La vanguardias literarias –sean estas peregrinas, permanentes, intermitentes, resistentes, o, incluso, aparentemente inexistentes en la actualidad– tuvieron una eclosión en los llamados “sesentas” y “setentas” del siglo pasado, con los ecos del boom latinoamericano todavía resonando. Y, sin ninguna duda, Héctor Libertella fue parte de aquellas vanguardias pos-boom. Narrador, docente, investigador, ensayista, editor y autoeditor, Libertella -oriundo de Bahía Blanca- trazó un camino que se inicia, para los cánones oficiales, con El camino de los hiperbóreos, una obra acorde a los aires de época: “beatniks” y “ditellistas”, publicada por Paidós en 1968, y ganadora de su premio de novela, con un jurado compuesto nada menos que por Leopoldo Marechal, Bernardo Verbitsky y David Viñas. Su “última obra” preparada por él, y la primera publicada póstumamente, fue La arquitectura del fantasma. Una autobiografía, de 2006, a la que sucedió un par de años después Zettel. Entre esas dos fechas, entre esos títulos, se encuentra una decena larga de libros (Aventura de los miticistas, Personas en pose de combate, Las sagradas escrituras, El árbol de Saussure. Una utopía, Diario de la rabia) que mixturaron y oscilaron entre la narración y el ensayo, la ficción y la teoría, la crítica y la autobiografía, en un experimentalismo constante, creciente, crítico del realismo, que incluyó las experiencias de nuevas obras premiadas, becas y viajes -por ejemplo a los Estados Unidos-, incluyendo luego el exilio en México, durante la dictadura en Argentina, y el retorno al país propio, y con el clásico bar del barrio de Palermo, Varela Varelita, como privilegiado espacio de conversación y “cátedra” hacia el final de su vida. Hace ya más de una década, se fue anunciando varias veces la inminente publicación de sus “Obras reunidas”, en tres tomos, que no han visto la luz aún.

Como parte de su colección “Nueva crítica hispanoamericana”, que dirige María Fernanda Pampín, la editorial Corregidor ha publicado Huellas y transformaciones: La escritura de Héctor Libertella, de Silvana López, doctora en Letras por la Universidad de Buenos Aires, crítica literaria e investigadora. El volumen, de 400 páginas, es la tesis doctoral de López, también autora, editora y prologuista de libros dedicados a figuras como Cortázar, Silvina Ocampo, Bioy Casares y Osvaldo Lamborghini. En sus “Palabra liminares”, fechadas a comienzos de 2022, Roberto Ferro (1944-2023), director de la tesis, destacó, en el proceso de la investigación de López, una serie de elementos históricos y contextuales que se fueron sumando y ampliando el panorama: “la diversidad de variantes que convergieron en el espacio literario argentino y, por extensión, en el latinoamericano, analizando un campo de estudio notablemente dinámico tanto por la intensidad de los procesos históricos que conmovían a la Argentina y Latinoamérica como por la dimensión literaria de los protagonistas que compartían con Libertella la construcción de un modo distintivo e innovador de la imaginación literaria”.

Huellas y transformaciones recorre y lee con singular mirada la obra édita e inédita de Héctor Libertella, repasa y revisa las obras críticas y ensayos que se han dedicado a sus libros –como Laura Estrin, Nicolás Rosa, Marcelo Damiani y Martín Kohan–, y contó con el testimonio y materiales de colegas y amistades del escritor –como Rafael Cippolini y Ricardo Strafacce–, pudiendo brindar así su autora miradas, críticas, hipótesis e interpretaciones, en lo que es una nueva valoración de este autor.

Comenzando el libro, Silvana López alude a un buen número de características de la escritura de Libertella: la inscribe en “una genealogía de escritores que trastornan las nociones de autor y de originalidad como Jorge Luis Borges, Macedonio Fernández, José Lezama Lima, Octavio Paz, Salvador Elizondo, entre otros y en relación con eso, no solo se lee en su poética el encuentro de la lectura y de la escritura sino también los procesos de transformación que la lectura de lo ‘otro’ provoca en sus textos debido a que esa operación intensa e insistente se apropia de la productividad de la literatura argentina y latinoamericana y de las manifestaciones de otros lenguajes artísticos, de la cultura y del mundo, leídos no como una colección o catálogo de objetos sino como textualidades y campos de significaciones a literaturizar”. La lectura, en Libertella, es traducción-escritura, y, también, reescritura.

