La cultura es un dispositivo vivo. Un cuerpo sin órganos que nos recorre y contiene. “Cultura” significa cultivo agrícola y, en sentido figurado, alude a los patrones que rigen las conductas de las personas, también sus modos de producción, los discursos y las prácticas que determinan su ser en el mundo en tanto subjetividad y en tanto comunidad.
La cultura no solo está encerrada en museos. Viborea en obras duraderas o fugaces, conceptuales o representativas, populares o académicas. Arte y artesanías, comidas, erotismo, fiestas, duelos, performances. Las manifestaciones culturales adquieren formas pragmáticas o delirantes, refinadas o elementales, públicas o privadas. He aquí la cultura en sentido amplio. En sentido restringido, en cambio, se llama cultura a las realizaciones ilustradas, académicas, eruditas o estéticamente refinadas.
La música, las bebidas, la moda, el baile y las creencias identifican a las diferentes creatividades. La cultura es callejera, cambiante, intempestiva. Se expresa en eclosiones de creatividad. No existe una cultura única sino tantas como idiosincrasias o modos de relacionarse. Se manifiesta en creaciones colectivas o individuales que incluyen también el entorno, la animalidad, lo no dicho.
La filosofía se originó en la torsión crucial de una cultura: fines de la época arcaica, comienzos de la clásica. La construcción de esta disciplina humanística impactó en la escisión que terminó con una era cultural y parió otra. Del mito al logos. Jonia (siglo VI a. C), hubo sabios que comenzaron a observar sus objetos de estudio desde una perspectiva laica. Tomaron distancia de las divinidades y otras fuerzas sobrenaturales. Astros, números y cosas comenzaron a considerarse bajo la denominación genérica de “ente”. Se deja de mirar al cielo, se piensa y actúa sobre la realidad concreta, sobre los entes (que son, que existen).
Les creadores bucean en su ser, en la ética, la política, la vida. Intensifican el pensamiento sistemático. Las ciencias sociales dan cuenta de cambios culturales en las tradiciones y también registran permanencias. Nuestra cultura es bipolar y binaria: bueno/malo, lindo/feo, derecha/izquierda, homosexual/heterosexual, ser/nada, joven/viejo, pobre/rico, varón/mujer.
Hay matices, aunque prima la tensión entre polos. Existe cierta capacidad de inventiva que posibilita las formas que las personas le van imprimiendo a sus costumbres. Además, no es necesario ser solemne para disfrutar la cultura, que se constituye desde las relaciones y acciones concretas, simbólicas, recreativas. En algunas expresiones antropológicas se clasifica en alta y baja cultura; o cultura popular y cultura ilustrada. La posmodernidad flexibiliza los límites, mezcla todo, a todas horas, y en todas partes.
La cultura es un proceso sin sujeto, aunque sea ejecutada por subjetividades. Se consolidan desde sus diferencias -relativismo cultural- pero existe un aspecto compartido: todas están estructuradas desde el machismo. Es el límite físico, ideológico, homofóbico. Implacable. Nuestro imaginario cultural aún es misógino. Aunque a su vez posibilita (por oposición) otras culturas. Los grupos LGBT y el desarrollo de los feminismos constituyen las más pujantes creaciones político-culturales de los últimos decenios.
Veamos la otra cara de lo binario. Matriarcado connota que las mujeres ejercen el poder político, económico y religioso. ¿Hay o hubo culturas matriarcales? No está validado científicamente. Son especulaciones e hipótesis de paraísos perdidos. Pues incluso una comunidad existente -les mosuo, en China- que parecería no ser patriarcal, lo es en su estructura profunda. Porque las mujeres pueden tener relaciones con varios hombres, los hijos sólo son reconocidos y criados por sus madres y ellas administran y realizan los trabajos de subsistencia y cuidados, mientras las decisiones políticas y económicas son discutidas exclusivamente por los varones. Ellos no trabajan. ¿Conclusión? No es una comunidad matriarcal, es patriarcal y matrilineal.
Retomo el relativismo cultural. Un comedor elegante con revistas sobre la mesa desnuda de vajilla; a su alrededor no hay sillas sino inodoros. Llegan visitas y todes se sientan en los inodoros, previo discreto levantamiento de faldas o bajada de pantalones. Una niña dice que tiene hambre y la madre le reprocha que no se habla de comida en la mesa. Otro invitado, levantándose sigilosamente los pantalones, le pregunta en secreto a la empleada doméstica dónde se puede comer. Ella lo conduce a un pequeño cuarto de baño. Él se encierra, aprieta un botón y aparece una vianda, se cubre con una servilleta y, allí, a escondidas, hace sus necesidades, es decir, come. Regresa a la reunión un poco avergonzado. Costumbres inversas a las actuales que podrían producirse en un golpe de caleidoscopio histórico. En esta escena, como en todas las de la película, Luis Buñuel (a su manera surrealista) ilustra el relativismo cultural. Su título preanunciaba nuestra época: El fantasma de la libertad (1974).
En las diferentes culturas esparcidas por el planeta la supremacía masculina se fijó a golpe de maltrato y a golpe de maltrato se mantiene. Sin embargo, el entramado funcional de la cultura engendra también sus resistencias, y, entre las fuerzas que luchan por mantener sus prerrogativas y las que se movilizan para emanciparse se va desarrollando un devenir que aspira a la equidad social, que lucha por ella.
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La ultraderecha gobernante se opone a la cultura y ataca personalmente a sus referentes. Con falsedades se arroja cual kamikaze contra lo popular y lo científico, contra les jubilades y contra quienes tienen hambre y les dice “no hay plata”. Miente. Afirma que con el dinero de la cultura y el arte se da de comer a les pobres. Miente. A los comedores para indigentes -que le cortó los suministros- también les dice “no hay plata” . Cuando lo único que persigue esta gestión gubernamental antipatria es desregular el mercado, negar las multiplicidades culturales y la identidad nacional deteriorando su capacidad creativa. La cultura no es privilegio de minorías, es un derecho humano y -cuando los derechos son negados- hay que hacerse escuchar, reclamar, marchar, exigir.¿Hasta cuándo? Hasta la victoria y sin bajar la guardia.