En “A una que pasa” -incluido entre los “Cuadros parisinos” de Las flores del mal (1857)- Charles Baudelaire relata un encuentro con una mujer desconocida en las calles de una gran ciudad. En el poema, el narrador se fascina, siente deseos eróticos y presagia una promesa de amor con la belleza femenina transeúnte. Sin embargo, mientras reflexiona sobre las emociones que la hermosa anónima despierta en él, la mujer sigue caminando rápidamente, se pierde entre la multitud y desaparece para siempre de su vida sin que hayan intercambiado palabra alguna. Entonces, el poeta se lamenta por la oportunidad perdida que no volverá a repetirse.
Para Baudelaire, el poema expresa la experiencia propia de la modernidad en la vida vertiginosa de las megalópolis: un instante fugaz, un momento efímero, un rayo y luego ¡la noche!, la rápida evaporación del placer y la voluptuosidad, el fin de los sueños.
En Solamente una vez… Quizás dos (editado conjuntamente por Eudeba y Proteatro), Kado Kostzer recupera algo del espíritu -y sin dudas, la belleza literaria- de Baudelaire a partir del relato de sus propios encuentros furtivos. La diferencia es que no se trata de reuniones fugaces con personas anónimas, sino con personajes reconocidos y frecuentemente admirados a los que Kostzer cruzó literalmente una vez -y en escasas ocasiones dos-, y con quienes, en consecuencia, nunca estableció una amistad perdurable o siquiera compartió un proyecto artístico en el contexto de su vasta trayectoria como dramaturgo y director de teatro.
Eso da lugar a una recopilación de alrededor de cincuenta anécdotas personales con “estrellas” de Hollywood, “glorias” y no tanto de las pantallas grande y chica o que pertenecen al selecto grupo de famosos de la fauna local. Los protagonistas de sus historias son María Félix, Dolores del Río, Joan Crawford, Liberace, Jack Lemmon, Sissy Spacek, Rita Moreno, Carmen Sevilla, Hugo del Carril, Delia Garcés, Mariano Mores, Pedrito Rico, Maggie Smith, Diana Riggs, Federico Luppi, Lydia Lamaison, Zulma Lobato, Pepito Marrone, Juanita Martínez, Meryl Streep, entre tantas otras y otros.
Tal como acostumbra en su obra –“Personajes. (Por orden de aparición)” (2011); “¿Hablaste de mí? Viñetas para una biografía de Berta Moss” (2015) o “La generación Di Tella y otras intoxicaciones” (2016)-, la mirada de Kostzer en relación con las figuras artísticas o intelectuales carece de fascinación, deslumbramiento o nostalgia. Por el contrario, sus retratos despojan a las celebridades de sus falsas auras de glamour y arrebata los maquillajes y las máscaras que disfrazan y ocultan su perecedera carnalidad. De esa manera, las reinas los reyes quedan al desnudo.
Así, en su libro estructurado en torno a los inverosímiles lugares donde se suceden los encuentros -teatros, sets, camarines, vías públicas, shopping, velorios y consultorios, fiestas, supermercados- aparece y desfila una impredecible Tita Merello conquistada por la popular colonia mexicana Sanborns (cuya fragancia, según Kostzer puede confundirse con la “muestra para un análisis de orín completo”) y que, de acuerdo a su cambiante humor, prohíbe o demanda que toquen a su perro “Corbata”; una egocéntrica Libertad Lamarque exige argumentos inverosímiles a un guionista para estar en todas las escenas de una película; una terrenal Mecha Ortiz intenta infructuosamente conseguir papel higiénico en el supermercado; Isabel Sarli cuenta confidencias en el interior de un avión y trafica rollos de papel de tapizado desde París hacia Buenos Aires… Éstas constituyen algunas, de entre tantas narraciones recurrentemente desopilantes, dulces, conmovedoras o perversas y siempre deliciosas y entretenidas.
A partir del develamiento de aspectos íntimos, cotidianos, vulnerables, risueños o mundanos de las “divas” y de los “divos” Kostzer tiene la virtud de captar algo del “alma” (“Solamente una vez se entrega el alma”) de esas personalidades en una fotografía. En efecto, bajo el embrujo de su pluma, la narración de un momento intrascendente deviene instante esencial y las celebridades son arrastradas al fango del mundo terrenal donde todas y todos somos humanos, demasiado humanos. Con su habitual prosa llena de gracia y su estilo frecuentemente humorístico, pícaro y malicioso, el autor nos muestra los polvos de la estelaridad y demuestra que los astros verdaderos están en el cielo y que, en la Tierra, los ídolos son de barro.
Una vez más, Kado Kostzer evidencia que tiene el genio creativo que comparte con unos pocos -Gustave Flaubert, Henry James, Marcel Proust, Truman Capote, Manuel Puig o Edgardo Cozarinsky, entre ellos- de elevar el chisme a la categoría de obra de arte. En efecto, Solamente una vez puede ser leído como un conjunto de chismes que se metamorfosean en literatura merced a su autor.
Tuve el placer de encontrarme con Kostzer una vez (o quizás dos), hace años mientras estaba en el proceso de gestación del presente libro. Como Oscar Wilde, Kostzer tiene el don de la conversación entretenida. En ese momento me reveló la única anécdota de un encuentro que hubiera querido incluir, pero que no había vivido él sino Luis Brandoni. Según el relato de Kostzer, en un viaje de avión Brandoni se sentó al lado de una elegante anciana que le expresó largamente su admiración. “Vi todas sus películas”, le dijo la mujer, “Yo también en una época hice cine…” Y agregó: “Yo fui María Duval”. De esos materiales, de esa naturaleza propia de los sueños y de las cosas bellas de desvanecerse al primer contacto con la realidad, de ese espíritu baudelariano están impregnadas las crónicas de este libro imperdible.
Kado Kostzer, Solamente una vez… Quizás dos. Encuentros furtivos de Kado Kostzer, Eudeba y Proteatro.