Esto último es uno de los “presupuestos” de los que parte López, develando que El camino de los hiperbóreos, por ejemplo, es reescritura de La hibridez, obra presentada al concurso de la revista Primera Plana en 1965, obteniendo una mención que quedará inédita, al igual que el texto, al declararse nulo el concurso. La segunda cuestión pasa por las “maniobras de escritura” que López encuentra en dos libros posteriores de Libertella, y que serían un punto de inflexión hacia una segunda o nueva etapa, con Nueva escritura en Latinoamérica (1977) y ¡Cavernícolas! (1985). Dice: “El ensayo sobre la ‘nueva escritura’ en Latinoamérica articula un conjunto de herramientas críticas y teóricas que luego se ficcionalizan en ¡Cavernícolas!, un texto que funciona dentro de la obra libertelliana, desde mi perspectiva, como una ‘inflexión’ –el punto elástico que convierte la variación en un pliegue y lo lleva al infinito (Deleuze)–, a partir del cual su poética se pliega y se reescribe a sí mismo debido a que la reescritura y sus tematizaciones se convierten en dispositivo dominante”.

Libertella se desplegó por más de cuatro décadas en el campo literario argentino y latinoamericano. Hay quien llama su literatura, en oposición al realismo, “hiperliteraria”, abriendo caminos. López recuerda un artículo de 1977, de Andrés Avellaneda, en la revista Todo es historia, analizando el período previo, la década desde 1967 hasta esa fecha, en la literatura argentina. A los que llama “nuevos” les adjudica dos tendencias: “realista” y “experimental”, con Daniel Moyano y Manuel Puig en la primera, y Germán García, Luis Gusmán y Osvaldo Lamborghini, en la segunda, agrupados además en la revista Literal, de la que Libertella participa y realizando, para comienzos de los 2000, una antología de la revista, y un prólogo, para Santiago Arcos.

NUEVAS ESCRITURAS

Siguiendo otros ensayos de Andrés Avellaneda, en torno a la articulación de influencias y series literarias, López destaca que “Puig pone en circulación el uso de la poética de mezcla, el documentalismo falso y el simulacro realista. El estilo de copia y reproducción del relato hiperliterario, escrito en el borde de los géneros, es en la década del sesenta una parte de los proyectos narrativos estables del ‘simulacro y el pastiche’ de Luis Gusmán, del ‘populismo estético que incorpora el kitsch y la cultura de masas’ de Osvaldo Lamborghini y de ‘la transformación del sujeto en textualidad’ de Héctor Libertella”. Y en el corazón del canon local, insoslayable, revisitado y asediado, absorbido y transformado por las nuevas obras y corrientes literarias, una figura central: “Borges y la relectura de Borges, señala el crítico, son para estos escritores, como para los ‘jóvenes de los ochenta’ (César Aira, Alan Pauls, Rodolfo Fogwill, Sergio Chejfec, Alberto Laiseca, Daniel Guebel, que siguen la línea Macedonio-Borges-Puig-Gusmán-Libertella-Lamborghini), la marca escrituraria que motoriza su escritura, en la que se articula la tensión y la ruptura entre lo universal y lo marginal”.

Con El paseo internacional del perverso (1990), Silvana López halla la particularidad en la combinatoria de texto e imagen, autobiografía y cultura popular, para definir: “Como un ars poética, Paseo muestra la factura de la que está hecho, un homúnculo que a sangre de escriba articula motivos provenientes de diversos saberes y lenguajes. El paseo textual del perverso combina un poema de Octavio Paz, otro de Edmundo Rivero, letras de tango, un mapa de Ingeniero White y dibujos: un caballo, un barco, un frasco de perfume y una figura antropomórfica que parece un niño tendido en una red de cálculos matemáticos y geométricos, que cortan la narración fragmentada atrayendo como imanes, pero desplazados, los núcleos narrativos del texto: la escritura como viaje febril de las combinatorias que macera, en la huella de sus fluidos, el programa narrativo del escritor-protagonista y su genealogía”.

