidad, los regímenes y la gobernabilidad de la sociedad y arribar a la idea que el mundo se encuentra en una instancia de replanteo de ciertos pilares. Además, el contexto de reconfiguración, incertidumbre e insatisfacción de los pueblos parece haber sido un caldo de cultivo para que emerjan formaciones de derecha extrema, que parecen interpretar de forma eficaz las nuevas sintonías sociales y usar ese potencial contra el ordenamiento democrático y republicano. ¿Qué hay en esta época que no podemos interpretar desde los paradigmas tradicionales pero que el conglomerado del capital financiero, los gigantes tecnológicos y las nuevas derechas usan como insumo para impulsar otro orden de las cosas?
Hace más de una década, Manuel Castells dedujo en “Comunicación y poder” que “si existe una sociedad red específica, deberíamos ser capaces de identificar su cultura como su indicador histórico” y podemos ver hoy con más claridad cristalizarse novedosos valores y creencias que dan indicios de esta realidad. No quiero detenerme en el funcionamiento de la sociedad red sino en el lenguaje que predomina y la forma de comunicación que se impone, que no es más ni menos que el exponente parcial del razonamiento sistémico, interconectado y sindicado/referido de ésta. El meme es la punta del iceberg, el costado más conocido que sirve para explicar y darse una idea de cómo opera el lenguaje memético: un mínimo común denominador de sentido que se reproduce fácilmente por su anclaje y más allá del formato de presentación. Puede ser una imagen, un gif, un twit, una nominación, un sonido. Las dos características que lo componen entonces son el mínimo común denominador, reducción al máximo con ausencia de toda complejidad, y la reproductibilidad técnica, esa que analizó Walter Benjamin sobre el primer cuarto del siglo pasado y hoy, llevada al paroxismo, es una columna de la cultura digital. El combo de la viralización.
Pero pese a la tan mentada democratización a la que nos llevaría el mundo digital y al supuesto horizontalismo de las plataformas sociales, no hay que indagar mucho para responder la pregunta sobre quiénes tienen la capacidad de disputar con mejores chances la construcción de sentido en las ágoras informáticas y quiénes tienen los recursos para aumentar artificialmente la reproducción, difusión e impacto del material. Un ejemplo doméstico que no es una imágen/meme: “el Estado es una organización criminal” por ende todos y todas quienes trabajan en un ámbito público son delincuentes que viven “con la tuya” (casi que se lee con el tono de voz de una comediante de TN). Todos esos lugares comunes existían en la discusión pública pero tomaron un vuelo muy relevante durante el último año en el marco de la campaña electoral y funcionaron de clivaje: casta o no casta.
Ahora ese andamiaje memético que sirvió para llevar a Milei a la Casa Rosada se muestra contradictorio con las acciones de gobierno y se evidencia la desorientación y los graves errores de comunicación (Iñaki affaire, las conferencias diarias del vocero). La vuelta de tuerca que precisa el relato de los libertarios tampoco aparece compatible con la intransigencia del Presidente, que no se corre un centímetro de su dogma. Pero en términos de funcionamiento, no sería sorpresivo que se ubique otro mínimo denominador común y se trabaje sobre él: un nuevo discurso, disruptivo e incoherente con el anterior, que sirva para poner la maquinaria a funcionar. En todo caso, viendo la degradación constante de la realidad social, vamos a poder observar en nuestro país laboratorio, como no funcionó en Brasil, si predomina un novedoso aparato comunicacional o la necesidad de entender la complejidad de lo que pasa.
* Licenciado en Periodismo (UNR).