Todas y todas son enemigos o enemigas. Legisladores, gobernadores, artistas, dirigentes sindicales y sociales. También aquellos que defienden la Constitución, los que reclaman derechos o quienes denuncian que tienen hambre o que les cortaron los suministros de medicamentos esenciales. Al Presidente poco le importan las denuncias o las quejas. Tampoco repara en que la gestión del gobierno está paralizada porque no se cubren cargos importantes o porque directamente el Estado se abstiene de asumir responsabilidades que son fundamentales o impostergables. La orden del libertario para sus funcionarios es no conmoverse por nada. Ni frente al dato de que en un mes se consumieron siete millones menos de cajas de medicamentos, ni por el padecimiento de los jubilados ni porque haya personas que pueden morir por falta de medicinas que debería aportar el Estado. La motosierra de Milei no va contra la casta, sino contra los más pobres, desvalidos e indigentes por diferentes motivos.
Milei no se expone en actos oficiales. Solo habla ante auditorios afines o de aplaudidores. Pero postea para agredir y da órdenes. Y si alguien osa desconocer las instrucciones del “supremo” instalado en la Rosada sufrirá las consecuencias y las venganzas del ocupante del sillón presidencial. Lo saben quienes se ofrecieron como sus aliados y colaboradores y terminaron castigados porque fueron incapaces de satisfacer los estándares políticos exigidos por el Presidente.
Javier Milei se dedica a denostar a adversarios reales y a enemigos que él mismo construye mediante agresiones en redes digitales. Mientras desprecia a los argentinos, viaja a Estados Unidos para abrazarse y sacarse fotos con Donald Trump, algo que sin duda no debería caerle bien al presidente norteamericano, Joe Biden. Poco le importa: para Milei lo único verdadero es lo que pasa por su cabeza y que transmite de manera irónica, agresiva y brutal por las redes o a través de entrevistas que, a pesar de ser concedidas a periodistas aduladores, pasan inexorablemente por la edición y el retoque final del equipo de guardianes de la verdad comunicacional del mileismo. Casi nada es natural ni espontáneo en Milei: ni sus poses, ni sus fotos trabajadas con photoshop, ni sus entrevistas con periodistas doblemente cómplices porque solo preguntan lo que el Presidente acepta responder y aun así consienten que los reportajes sean intervenidos antes de alcanzar la difusión pública.
Esta es la nueva realidad política de la Argentina. Y no lo vimos todo. Seguro “lo mejor” está por venir y es imposible imaginarlo.
Muchos de los votantes de LLA siguen confiando. No se resignan. También es cierto que la imagen del Presidente cae y los estudios indican que Milei pierde apoyo como nunca antes pasó con un mandatario elegido democráticamente en tan poco tiempo. Pero esto no modifica en nada la posición del libertario, más parecida a la de un mesiánico fanático anárquico ultraderechista que a la de un político llamado a conducir los destinos de una sociedad plural como la argentina, que además ha traducido su modo de vida en leyes, normas y procedimientos que Milei también ignora o pretende ignorar. ¿Alguien le habrá advertido que, por ejemplo, para eliminar el INADI creado por ley se necesita otra norma similar?
Por eso hasta quienes se entusiasmaron con la llegada de Milei a la Rosada hoy suman sus reparos. En cuestiones de fondo y en las formales. “Las buenas formas y la libertad son indivisibles”, le advirtió Joaquín Morales Sola en La Nación, corriendo el riesgo de que en un momento de furia el Presidente lo incluya en su lista de enemigos, como ha hecho con Lali Espósito, los legisladores tildados de “ratas”, Ignacio Torres, el gobernador de Chubut, y todos los mandatarios de distinto signo político que lo respaldaron.
El macrismo, con la colaboración de periodistas y medios amigos y de gran parte del Poder Judicial, construyó “la grieta” como sustento de su relato conservador, sobre la base de acusaciones de corrupción y autoritarismo contra el peronismo. Para simplificar se utilizó al “kirchnerismo” como adjetivo calificativo y estigmatizante. Cristina Fernández fue blanco de los principales ataques. A tal punto que un atentado contra su vida se desestimó mediática y judicialmente.
La “grieta” fue la forma de desviar debates y eludir la discusión de fondo: a la derecha le molesta una distribución del ingreso que favorezca a los trabajadores y se entusiasma con la entrega del país, de sus riquezas y de su soberanía a intereses internacionales.
Lo anterior, por supuesto, no deja de lado los errores propios cometidos por el peronismo en el ejercicio del gobierno. Tampoco fueron pocos y han sido importantes, pero deberían ser objeto de otro análisis.
Con la motosierra, Milei dejó atrás la grieta. Su relato apunta a la demolición total y absoluta de parte de la historia argentina y los bases de la sociedad. Todo lo que se le oponga (real o simbólicamente) tiene que ser destruido, directamente demolido. Normas, principios, derechos, cultura… todo, sencillamente todo. En nombre de la libertad.
Milei quiere refundar la sociedad argentina… sobre las cenizas. La de las instituciones y, si es necesario, de las personas que habitan esta tierra. Es un fanático, capaz de todo. El riesgo está en no advertirlo y creer que se trata de un personaje político apenas atípico.
Frente a esto quedan varias preguntas de orden diverso dando vueltas en el aire.
Una tiene que ver directamente con la casta. Léase empresarios, capitalistas, corporaciones y ciertos espacios de la política, también medios y periodistas, que creyeron que podrían sacar todavía más provecho de la nueva coyuntura y hoy ya lo ponen en duda. En el caos y en la negación ni los ricos y poderosos se benefician. Ni el FMI está convencido de la propuesta de Milei y hace sus advertencias.
Otro interrogante más se abre sobre la actuación del Poder Judicial que en la grieta fue aliado de Juntos por el Cambio, en particular del macrismo, y sobre cuya actuación en la coyuntura actual todavía carecemos de indicios. A buena parte de la “casta judicial” tampoco le cierra el modelo Milei.
Pero quizás la pregunta más importante que nos hacemos muchos y muchas es ¿hasta cuándo los que padecen este embate y son sus víctimas seguirán soportando los atropellos? Dependerá mucho del daño económico y a la calidad de vida generado por el ajuste inhumano que se terminen por frustrar las ilusiones del cambio soñado por el cual se votó en las elecciones. Pero no menos importante será que aparezca, que surja, de la manera que sea, una alternativa política y económica que muestre una posibilidad diferente y tangible. Alternativa que no podrá ser sino transversal, multiactoral y multisectorial, plural y diversa en cuanto fuerzas políticas, pero también apuntando a un horizonte de futuro que sea alentador. No será una tarea fácil pero ya comienza a ser urgente.