SILVANA LÓPEZ

Y aún más: Libertella armaba sus originales (tipografía e interiores, tapas y encuadernación, ¡e incluso su firma, realizada por Eduardo Stupía!) para editoriales que lo publicaría, y para amistades y colegas, demostrando atención no sólo al contenido (la escritura, aun privilegiando el factor inconsciente) a la “composición” propiamente dicha, y más allá del espacio literario en calidad de autor: de la producción física y material, a la circulación y llegada al público lector (así sea una sola persona), instancia-proceso-momento fundamental para la literatura. Dice López: “Los ‘originales’ de Libertella exhiben dibujos, imágenes, fotos y la escritura como ‘pictografía’, condensa la importancia de la tipología en la respiración del texto y la concepción de la escritura como escultura y como fenómeno visual; asimismo, estructuran la disposición espacial del texto y sus paratextos, los cortes, las cesuras, el blanco, en definitiva, el ‘original’ interroga la literatura como trabajo, como producción de un cuerpo que trabaja y es escritor en tanto escribe y produce textos para su intercambio. Así concebido, maquetado y pensado de ese modo, el texto produce una tensión con la institución en todas sus instancias de producción, recepción y circulación”. Es el artesanado cuestionando el “formato libro” en tanto “producto del mercado”: “Tanto el original como el libro mandado a la imprenta de una editorial, trama una escritura que ya no es solamente literaria sino también plástica, y en esa dirección, busca, por una parte, perturbar la ilusión de texto original dando lugar al concepto de texto en movimiento que interroga su hechura, su forma conceptual y la mera repetición convencional entre imagen y texto; y por otra parte, obliga a una lectura que ya no resulta solo de la simultaneidad, ni de la suma de los fragmentos, sino de la ilación entre los trazos y sus intervalos así como el tacto de relieves irregulares de su marca artesanal”.

Las “poses de combate” de Libertella incluyeron, a lo largo de las décadas, y en cada uno de sus libros, la adopción y desarrollo original de tendencias, corrientes y fenómenos de época: hippismo, psicoanálisis, marxismo, novela “de formación”, novela “de aventuras” y “de viajes”, noveau roman, barroquismo/s, posmodernismo, parodia y pastiche. La huella, la cueva, el estilete, el fantasma, la bodega de un barco lleno de libros y la “Librería argentina” son algunas de las figuras que utilizó para pensar e intentar abarcar (¿explicar?) la literatura, en tanto fenómeno (propio y ajeno). Escritor o reescritor, escritor-tipógrafo, librero-artesano, escritor de un fragmentarismo en continuado, híperescritor o escritor-lector, sin más, Héctor Libertella es el autor de una obra sin fronteras, genéricas, espaciales, ni temporales.

OPERACIÓN DE COMBATE

Libertella escribe en el texto su leer, lo tematiza, envuelto en la potencia de lo que ese leer le provoca. Leer es escribir y es una práctica que, como su escritura, no se detiene, solo se abandona, cuyo rastro se hace ostensible en el trazo y/o en el grafo que retiene, anuncia y recuerda la huella de lo otro para producir la diferencia sin clausura del suplemento; la incesante diseminación del sentido es el correlato necesario de esas lecturas y de esas escrituras.

La transformación de la material textual en proceso, se despliega, entonces, bajo la forma privilegiada del fragmento, una modalidad de escritura que expone, como se lee en El camino de los hiperbóreos, “todo el juego heterogéneo visto en fragmentos aislados”. Philippe Lacoue-Labarthe y Jean-Luc Nancy, en El absoluto literario, plantean que “la esencia del fragmento” es “la individuación”, en el sentido de indicador de un “proceso”, de un “proyecto”, que no funciona como programa ni como prospectiva, sino como “proyección inmediata de lo que, sin embargo, no acaba”. Maurice Blanchot, en El paso (no) más allá, hace referencia al fragmento como el espacio de escritura en el que se cruzan múltiples recorridos que dan lugar a marcas o puntos, cuya repetición no suprime su singularidad: Blanchot señala la articulación entre ‘lectura y escritura’ que se intercambian en el fragmento, un engranaje que no sustituye la escritura por la lectura, ni privilegia a una en detrimento de la otra, sino una productividad que se reduplica debido a que la ley de una es el entredicho de la otra. Asimismo, en “Nietzsche y la escritura fragmentaria”, en El espacio literario, el filósofo anota que el pensamiento del fragmento dice el tiempo como eterna repetición, de repetición sin origen, cuyo recomienzo comienza lo que sin embargo jamás ha comenzado, por lo tanto, repetición que es diferencia y diferencia que “esencialmente, escribe”.

