Sumamos situaciones que se van superponiendo a diario y que terminan configurando eso que arbitrariamente terminamos nombrando como “la realidad” que, en definitiva, no es otra cosa que la acumulación de subjetividades que disputan en el escenario de la vida cotidiana atravesado por la comunicación. Allí, en ese espacio, un publicista oficial –convertido en estratega de campaña– asegura sin pestañear que Mauricio Macri “es de izquierda”, mientras el Presidente impulsa medidas que avasallan derechos de la ciudadanía hasta hacernos retroceder décadas en las conquistas de la sociedad. Simultáneamente la cadena de medios oficialistas dictamina sin proceso la condena para algunos opositores a los que se acusa por los mismos delitos por los que se indulta a los aliados del gobierno, incluyendo a familiares y amigos del Presidente. Mientras tanto el Poder Judicial –que tiene secuestrada a la Justicia– aniquila garantías jurídicas y hace abuso de facultades, para responder al mandato de los que hoy ejercen el poder real. Incluso dirigentes políticos de encendido discurso crítico dan su acuerdo y levantan sus manos para avalar procedimientos cuando menos dudosos, transformándose así en participes necesarios de los atropellos autoritarios del poder de turno.
La fuerza política que arribó al gobierno para gestionar el Estado hace menos de dos años bajo el discurso de la “institucionalidad”, el “diálogo” y cuestionando “el relato” del gobierno anterior, utiliza todos los medios –legítimos e ilegítimos– para arrasar con quien piensa diferente, obturar posibilidades y reprimir los intentos de voces disidentes. El camino más utilizado –otra vez con la ayuda del oficialismo mediático– es estigmatizar, construir enemigos que pueden adjetivarse de “terroristas”, “corruptos”, “subversivos” o “mapuches”. Y así se justifica la detención arbitraria y el acoso a Milagro Sala y la muerte violenta de Santiago Maldonado, simplemente porque el poder considera que “se lo merecen”. Da lo mismo, porque todos irán parar a la misma bolsa... caratulada “enemigos”. Esos mismos que “impiden el futuro”, ponen “palos en la rueda”, hacen imposible “la paz social” y “el diálogo entre los argentinos”.
Mientras, los supremos jueces de la Corte Suprema miran para el costado como si no les asistiera ninguna responsabilidad en nada de lo que sucede porque están, sencillamente, “más allá” de las preocupaciones mundanas de algunos ciudadanos (hoy en minoría) que no comprenden que “cambió” el país.
Frente a todo lo anterior poco importa que la “pobreza cero” enarbolada hace dos años como postulado de campaña, haya dejado de ser una meta para convertirse sin más en una “aspiración”, tal como ahora se sostiene desde las filas oficialistas. Tampoco que la inflación –otra promesa– no baje, que la desocupación aumente, que los salarios alcancen cada día para menos y que el habernos convertido en campeones mundiales de la deuda externa sea otro de los méritos de Cambiemos y de ninguna manera un problema o una dificultad que afectará la calidad de vida de quienes habitan en este suelo. Porque el relato –ahora sí “el relato”– sostiene que estamos “haciendo lo que hay que hacer” y que el elegido es el único camino posible para la Argentina.
Y todo se relativiza –aún los más groseros atropellos a los derechos– porque en una elección que se celebró de acuerdo a las normas de la democracia, la mayoría de los votantes dio su aval a quienes están “haciendo lo que hay que hacer” y hoy entienden que pueden bailar, festejar y profundizar sus acciones en la misma línea.
Si llegó hasta aquí en su lectura le pido, por favor, no se enoje. Intentemos reflexionar. Se quemaron todos los papeles y se perdieron las hojas de ruta de la política. Y no es porque la política haya perdido sentido. Porque como bien escribió hace años el muy querido y recordado maestro José María Pasquini Durán (“Ilusiones argentinas”, 1995), “hoy sigo creyendo que (la política) es una de las más fascinantes actividades de la inteligencia humana con utilidad social”, porque “la indignación ante la injusticia vale más que la indiferencia y (...) la política es el territorio donde se debe encontrar la reparación de la desigualdad”.
Pero se “quemaron” los papeles y los viejos manuales de la política ya no sirven. No es que no sirva la política. De ninguna manera. Hay que volver a mapear, reconocer a los actores, analizar subjetividades. Es preciso revisar los métodos, aportar creatividad y con inteligencia hacer un ejercicio mayúsculo de humildad. Dentro de ese cuadro solo la escucha atenta de todos los actores, especialmente de los actores populares, pueda dar nuevas pistas y ofrecer bases sólidas para imaginar un futuro distinto. Una nueva actitud que implica asumir errores y aprender de ellos, pero sobre todo reconocer que faltan otros saberes para dar respuesta a los desafíos que plantea “el cambio” que se autotitula “nueva derecha”. Sin subestimar al adversario que, como quedó demostrado, aprendió a surfear sobre las formalidades de la democracia para hacer uso y abuso de las instituciones y alcanzar sus metas sin ruborizarse por el recurso sistemático al cinismo y la mentira porque, como también quedó en evidencia, a la hora de las urnas coyunturalmente todo juega a su favor.
No se puede abandonar la política, aunque se hayan “quemado” los papeles. Sí es preciso, con humildad, creatividad e inteligencia, escuchar mucho, volver a mapear, desentrañar nuevas subjetividades y recrear los métodos para no resignar lo fundamental: la búsqueda de la justicia y la lucha por los derechos.