Así dispuesto, el fragmento libertelliano retiene las marcas del encuentro entre lo leído y lo escrito, articula un proceso cuyos rastros encuentro entre lo leído y lo escrito, articula un proceso cuyos rastros potencian la repetición y la transformación, el desvío y los desplazamientos, un diferir de fragmentos que se plasman en reescritura y que reaparecen, trastornados, como motivos y expandido, en uno y otro texto, la diferencia también escribe.

La apropiación incesante de textualidades, por un aparte, de trazos y motivos del mundo y la cultura; por la otra, de escritores argentinos y latinoamericanos posicionados críticamente frente a la literatura; también de las especulaciones críticas y teóricas de pensadores europeos, americanos y latinoamericanos –escritores a quienes Libertella lee y de quienes se apropia–, dan cuenta de la potencia transformadora de la lectura como marca productiva del trazo de lo escrito. La lectura como transformación y como potencia late no solo en las escrituras con las que Libertella trama su poética sino también en la intensa lectura de los modelos encorsetados de la lengua y del mercado, dominantes, que hay que demoler y resistir, en ese sentido, la lectura en la escritura de Héctor Libertella es, por lo tanto, una operación de reconocimiento, de filiación, de combate y, en todos los casos, de resistencia.

SI NO HAY PAPEL

Si se piensa la literatura con un valor simbólico que en algunos casos es inversamente proporcional a su éxito en el mercado o viceversa, y se concibe la vanguardia, la hermesis verbal, la patografía, como escrituras literarias que sobreviven en el mercado, resistiendo la tensión represión=salud, puede decirse que desde la perspectiva libertelliana, Borges viene a trastornar esa lógica, haciendo coincidir valor simbólico, con valor en el mercado: la literatura al cuadrado mantiene esas relaciones de tensión que constituyen las condiciones de posibilidad de sus estrategias.

En “Excentricidad y mercado”, Libertella hace referencia a la crisis que atraviesa la Argentina, que expulsa al escritor de la industria editorial y del mercado. La literatura aparece entonces como una “utopía” en la que no es necesario editar, publicar, para existir; si no hay papel, se escribe en las paredes y si se terminan las paredes, la escritura resiste en un agujerito de la sien, en el tokonoma del hermético Lezama Lima, o es retenida en las palabras en el paladar, en la instancia del “vagido”, una forma antigua de suspensión del sentido, que junto con el grafismo, en el otro extremo, queda a la espera de los modos que serán leídos (gran parte de la obra de Macedonio es póstuma). Son esas las maneras de aguantar o de superar la crisis que, incluso, seguirán en juego cuando el escritor vuelva a desplegar sus estrategias. La literatura como utopía tiene aquí otra valía a la de la lectura de Farabeuf, se relaciona con los modos de producción y de leer pero en este contexto, gira en torno a las condiciones de desigualdad y de crisis económica del escritor en Argentina, no todos son Borges y aunque lo fueran, la crisis impediría su publicación; la literatura dobla la esquina y se queda fuera del mercado, resuena en esa reflexión, la defensa de Libertella ante la reseña de Rodríguez Monegal. Se trata de cuando la literatura vuelve a la literatura esperando un lector que la saque de un sueño inquieto.

Otra maniobra de caracol de la tradición de lecturas que reenvía a la reescritura como escritura al cuadrado es la metáfora libertelliana de la carnicería argentina, el matadero, con la que Borges mata a Lugones, a Girondo, a Macedonio, como “todos juntos mata (ro) n su descendencia”. Libertella observa, en “El fantasma de la obra”, escrituras de “descendientes’ que tienen reminiscencias de “la lectura de trabajo; de ver-hacer” de Macedonio Fernández y otras, de Borges, en la banda deslizante se visualizan las huellas de otros textos. Un gaucho en miniatura se convierte en Moreira de Aira; Cambaceres recurre al tajo, cuatro idiotas degollan a su hermana en el cuento de Quiroga, El matadero de Echeverría se convierte en La bolsa de Julián Martel. Saer escribe un gran asado antropomórfico en El entenado, la cadena continúa con El frasquito de Luis Gusmán, en “Memoria de paso” en Fogwill, en “El amor de Inglaterra” de Daniel Guebel, en Las ratas de José Bianco. Cerca del margen o asediando el centro leer, carnear, derramar sangre y repetir, para reescribir, desde una posición crítica, conforman las operaciones de sobrevivir en el espacio literario y cuando puede, también en el mercado.

Fragmentos de Huellas y transformaciones de Silvana López